Estamos presenciando el colapso del mundo occidental, no en una explosión repentina, sino en un lento y prolongado proceso que ha sido acelerado por la guerra en Ucrania. Las élites políticas occidentales, envueltas en su propia arrogancia y bajo la falsa creencia de la superioridad moral del “Orden occidental sometido a reglas”, observan cómo sus cuidadosos planes para Ucrania se desmoronan. Lo que se perfilaba como una victoria rápida sobre Rusia ha evolucionado en una pesadilla geopolítica, en la que el triunfo occidental se desvanece, y la victoria del ejército ruso se presenta ya como una mera cuestión de tiempo.
Las élites partieron de un supuesto erróneo: subestimaron a Rusia, un país que el expresidente Obama llegó a describir despectivamente como una “gasolinera con armas nucleares”. La fantasía de que Rusia no cumpliría sus promesas ni respondería a las provocaciones ha dominado la narrativa en Occidente. Esta miopía ha llevado a muchos a creer que el conflicto podría limitarse a Europa, permitiendo a Estados Unidos aparecer, más adelante, como el gran salvador de Europa, como ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, esta ilusión ignora completamente las realidades del poder destructivo acumulado por las potencias en conflicto.
La sumisión de la Unión Europea
El 19 de septiembre de 2024 el Parlamento Europeo votó una resolución que elimina las restricciones sobre el uso de misiles de largo alcance por parte de Ucrania. Con 425 votos a favor, 131 en contra y 63 abstenciones, esta votación marcó un punto de inflexión en la política europea. No solo representó una intensificación del conflicto, sino que también evidenció la desconexión absoluta entre los europarlamentarios y la ciudadanía europea, que mayoritariamente rechaza la guerra.
Esta resolución, que fue impulsada por los grupos del Partido Popular Europeo (PPE) y los Socialistas y Demócratas (S&D), no solo busca facilitar el uso de armamento contra Rusia, sino que también pretende incrementar el gasto militar a costa de los presupuestos públicos, poniendo en peligro áreas clave como las pensiones, la sanidad y la educación.
Lo que resulta irónico es que estas fuerzas políticas, que supuestamente representan visiones opuestas, ahora convergen en su apoyo a la militarización de Europa. Incluso los partidos verdes, que en su origen defendían el pacifismo y el ecologismo, votaron a favor de la resolución, traicionando así sus ideales fundacionales.
Esta transformación es un reflejo de la descomposición de la “izquierda woke”, que ha pasado de ser una fuerza movilizadora a convertirse en un engranaje más del sistema. Una izquierda que se ha acomodado al poder, contribuyendo a desactivar cualquier oposición real a las políticas neoliberales y belicistas que dominan el escenario político europeo.
Oposición inesperada y alianzas irónicas
Lo que resulta sorprendente es que partidos tradicionalmente belicistas y críticos con la integración europea, como Alternativa por Alemania (AfD), Rassemblement National (RN) de Marine Le Pen y La Liga de Matteo Salvini, votaron en contra de la resolución.
En un giro irónico, estos partidos de extrema derecha, que históricamente han apoyado políticas agresivas, ahora se presentan como los defensores de la paz. ¿La razón? No es difícil adivinarla: su “pacifismo sobrevenido” es una mina de votos. Los electores europeos, hartos de la guerra, son presa fácil de estos partidos, que han sabido capitalizar el creciente descontento popular hacia la política exterior intervencionista de la Unión Europea.
Por otro lado, partidos de la izquierda tradicional, como The Left, Podemos y Sumar, también rechazaron la resolución, uniéndose a la Alianza Sahra Wagenknecht, el nuevo partido en Alemania que se opone firmemente a la escalada militar. Aunque sus razones son distintas a las de la extrema derecha, ambos grupos reflejan el creciente malestar en Europa hacia la política bélica.
La maquinaria de guerra se pone en marcha
Aunque la resolución no es vinculante, constituye una clara declaración de guerra a Rusia. Los eurodiputados han tomado esta decisión sin consultar ni recibir la aprobación de la ciudadanía europea. Aunque el Parlamento Europeo no tiene poder legislativo en materia militar, esta votación refleja la presión creciente de las élites políticas y militares por intensificar el conflicto.
El almirante Rob Bauer, jefe del Comité Militar de la OTAN, ha sido uno de los defensores más beligerantes del uso de misiles de largo alcance contra Rusia. Sus declaraciones, junto con las del Secretario General de la OTAN Jens Stoltenberg, forman parte de una estrategia para preparar a la opinión pública europea para una confrontación directa con Rusia. Bauer ha dejado claro que la OTAN no puede esperar a ser atacada; debe ser la primera en actuar, incluso si eso significa desencadenar una guerra total.
El mayor general Vahur Karus, jefe del Estado Mayor de Estonia, no ha sido menos belicoso. A pesar de que Estonia cuenta con una fuerza militar de apenas 7.000 efectivos, Karus ha declarado su disposición a liderar un ataque contra Moscú, en una clara emulación de los delirios imperiales de los líderes europeos del pasado. Este tipo de retórica megalómana solo añade más leña al fuego, acercándonos peligrosamente a un conflicto de escala mundial.
Un sistema en descomposición
Lo que estamos presenciando no es solo el resultado de decisiones políticas equivocadas, sino el colapso de un sistema geopolítico y económico que ha dominado Occidente durante décadas. El neoliberalismo, que ha sido el motor de la expansión económica de Europa y Estados Unidos, está en pleno colapso. La OTAN, temerosa de una victoria rusa en Ucrania, se enfrenta a una crisis interna que amenaza con desestabilizar toda la alianza. Mientras tanto, la Unión Europea sigue siendo el brazo político de la OTAN, actuando bajo su mando y alimentando el conflicto en lugar de buscar soluciones diplomáticas.
El auge de los BRICS y el posible establecimiento de un sistema de pagos internacional fuera del control del dólar han puesto a Estados Unidos en una posición defensiva. El dominio económico y militar de Occidente está siendo desafiado, y las élites políticas y militares parecen incapaces de responder de otra forma que no sea intensificando la guerra. Pero esta estrategia, lejos de resolver los problemas, podría llevarnos a una catástrofe de proporciones globales.
El despertar de una pesadilla
La ciudadanía europea, que alguna vez creyó en el sueño de una Europa unida, pacífica y próspera, está a punto de sumergirse en una pesadilla. Los líderes políticos, en lugar de buscar la paz y la estabilidad, han optado por la guerra, guiados por intereses económicos y estratégicos que benefician solo a unos pocos.
El 19 de septiembre de 2024 no será recordado como una fecha más en el calendario europeo, sino como el día en que quedó claro que las instituciones de la Unión Europea ya no sirven a sus ciudadanos, sino a las grandes corporaciones y a los grupos de presión que financian las campañas de sus eurodiputados.
Los políticos europeos han traicionado a sus votantes, ignorando el clamor por la paz que resuena en todo el continente. Han tomado el camino más fácil: el de la guerra. Y ahora, el destino de Europa está en juego. Las decisiones que se tomen en las próximas semanas determinarán si el continente cae en el caos o encuentra una salida para evitar el desastre inminente (Tomado de El Viejo Topo).