Accedí honrado a la invitación para participar en este acto, motivado por el legítimo orgullo de considerarme capaz de añadir con mi testimonio, una perspectiva de familiaridad, sin desdoro del asombro y el privilegio que constituyó haber conocido a un ser tan excepcional y tan entrañable como fue y es Eusebio Leal en nuestras vidas.
Pero de sólo comenzar me enfrento a un reto que siento me sobrepasa, porque para lograrlo precisamente requeriría de uno de los más señalados dones del propio Eusebio, su torrencial elocuencia, para referirme a él de manera apropiada.
Todos recordamos su inolvidable modo de oratoria, apasionada, persuasiva, tan erudita como imaginativa, lo mismo desde la tribuna pública, que en la intimidad de una confidencia. Porque estamos hablando aquí probablemente del mejor orador cubano de los últimos cien años, y de un verdadero orfebre de la conversación. Entonces, uno piensa en Martí. Y quizás les pasa a ustedes también que se han preguntado cómo sería la voz de Martí y alguna vez sentimos, escuchando a Eusebio, con un estremecimiento súbito, que así pudo haber sido la voz de Martí.
¿Cómo fue que nos conocimos?
En realidad, sólo conservo una imagen muy borrosa del día que vi por primera vez, hace más de 60 años, a aquel joven actor aficionado, representando un papel secundario en una modestísima puesta teatral del Cántico de Navidad de Charles Dickens, en el teatrico pobre de la parroquia de Arroyo Apolo. De aquella jornada recuerdo mejor a los protagonistas principales de la puesta que eran nada menos que los inmensos poetas Octavio Smith y mi tío Eliseo Diego, que acaparaban la trama y también mi curiosidad infantil. Sin embargo, el propio Eusebio en una entrevista, al referirse a aquella aventura teatral de su juventud, relata que ahí fue que entró en contacto con los poetas mencionados y confiesa que conoció a mis padres, y a sus hijos, Sergio y José María. Y ese recuerdo que resultó ser más suyo que mío, se ha vuelto imborrable.
Durante todo ese tiempo, que antecede a la juventud, nuestra relación aparentemente no evidenciaba signos visibles de crecimiento, pero a medida que comienza a conocerse el proceso transformador del Centro Histórico, lidereado por Eusebio, ya era imposible no percibir y ser testigo de su descomunal tarea de reconstructor y desear como artistas y como ciudadanos ser de algún modo parte de ese renacimiento moral y material de la ciudad, que Eusebio estaba librando, con la determinación y la fe de un visionario.
Así que nos fuimos acercando cada vez más, en inolvidables y siempre enriquecedores encuentros, en nuestros respectivos hogares, o en los hermosos espacios que su quehacer incesante rescataba de la ruina y del olvido, para ponerlos al servicio de la belleza y de la cultura. En todos estos años, en la maduración profunda de nuestra amistad, debo decir que jugaron un papel decisivo las dos personas más importantes de mi vida, mi esposa Silvia y nuestro hijo José Adrián.
Y aquí podría extenderme en detalles de tan honda significación como el hecho de que Eusebio en 2004 (este año serán 20 años ya) accedió a ser nuestro padrino de boda por la lglesia, cuando decidimos, luego de 31 años de matrimonio civil, renovar nuestros votos ante la fe que compartíamos. Es que ya para entonces Eusebio era parte de nuestra familia espiritual y no quiero dejar de mencionar su amorosa apreciación de la obra de Silvia como pintora.
Recuerdo sus elocuentes palabras de elogio y aliento desde las primeras exposiciones, y su deseo expreso de tener un retablo suyo, y Silvia en la Galería Carmen Montilla, diciéndole: “Escoge el que quieras”. Y él, “que no”. Quería una obra nueva, una creada para él. Y añadió una precisión a su pedido, reveladora de otro de sus rasgos distintivos: “Pero fíjate, no una virgen. Una mujer”. Así surgió el retablo de “La Novia de la Ciudad”, que Eusebio colocó y mantuvo hasta su partida, en su cuarto, donde cada objeto tenía un significado afectivo y emocional.
Este repaso de memorias y gratitudes no puede pasar por alto el apoyo irrestricto de Eusebio al proyecto de nuestra Casa Vitier García-Marruz. Conmueve recordarlo, entregando a esta causa sus últimas y preciosas energías y depositando en nuestro hijo el compromiso de darle cumplimiento, con toda la confianza y la ilusión que un maestro pude poner en un discípulo.
Quisiera ahora compartir algunas ideas relacionadas con el legado de Eusebio y lo que a mi modesto entender constituyen claves tanto de la originalidad como de la permanencia de su pensamiento. Que es lo que hace su figura tan familiar como irrepetible. Cómo convivían en su proyección humana lo histórico y lo cotidiano, lo popular y lo clásico, la erudición y la fabulación, la solemnidad y la broma, la raíz estoica y el placer mundano; en definitiva, cómo se insertaba su cubanía en un marco de valores universales y cómo se nutrían de tradiciones patrias sus visiones de futuras utopías.
Verdaderamente, a la luz de estas paradojas, en Eusebio podría aplicarse lo que Céspedes dijo en una ocasión de sí mismo: “Ninguna medida me viene, ninguna facción se me asemeja”. Y no sería, por cierto, casual esta semejanza con el Padre de la Patria, cuya vida Eusebio estudió y comprendió como nadie.
Es que en Eusebio se confirma una peculiarísima característica, recurrente en la historia de nuestra nación cuando reconocemos en la singularidad de los rasgos de uno solo de sus hijos algo que nos representa, de algún modo misterioso, a todos.
Así, a veces una voz incomparable, un estilo único, un carácter atípico, inimitable y solitario puede crear un nuevo paradigma, referente de otra manera de ser cubano que desconocíamos, y que ya incorporamos como ese “misterio que nos acompaña” como decía Lezama de Martí. Y pienso que algo así ocurre con Eusebio, cuando sentimos que su impronta inaugura una inesperada dimensión del ser cubano.
Quiero finalmente referirme a nuestros últimos encuentros y compartir con ustedes las siguientes reflexiones.
Ya sabedor de su escaso tiempo disponible, Eusebio, creo que percibía el contraste dramático entre la inmensidad de sus sueños y la brevedad de la vida. Cómo imaginaría el futuro de la obra inconclusa quien tanto había luchado por ese mismo futuro, frente a formidables e imposibles y adversidades.
Y por primera vez, por lo menos ante nosotros, pudimos sentir en él la sombra de su angustia.
“¿Qué pasará con todo esto?”, nos dijo, sentado en su oficina, rodeado de sus innumerables y merecidísimos reconocimientos, en este centro de una ciudad que cada vez parecía más un monumento a su apasionada y heroica labor, donde cada calle guardaba el eco de sus andares y cada edificación era como deudora de su pasión por una Patria, que fuera la Casa martiana de Todos y para el Bien de Todos.
Sentimos que aquella pregunta no estaba sólo relacionada con los terribles factores externos, el abominable bloqueo, cuyos efectos él conocía, sufría y enfrentaba cotidiana y estoicamente (en realidad, yo al menos, no recuerdo que Eusebio acostumbrara a repetir lo que todos sabíamos acerca del bloqueo). Más bien recuerdo, sobre todo en sus últimos años, su frecuente denuncia de nuestras propias insuficiencias, los riesgos de nuestra propia desidia.
Muchas veces hubo de lidiar contra la inercia autoritaria e inculta, la amnesia histórica y en definitiva la desconfianza, la sospecha y la incomprensión de los que, puertas adentro de nuestra propia casa, no podían o no sabían o sencillamente no creían en la esencia del amor como energía revolucionaria y revolucionadora del ser humano.
Por muy desalentador que resulte el vacío (esta especie de orfandad en que nos sume su ausencia), y pese a las dudas que todos hemos experimentado ante la magnitud de los peligros y nuestra capacidad para vencerlos, debemos sostener la esperanza de que, si mantenemos el rumbo que trazó Eusebio con su ejemplo, su rechazo a las riesgosas soluciones clonadas (del Norte o del Este), ajenas a nuestra idiosincrasia y a nuestra realidad, y esa vocación de eticidad que es “el sol de nuestro mundo moral”, significa que aún seguimos en el lado correcto de la Historia, que es el de la fe en el mejoramiento humano y la virtud, el de ”la verdad repartida como un pan terrible para todos”, el bando martiano de los que aman y construyen.
Hoy el entorno sigue siendo incluso más amenazante, más resistente a los cambios urgentes e impostergables, a veces demasiado aferrado a un inmovilismo doctrinario, reacio al potencial creador de lo diverso, y al respeto de las diferencias necesarias y honestas en las que se expresa del modo más seguro la unidad soberana de una nación.
DENTRO DEL AMOR TODO, FUERA DEL AMOR, NADA. Esa quizás puede ser una premisa que comience a delinear una respuesta a la pregunta que Eusebio deja al cuidado de los que tenemos la misión de preservar y concluir su obra.
Y termino citando las palabras finales que pronunciara nuestro hijo José Adrián Vitier, ante la tumba que guarda los restos de Eusebio, en el pequeño jardín de la Basílica Menor de San Francisco, en el corazón de La Habana y en el corazón de todos los cubanos: “Por expandir el horizonte de nuestra Isla, por alentarnos con ejemplo a defenderla, a enriquecerla y disfrutarla, demos gracias a nuestro Eusebio, con palabras, con actos, y con la vida entera. Cuba lo merece”.
Gracias
Palabras pronunciadas en el Museo de la Ciudad, en ocasión de conmemorarse el 82 natalicio de Eusebio Leal, Eterno Historiador de La Habana (Tomado de La Jiribilla).
Imagen de portada: Eusebio Leal. Tomada de Juventud Rebelde.