El miércoles 19 de septiembre de 1984 La Jornada publicó en su primer número un editorial en la portada. Decía: La parcela que nos toca cultivar es el periodismo. Y también: Este diario no ha nacido para satisfacer las necesidades profesionales de un grupo de periodistas. Surgió, sí, de un proyecto impulsado por ellos, pero hecho suyo y concretado por millones de mexicanos que, en esta hora del destino nacional, han hecho profesión de fe, no en los convocantes, sino en la democracia plural de la que este periódico aspira a ser parte y motor.
Hoy se publica el número 14430. Han transcurrido cuatro décadas. Y esta casa editorial sigue siendo parte y motor en la construcción de la democracia mexicana.
Este domingo, en su breve y emotivo discurso de festejo, la directora general del diario, Carmen Lira Saade, recordaba el lejano día en el que, con este periódico recién nacido, los directivos de La Jornada conversaban con un fascinado escritor, Gabriel García Márquez, sobre la aventura de dar vida a un nuevo e innovador medio de comunicación.
¿Y con cuánto capital cuentan?, indagaba el escritor del realismo mágico, quien en esos tiempos también se había embarcado en la labor de crear un periódico en su natal Colombia.
“¿Nosotros? –respondió Carmen Lira, en aquel momento subdirectora de información–, pues como para mantenernos a flote unos cinco días. No tenemos más”. El Premio Nobel de Literatura no daba crédito al tamaño del espíritu temerario de aquellos soñadores.
En aquel entonces no podíamos imaginar que llegaríamos al día de hoy, 40 años. Y lo logramos. Y la hemos pasado muy bien haciendo nuestro periódico, expresó la directora general en un emocionado discurso durante el festejo por el aniversario, que reunió en un hermoso jardín de Coyoacán a cientos de directivos, reporteros y fotógrafos, articulistas, administradores, editores, correctores y trabajadores de todas las áreas e invitados.
En recuerdo de aquellos primeros días jornaleros, la directora Lira Saade recordó y agradeció a los más insignes pintores de esa época que donaron valiosa obra para sostener las primeras publicaciones.
Los soñadores
Se entregaron 44 placas conmemorativas a fundadores del diario. Primero a los ya no están en este plano terrenal: Emilio Payán recogió la presea de su padre, el director fundador Carlos Payán Velver; a Pablo González Casanova, figura fundamental de la intelectualidad mexicana, y al responsable de la edición durante muchos años, Josetxo Zaldua. Su placa fue entregada a su compañera Sandra García y a su hija Amaia Zaldua.
Luis Hernández Navarro, coordinador editorial, se refirió a ellos como los tres pilares de este sueño hecho realidad.
El distintivo conmemorativo expresa: Honor a quien hace 40 años se atrevió a soñar.
Entre los articulistas y columnistas fueron reconocidos Elena Poniatowska, Julio Hernández López, Rolando Cordera, Pedro Miguel, Iván Restrepo, José Cueli, José Blanco, Carlos Bonfil, Gustavo Gordillo, Juan Arturo Brennan, Alejandro Brito, Carlos Ortiz Tejeda, Heriberto Galindo, Antonio Gershenson, David Márquez y Lilia Rossbach. También a otros muy queridos ausentes: Carlos Monsiváis, Eduardo Galeano, Hugo Gutiérrez Vega, José María Pérez Gay y Fernando Benítez.
Entre los fotógrafos que dotaron al diario de una forma única de mirar: Pedro Valtierra, Rogelio Cuéllar y Fabrizio León Diez. Entre los moneros que abrieron brecha con una narrativa irreverente y criticona, Magú, El Fisgón y Rochita.
Y de los reporteros de aquellos tiempos, entre los cuales sólo quedan dos o tres, porque los demás han asumido otros cargos: Andrea Becerril, Hermann Bellinghausen, Víctor Ballinas, Pedro Aldana, Carlos Fernández Vega, Miguel Ángel Velázquez, Ricardo Yáñez, Manuel Meneses y quien esto escribe.
Los editores que desde el primer día cuidaron las páginas: Carmen Lira, Guillermina Álvarez, Andrés Ruiz, Marcela Aldama, Clara Huacuja, Margarita Ramírez. Con muchos aplausos fueron reconocidas también Socorro Valadez, Rebeca Contreras y Estela Aguado, del área administrativa.
Para cerrar, los trabajadores del periódico de todas las áreas que concurren cada día, cada noche, desde hace 40 años, para dar forma al diario que de madrugada empieza a circular con la información diaria, recibieron un pin conmemorativo y, más importante aun, las porras de sus colegas.
El contexto
La Jornada nació a mediados de los años 80, en el contexto del rápido agotamiento de la promesa de apertura de Miguel de la Madrid, que no supo romper con el modelo autoritario priísta. En la industria de la información predominaba un oficialismo uniforme. Pero entre la sociedad despuntaban ya exigencias y anhelos de voces más plurales. Y a esas voces quiso atender este proyecto.
Un pequeño ejército de periodistas, muy jóvenes entonces, se lanzó casi de puerta en puerta a vender acciones para una nueva empresa. Y sorprendentemente, encontró terreno fértil, una sociedad de lectores ávidos de un periodismo más libre y moderno.
En La Jornada de los años 80 todo se hizo diferente. Sin el respaldo de medios empresariales o del gobierno, se apostó por los lectores. Y los primeros en responder fueron los actores más relevantes del medio cultural, en particular los artistas plásticos.
Rufino Tamayo abrazó la idea donando 100 litografías firmadas de su obra Hombre en rojo. Francisco Toledo realizó cuatro series de 250 serigrafías Sin título. Cada uno que comprara una acción adquiría uno de estos tesoros. Donaron obra más de 100 artistas plásticos. El catálogo completo está publicado en la edición El Arte en La Jornada de 2002.
Vicente Rojo fue más allá y diseñó el sol en marcha que sigue siendo el bello logo del periódico. “Busqué –decía Rojo– dar la imagen de un mundo en el que se representase el transcurrir de una jornada, del día a la noche”.
Huyendo del modelo de cooperativa que había demostrado ser vulnerable ante los ataques del poder –los casos de Excélsior y Unomásuno– el nuevo colectivo optó por una fórmula empresarial diferente: una sociedad anónima de capital variable, pero de iguales, en la que no hay (a la fecha) ningún accionista con más acciones que los demás y en el que buena parte de los propietarios son, además, trabajadores.
Al momento del nacimiento de este medio despuntaban apenas las notas sobre derechos humanos, carta de ciudadanía para la diversidad sexual, justicia y derechos laborales para todos, pero en particular para los trabajadores, campesinos e indígenas. El periodismo de denuncia se afinaba a punta de nuevas plumas: Jaime Avilés, Hermann Bellinghausen, Cristina Pacheco.
Este diario narraba ya el país de una forma distinta. Pero también narraba el mundo. Los años 80 coinciden con Ronald Reagan y su revolución conservadora, madre del trumpismo de hoy. Con corresponsales como Stella Calloni, David Brooks y Juan Pablo Duch, el diario se volcó a fondo a reportear el descongelamiento de las dictaduras sudamericanas, la escalada de la tardía guerra fría en Centroamérica y Cuba.
Los años 90 también fueron reporteados con una mirada propia. La gestión de Salinas y el asesinato de Luis Donaldo Colosio de la pluma de Elena Gallegos, el levantamiento del EZLN, las masacres de Acteal, las de Aguas Blancas y El Charco con nuestros corresponsales, por las cuales el ex presidente Ernesto Zedillo Ponce de León sigue debiendo a la nación dar la cara por su responsabilidad.
Con el paso de las décadas a La Jornada se han incorporado y madurado nuevos periodistas, con sus estilos y su empuje, dando cuenta de los nuevos retos de la salud, la educación, el medio ambiente, el feminismo, los movimientos sociales y sus demandas.
Llegaron nuevos aires en 2018. Los retos de nuestros periodistas con la Cuarta Transformación cambiaron. Y también los lectores, algunos los mismos de antes, otros mucho más jóvenes con otras formas de leer e informarse. Y entre tantos vientos encontrados, a las puertas de un nuevo sexenio que presidirá una mujer, la talacha diaria continua en avenida Cuauhtémoc 1236. Y seguirá por muchos años por venir (Tomado de La Jornada).