Recientemente una llamada Fiesta del Cachete, en La Habana, disparó alarmas. Certamen con mirada de varón, el “gancho” más ostensible del cartel promocional estaba dirigido a las mujeres: “El short más corto se premiará con una caja de cerveza”. No era una convocatoria a la libertad en el vestir, sino un apoyo a la manipulación sexista de la imagen femenina: más exactamente, al uso de la mujer como objeto de contemplación o goce sexual.
Habrá quienes recuerden un “chiste” en torno a vehículos que hace décadas causaron furor y cuyo diseño conquistó el bautizo popular de “cola de pato”. Algunos todavía se ven en el museo automovilístico rodante que es La Habana. Pero, para que incluso quienes ni siquiera hayan oído hablar de aquel diseño entiendan la “jocosidad” que se le asoció, este articulista se arriesga a recordarla con todas sus letras: “Lo que una mujer necesita para tener un cola de pato es un culo de puta”. Un mote “elogioso” destinado a la mujer era o todavía es precisamente carro, y un carro está hecho para montarlo.
Tampoco se trata, ¡ni remotamente!, de seguir viendo perversidad en el sexo y los placeres —tan humanos y apetecidos— que él proporciona, satanizados por extremos religiosos y “moralizantes”. Pese a los arropamientos creados no solo para enfrentar desafíos climáticos, sino especialmente para obedecer a tales dogmatismos, la desnudez no es pecaminosa. Pero quiérase o no se quiera, la humanidad carga con normas y valores, aunque no todos merezcan igual consideración, y con prejuicios.
El cuerpo de la mujer ha sido objeto de una manipulación sexista-comercial de larga data, que sigue prosperando al amparo de la desprevención y de una “picaresca” que a menudo pulsea con la estupidez y la ausencia de ética. Un ejemplo es el de anunciantes inescrupulosos que, en busca de lectores para textos sobre la arisca y singular Sentinel del Norte —isla administrada por la India—, acuden a imágenes visuales exageradas que supuestamente corresponden a mujeres de ese territorio, y ni ahí se detienen: según el cintillo de una de las ilustraciones representativas de tal morbo, las mujeres de esa isla practican sexo cuarenta y cuatro veces al día. ¿Habrá que considerarlo humorístico?
Aunque tales manejos no se estimen familiares en Cuba, no se debe desatender lo que pase aquí, donde preceptos legales y campañas educativas no han puesto fin a hechos indeseables. Se ha denunciado el uso de la imagen de la mujer —con toques de racismo incluidos— al servicio, por ejemplo, de la promoción turística y de centros de esparcimiento. Promoción hecha, añádase, por instituciones estatales, no solo privadas como las que prosperan hoy y también deben tener y cumplir normas culturales y éticas.
Hace más de una década el autor del presente artículo llamó la atención sobre el tema, con texto y fotos, al ver una consigna publicitaria de la Bucanero, cerveza de reconocida calidad y que merece perdurar. Pero con el fin de ponderarla se usó la consigna aludida, que merece haber desaparecido por completo: “Una cerveza para hombres”.
Es un craso error —marcado por visión sexista y patriarcal— estimar que el enfrentamiento de esos males es deber exclusivo o principal de la Federación de Mujeres Cubanas, o de mujeres que asuman por su cuenta la tarea. El sexismo debe enfrentarlo la sociedad en su conjunto, con sus instituciones: desde las máximas jerarquías del Partido, el Estado y las organizaciones de masas, pasando centralmente por la educación —que no se agota en el importante pero no siempre robusto ámbito escolar— hasta movilizar eficazmente a la ciudadanía en general.
Frente a la mencionada Fiesta del Cachete —cuya publicidad textual y gráfica sugería asociar “cachetes” con mejillas concretas: “los glúteos de las mujeres”— resultó natural que se alzaran, y lo hicieran bien, voces femeninas. Pero debió haber movilizado a voces masculinas también, porque el asunto concernía, concierne, a la sociedad toda. Así como la emancipación del proletariado —una de las causas que parecen olvidarse en las vorágines de confusiones que pululan, y supuran— no es solo tarea de esa clase social, que sigue existiendo a pesar de las vorágines aludidas.
Claro que no se avanza mucho si las propias mujeres enfrentan resueltamente su manipulación sexista solo cuando esta se manifiesta de manera escandalosa. Deben hacerlo siempre, y no participar —como si fuera una gracia— en expresiones “benignas” de esa manipulación, como exhibir ellas mismas su imagen con egolatría de vanidades. Tal propensión puede exacerbarse hoy en las redes sociales, pero es vieja, como en general lo es el uso sexista y mercantil de la figura de la mujer. El tema, de serias implicaciones culturales, este articulista lo ha tratado en varios textos, uno de ellos reciente.
Dada la responsabilidad que ellos y ellas tienen, ese tema puede concernir de manera particular a profesionales de la comunicación social, pero no se excluyen otros. En todo caso es necesario saber bien qué ideal de mujer debe cultivarse en una sociedad como la que durante décadas ha intentado Cuba construir, y que hoy tiene ante sí —y dentro— obstáculos muy graves.
No es fortuito que una trabajadora de la comunicación social que aquí se balanceaba en una cuerda floja entre los deberes de esa labor y el regodeo en su propia imagen física, emigrase a Miami. Allí podrá por lo menos aspirar a ser tenida en cuenta por ciertos sondeos que forman parte de la maquinaria montada para manipular a la emigración cubana, y buscan decidir cuáles son las influencers de esta nacionalidad más bellas y codiciadas, las que “más buenas” están, para emplear los términos de esa promoción, con presentadores que distan de la elegancia mínima.
El individualismo generado por semejante forma de sociedad, y que nos llega y contagia por distintas vías —tiene expresiones vernáculas—, podrá estimular que la mujer se rebaje en la banalización, y renuncie a la plenitud laboral, profesional, social, humana, a la que tiene derecho, y con la que tiene deberes. Pero renuncias similares no se dan solo en personas del sexo femenino: son una realidad humana, es decir, de los seres humanos en general.
Tras décadas en que, por ejemplo, el proyecto socialista cubano cultivó para el deporte valores alejados del mercantilismo, hoy se ve llevado —y hasta presionado por necesidades económicas— a otras concepciones. En el caso particular del boxeo se intentó mermar la violencia heredada de siglos de barbarie en el mundo, y ahora se regresa al boxeo rentado, del que Fidel Castro quiso librar a Cuba. Alguien especialmente autorizado para hacerlo, dio testimonio de ello en una entrevista publicada en Granma en 2016, y refrescada en estos días.
Alcides Sagarra, legendario formador de boxeadores para el movimiento deportivo revolucionario, apuntó al rememorar sus conversaciones con el Comandante: “Si bien era un seguidor del boxeo, no lo era de su versión profesional”, por considerarla “una práctica donde imperaba la explotación del hombre por el hombre, y una vez que ese púgil pasaba al retiro se abandonaba a su propia suerte por la sociedad mercantilista”.
Pero así como hay mujeres que deciden ejercer el derecho a exhibir su rostro y su cuerpo, y lograr dividendos con ello, aunque solo sea emerger triunfantes o al menos pantallear en concursos de belleza, hay hombres —y ya también mujeres— que optan por pelear a golpes, asumiendo las consecuencias que estos pueden tener para su salud y hasta para su vida. Tienen, además de “pasión vocacional”, el aliciente de las ganancias alcanzables con un espectáculo que sigue gustando, como no pocas personas en el mundo disfrutan las corridas de toros —y en la propia Cuba la lidia de gallos, y de perros—, pese al creciente rechazo que por fortuna suscitan esas prácticas.
Con la intención de explicarlo casi todo, se echa mano hoy al axioma o comodín de que “los tiempos cambian”. Aunque haya quienes —muchos o pocos— se empeñen en desconocer verdades iluminadas por el pensamiento revolucionario, emancipador, y sucumban a la lima no tan sorda de la ofensiva cultural capitalista, una verdad permanece en pie para quienes decidan verla: todavía la humanidad transita por su prehistoria, y ni siquiera ha dado pruebas fehacientes de capacidad para asegurar su propia supervivencia y llegar a ser plenamente humana.
En semejante camino, los más nobles ideales pueden darse de cachetes contra las realidades imperantes. Pero eso no autoriza a desentenderse de ellos, y menos aún a pretender que se olviden, lo que sería traicionarlos.