Dramáticamente clama Abdallah: “Y tal amor despierta en nuestro pecho/El mundo de recuerdos que nos llama/ a la vida otra vez [….]/” (Martí: O.C., t. 18, p. 19).
José Julián Martí Pérez demostró ser un poeta capaz de cincelar la gesta épica de un pueblo (ayer Cuba; hoy Palestina: mañana Canaán), por la oratoria vertida sobre versos durante la noche, de ocio y descanso, o el día, a través de la brega de convencer voluntades y alijar peculio y sustento para la familia, gracias a sus crónicas para periódicos de gran alcance hispanoparlante: Uno de estos fue La Opinión Nacional caraqueña.
A pesar de que los periódicos como este eran empresas de propiedad privada capitalista, Martí les reciclaba como instrumentos para la emancipación de la isla hogareña, dolorosa como el resto de las repúblicas de América, capaz de dignificación sin la compasión contrapuesta al sibaritismo: el elitismo del tirano, ora acariciante, ora desdeñoso. Mas, como buen admirador de Karl Marx, uno de los filósofos de la sospecha, Martí prefería la inversión de la Roma americana, transformada en Amor americano, cuya intuición intelectual cultiva:
[…] especial devoción por ese arte sin aristocracias, ni jerarquías, decidido a honrar y dar belleza a los seres y paisajes olvidados: los niños de las calles pintados por Murillo, los campesinos de Millet, los picapedreros de Courbet, los enanos y bufones de Velázquez, el aguador de Sevilla o su vieja friendo huevos. El cubano, como crítico, mostró un espectro artístico más amplio (capaz de ver a un mismo nivel de genialidad una virgen de Rafael que una Casa de locos de Goya). (Leyva, Darío y Martí…, p. 194).
Para ese fin, la prosa poética es el método más constante y cotidiano de cierto artivismo testimonial y exhortativo, y «[…] lo que privilegia no es la imagen de los países desarrollados, sino la del desarrollo de la época […]» (Bermúdez: Martí, Comunicador Visual, p. 23) mediante el recurso a las publicaciones periódicas impresas donde el relato literario fue hyperresignificado tipográficamente, por imágenes de la voz, y gráficamente por los instrumentos de grabación al uso: la xilografía, la calcografía, la litografía[1] y la fotografía tras la invención[2], de la placa de autotipia o cliché por el alemán Georg Meisenbach durante la década del 1880, lo cual permitió estampar fotos sobre papel junto a los tipos de letras. De este modo, las imágenes técnicas a máquina, e ingenio humano distanciado de la manualidad directa, comenzaron a permitir el proceso de democratización de la información que caracteriza a la modernidad capitalista desde ese entonces, con la posibilidad de reproducir gráficamente; a escala regional primero, nacional, después, e incluso internacional, según el alcance y peculio del periódico como empresa; las obras de las artes plásticas: pictórica, escultórica, grabada en bajo o altorrelieves, cartelería y caricaturesca; más allá de los destinatarios selectos de una galería o de un barriada elegante y clasicista.
La obra artística dejó de ser, manifiestamente, propiedad privada del genio individual, destronado por el surgimiento de los primeras imprentas en el siglo XV, de los primeros periódicos en el siglo XVIII y de imágenes que potencialmente los hacían legibles incluso para analfabetos/as –además de poder ser leídos o recitados, y debatidos para ellos/as en tertulias públicas gracias a su brevedad– a partir de la inclusión de imágenes, lo que combinado con sus precios de productos instantáneos en comparación con los lujosos libros dedicados a la élite intelectual o artística; reeditaba por la prensa la ancestral praxis de la autoría en común –ahora en modo de ideación, redacción, edición, diseño, maquetación, corrección, impresión distribución, lección–, propia de las mitologías orales, aunque modernamente con sentido de fábrica de literatura popular y didáctica para formar y orientar la opinión pública, incluso con todo el peligro de homogeneización identitaria que la masificación implica.
Para aprovechar este progreso moderno en material editorial, Martí crea el personaje de M. de Z., a partir de la inicial de su primer apellido y la última letra del segundo. Lo hace como símbolo de la necesaria discreción con que su radicalidad se expresaría en sus colaboraciones periodísticas para La Opinión Nacional de Caracas:
[…] fundada por Fausto Teodoro de Aldrey, español de nacimiento, periodista y ensayista establecido en Venezuela, quien la dirigía junto a su hijo Juan Luis, periodista venezolano […] justamente en los talleres de los Aldrey habían visto la luz, también, los números de la frustrada Revista Venezolana, y las relaciones tanto del padre como del hijo con el Apóstol habían tan sido estrechas, que este llegó a considerarlos –a pesar de sus diferencias políticas– amigos (Martínez: La lucha por el signo…., p. 229).
Además, de estas dos relaciones, la Revista Venezolana fue un antecedente favorable, que le granjeó prestigio literario, digno de crédito, a Martí, especialmente entre los círculos más radicales de la república resumidos en la necrología martiana en honor a Cecilio Acosta, aunque su vínculo con estos y su postura encomiosa de labor del prócer venezolano recién fallecido, fue hostilizado por el gobierno venezolano, ante lo cual Martí partió de Venezuela, dejando la promisoria revista en solo dos valiosos números: el del I y el del XV de julio del 1881.
Luego, para mantener, aún en la distancia desde New York, relaciones con lo mejor de los/as lectores venezolanos/as; Martí, complementariamente, con su correspondencia íntima y epistolar con sus amigos venezolanos; estableció otra correspondencia epistolar mediante sus crónicas enviadas a modo de cartas al Director de La Opinión Nacional[3].
La política editorial de este periódico estaba al servicio del programa oficial de Antonio Guzmán Blanco orientado a la modernización de Venezuela en el sentido liberalizador de la apertura a toda tecnología y moda propias del progreso euronorteamericano como referente de la utopía del orden positivista, correlativamente distópico para todo vestigio de supuesta barbarie prehispánica o retraso hispánico, obstaculizador de la civilización transoceánica, anhelada por los/as consumidores de las propuestas promovidas por el periódico: miembros/as letrados/as de la oligarquía venezolana entre cierto laicismo inconsecuente por la fidelidad a la moralidad cristiana supuestamente separable del mesianismo religioso, que aún bajo falsos laicismos o ateísmos seguía animando la teleología unilineal progresista.
Para evitar roces innecesarios provocados por la incómoda fama del nombre José Martí en Venezuela, el pseudónimo martiano M. de Z. fue la firma de las notas de prensa para La Sección Constante, y crónicas enviadas al director como Cartas de Nueva York. La discreción de la autoría martiana además atendía a la capacidad comunicativa de este diario activo desde el 14 de noviembre del 1868 hasta el 6 de octubre del 1892, tanto en el ámbito nacional como en países vecinos, con presentación gráfica: formato y columnaje, acorde con su actualización tecnológica: “[…] como el primer diario del país en emplear una imprenta al vapor” (Ibidem, p. 229). Por su polémico compromiso con la política oficial del gobierno venezolano, cerró, luego de la destrucción de su tipografía durante una revuelta. Ya para entonces, Martí había dejado de publicar en ese diario desde el 10 de junio del 1882, a cinco jornadas de cumplir un año de colaboración. Ese mismo día, por carta a Diego Jugo Ramírez, le comenta como causa, la ligereza y despego con que Juan Luis de Aldrey, le comenzó a tratar luego de la desaparición de El Monitor.
También, en caso de decirse lo que no es, con cuentos de censuras, le adjunta a Jugo, una epístola para Fausto Teodoro de Aldrey, en aras de aclarar con la verdad cuando es menester y con el gozo de singular y considerada ternura. Por epístola del 28 de julio del 1882, a Jugo, nuevamente, le comenta el placer de haber hallado en Venezuela tribuna para los buenos amigos venezolanos, esperanza de su nación, entre los cuales estaba Fausto, antes del dolor de perder su amistad, pues, la pérdida de una tribuna periodística, le sería fácil y técnicamente resarcible a Martí, por los ofrecimientos a él hechos para colaborar en La Patria Argentina, de Buenos Aires, y en la República, de México. La dolorosa pérdida de la amistad concluyó, a 31 de julio del 1882, con la breve e impersonal carta notificatoria de Juan Luis de Aldrey a Martí, donde le salda la última cuenta adeudada a M. de Z., como corresponsal de La Opinión Nacional; adjuntándole ochenta duros, o sea, cien pesos sencillos, su último sueldo con ellos. Sin embargo, M. de Z. no murió con su corresponsalía. Sus cartas a Caracas fueron juntadas “[…] ya en libro por manos amigas, y han dado la vuelta a América […]” (Martí: OC, t. 7, 272), llegando a ser cosa del alma natural de amigos/as sinceros, leyéndose con ternura.
Por ello, esta escena de la teatral vida de Martí no se redujo a la estancia cronológica descrita por la historia, según la cual: “[…] el 8 de enero del año 1881, por consejo de algunos amigos, decidió viajar a Venezuela, donde, como en España, México y Guatemala, se destacó extraordinariamente por sus cualidades periodísticas, intelectuales, patrióticas y políticas. Un decreto del presidente Guzmán Blanco lo expulsó del territorio venezolano, razón por la cual el 28 de julio de ese año salió por el puerto de La Guaira hacia Estados Unidos, donde residió ininterrumpidamente hasta enero de 1895” (Rodríguez: Los escudos invisibles, p. 42).
Imagen de portada: Diseño de Sophie Torres Quintana. Dibujo original de José Delarra.
Referencias:
Bermúdez, Jorge R.: Martí, Comunicador Visual, Centro de Estudios Martianos, La Habana, Cuba, 2017.
Leyva González, David: Darío y Martí: diálogo entre pintura y literatura. Anuario del Centro de Estudios Martianos, 44, pp. 184-200, 2021.
Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro, La Habana, Cuba, 1975.
Martínez, Mayra Beatriz: La lucha por el signo: La Opinión Nacional. Anuario del Centro de Estudios Martianos, 30, pp. 227-246, 2007.
Rodríguez La O, Raúl: Los escudos invisibles. Un Martí desconocido. Editorial Capitán San Luis, La Habana, Cuba, 2004.
[1] Por esta vía fueron diseñados en Cuba, desde la fundación, 1839, de la Imprenta Litográfica de la Real Sociedad Patriótica de La Habana, «[…] carteles […] para promocionar corridas de toros, funciones teatrales y compañías navieras –particularmente las relacionadas con el traslado de inmigrantes españoles [peninsulares] y canarios a Cuba–.» (Bermúdez: Martí, Comunicador Visual, p. 13).
[2] Durante el siglo XIX es la fase de nacimiento de la hegemonía capitalista sobre el orden humano. Ya el capitalismo no fue más una propiedad o carácter emergente dentro de la Europa mayoritariamente feudal, con la excepción principal del caso del imperio colonial del estado nacional británico, y, en segundo lugar, del estado nacional francés. Por eso, durante el siglo XIX, hubo eclosión de inventos, la mayoría de ellos asociados a la tendencia del capital por homogeneizar y enlazar los trabajos, proletarios o coloniales, de los que se nutre:
«[…] la fotografía (1839), el aumento de gasolina (1876-87), el micrófono (1876), la máquina de escribir (1868), el teléfono (1876), el fotograbado (1878), el alumbrado eléctrico (1878), la lecha evaporada (1880), la linotipia (1884), la bicicleta (1888), la fotografía a color (1891), el tractor agrícola (1892), la aspirina y el cierre de cremallera (1893), el cinematógrafo (1895) y la primera cámara plegable de bolsillo (1895) […]» (Ibidem, p. 27).
[3] Lo mismo hacía, complementariamente también, con los periódicos La Nación, de Buenos Aires, y El Partido Liberal de México, aunque en este texto, priorizaremos La Opinión Nacional.