Escribí esta crónica más de diez años atrás. He vuelto una y otra vez a la Venezuela Bolivariana, que en lucha permanente logra vencer la conjura del imperialismo norteamericano y de la ultraderecha fascista. Como siempre ratifico mi solidaridad permanente con su pueblo y su Revolución y exijo respeto a su soberanía, a la limpieza ética que es tradición chavista, a la dignidad de sus instituciones y a la determinación popular en las urnas del domingo 28 de julio, cuando Nicolás Maduro Moros, como candidato del Gran Polo Patriótico, obtuvo una resonante victoria. “Nuestro deber es luchar” afirmó Fidel y mantenernos fieles a esa voluntad es el mejor homenaje a los Comandantes Chávez y Fidel en sus cumpleaños 70 y 98, respectivamente.
Cuba, 9 de agosto de 2024
Chávez, Fidel y Nuestra América
A esas horas de la noche –noche densa al borde del mar y al pie de las montañas en el aeropuerto de Maiquetía– no conseguía divisar las vereditas sinuosas y el equilibrio mágico de la arquitectura rústica y deslavada de los cerros. Aquella vez solo vislumbraba los destellos innumerables, tantos que parecían infinitos.
Con la vista fija más allá del cristal de la ventanilla del avión, pensé: “Las elevaciones parecen árboles de Navidad”. La inocencia de la idea me desconcertó: ¿podía desconocer que las luces eran un espejismo? Fue la primera vez que tuve la certeza firme de que la luz podía ser sombra, de veras oscuridad en el territorio convulso de la pobreza, una guerra a tiros la mayoría de las veces, y otras, un silencio sobrecogedor, como susurro que quema el espíritu cuando por mucho tiempo estuvieron cerrados los caminos y la desolación fue acumulándose. A pesar de la claridad de las bombillas la noche era profunda y vieja, y se había enseñoreado durante largos años en Venezuela, la nación a la que el Comandante de la boina roja quería redimir. La tarea tenía dimensiones descomunales, para ello debía además encarar a los poderosos, a las retrógradas fuerzas de la oligarquía y el despotismo que por aquellos días llamaban a un referéndum revocatorio.
“Sí, me convencí, los destellos parpadeantes, casi alegres, son pura ilusión. Detrás de cada uno existe siglos de olvido”.
“¡Qué difícil andar tiene Chávez por delante!” –medité. “¡Qué fuerza debe desplegar para cambiarlo todo, para fundar una patria nueva, una como la que cantaba Alí Primera: “¡La patria es el hombre muchacho, la patria es el hombre!” Llegué a la convicción de que Chávez tenía que ser el viento, el aire, el agua; tenía que ser los montes y una fuerza de la naturaleza, porque no solo se trataba de salvar y transformar las paredes del tiempo, sino el alma y la vida de la gente. La estatura de Chávez debía alcanzar la de Simón Bolívar, cuando en la lucha por la libertad de nuestras tierras, atravesaba los páramos de Los Andes, los filosos y secos riscos de las alturas, apenas cubiertos de amarillos y aterciopelados frailejones, en medio de un frío brumoso y húmedo para recorrer miles de kilómetros hasta el Potosí.
Sé que no era únicamente mi intuición la que me fortalecía en la idea de que a la mañana siguiente se desvanecería el encanto engañoso de tantas luces y afloraría, sin tapujos, la triste realidad. Lo sabía porque desde 1989, Venezuela se había adentrado en nosotros como una vivencia ineludible. No solo se trataba de lo entrañable cercano que cualquier hijo de Cuba podía sentir al pie de la estatua de Bolívar en la Plaza, remembranza del amor de hijo que José Martí sentía por el Libertador, aprendido por todos lo cubanos en las escuelas de nuestra Isla. Evocaba una tarde de 1989, en la redacción del diario Granma, adonde llegó consternada mi colega Sara Más, a su vuelta de la toma de posesión de Carlos Andrés Pérez. Sara contaba lo que sus ojos habían visto al levantar la vista en Caracas. Lo más hiriente para ella era la insondable pobreza que prevalecía junto a la riqueza desmesurada, la desfachatez del abismo, un abismo que nosotros los cubanos no podíamos ni imaginar porque el pueblo, después de la Revolución, llevaba una vida decorosa, digna e ilustrada, a pesar de una geografía de escasos recursos naturales y del bloqueo despiadado de los Estados Unidos.
También ese año llegó la noticia del Caracazo, el estallido popular y la represión feroz desatada contra los pobres. Todo nos parecía emparentado y cercano a la historia del Bogotazo, allí donde en 1948, Fidel había echado su suerte con el pueblo dolido y desbordado de Colombia por el asesinato de su líder Jorge Eliécer Gaitán. Cuando en 1992, comandada por el Teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías, tuvo lugar la rebelión cívico-militar del 4 de febrero en Venezuela, lejos estábamos de imaginar que aquellos soldados eran de la estirpe de los militares revolucionarios del continente, de la línea militante de hombres como el brasileño Luis Carlos Prestes, el General mexicano Lázaro Cárdenas, el peruano Juan Velasco Alvarado, el uruguayo General Líber Seregni o el panameño Omar Torrijos. Incluso, dos años después, en 1994, al salir Chávez de la prisión, pocos de nosotros avizoramos su estatura de gigante. Al menos en Cuba, tuvo Fidel que mostrárnoslo, al recibirlo en el aeropuerto internacional de nuestra capital. ¿Quién era aquel joven enérgico que discursó en el Aula Magna de la Universidad y que Fidel distinguía de manera tan especial? Chávez venía desde lo hondo de la historia y se proyectaba al futuro. La entrañable hermandad se selló entonces entre ambos gigantes: padre e hijo revolucionarios de Nuestra América.
Para abril del 2002 mi labor periodística me había adentrado en la vida del Comandante Fidel y trabajaba como investigadora en el Consejo de Estado, en especial en el seguimiento noticioso cotidiano. Fue por esa razón que presencié lo tremendo vivido en el Palacio de la Revolución el 11 de abril de aquel año. Recuerdo la intensidad de las gestiones, supe que el Comandante en Jefe Fidel Castro se comunicaba con María Gabriela, recibía y hacía llamadas, recababa apoyos diplomáticos, preveía circunstancias y soluciones, luchaba sin descanso para que se preservara la valiosa vida del Presidente asediado en Miraflores, durante el golpe de Estado. Recuerdo que en medio de las noticias adversas de la mañana del 11 de abril, alguien a mi lado, quizá pesimista o abatido ante los acontecimientos, se sorprendió de una afirmación rotunda que expresé entonces: “Esta historia está comenzando ahora”. A partir de la victoria revolucionaria del 13 de abril, seguí los trabajos de la Comisión Política Especial de la Asamblea Nacional de Venezuela que, sin carácter vinculante en material penal, analizó los hechos del golpe. Ya nunca más me aparté de la vida cotidiana política, económica y social de Venezuela, que he seguido al pie de las trasmisiones de varias cadenas televisivas, lo cual me ha permitido desde entonces, además, contrastar enfoques, escenarios y contextos. Fue en las sesiones de aquella comisión que reconocí la valentía de mujeres como Cilia Flores; ellas encaraban a los golpistas con una determinación y firmeza extraordinarias. En las primeras semanas también nos llegó el testimonio real y crudo de lo acontecido en Puente Llaguno, donde la verdad verdadera del complot golpista afloraba en elocuentes imágenes que antes habían sido silenciadas y manipuladas.
Recuerdo que todos los domingos me iba al Palacio de la Revolución en la Plaza para ver el programa Aló Presidente que Fidel seguía sin falta en medio de sus obligaciones de líder en ejercicio, al frente de los destinos de nuestra Revolución. Viví luego intensamente, minuto a minuto, durante días y noches, el desarrollo de los acontecimientos en los difíciles meses posteriores al golpe y que antecedieron al paro petrolero, jornadas de sabotajes y dificultades inmensas cuando Chávez, con la solidaridad de su pueblo, de sus seres queridos y de otras naciones y líderes de Latinoamérica, consiguió vencer. Si me preguntaran una frase que resumiera aquel tiempo digo: buque Pilín León.
La preocupación de Fidel era constante. Con recurrencia me viene a la mente una madrugada, cuando el Comandante en Jefe se encontraba de viaje en la oriental provincia de Holguín. Llamó a la oficina, si no recuerdo mal cerca de las dos de la mañana, con el propósito de actualizarse sobre las palabras que todavía Chávez, a esa hora y desde las 8 de la noche del día anterior, pronunciaba en el Salón Ayacucho, en el Palacio de Miraflores. Como parte del pulso político al que no cedía, el Comandante Chávez había convocado a los diputados a la Asamblea Nacional de entonces, para responder a los golpistas que pretendían interpelarlo; ninguno de ellos tuvo el valor de concurrir a la cita, solo uno de los opositores, hijo de Caldera, el expresidente. Al amanecer Fidel discursó bajo una lluvia torrencial que nunca olvido.
Después del golpe petrolero de diciembre de 2002 y enero del 2003, Chávez emprendió el camino de las misiones sociales con que profundizó su revolución a favor de los postergados eternos, para las cuales recibió la solidaridad de la Revolución Cubana. Nacieron Barrio Adentro, Yo sí puedo, Robinson, Rivas, y muchas otras, entre ellas la Misión Milagro. Esta última fue la que propició nuestro viaje a Venezuela. Arribamos a fines de julio del 2004. Yo iba como coordinadora de un grupo de periodistas y fotógrafos cubanos que buscaría, en lo profundo del país, historias de una misión aún no revelada: la Misión Milagro, como se denominó al empeño de Cuba y Venezuela de asistir quirúrgicamente a todos los que padecían de cataratas, una situación que impedía a numerosas personas aprender a leer y escribir, abrirse paso en la vida. Pocos días después de nuestra llegada, desde la ternura, el propio Comandante Chávez, explicaba el significado de aquel programa social: “…Un señor dice que tenía treinta años que no podía verle la cara a sus hijos, a su mujer; que no podía ver un amanecer, un crepúsculo, un turpial volando; y de repente, en una semana, regresó mirando los crepúsculos de Lara, los amaneceres de Oriente…”.
Al llegar a Caracas, pedí ir a la estatua de Bolívar y a Puente Llaguno, en este último sitio recuerdo la luz de las velas siempre encendidas para rendir homenaje a los hombres del pueblo que habían sido abatidos allí por defender a la Constitución y a su Presidente. Luego, mientras recorríamos la ciudad hasta llegar al hotel Anauco confirmé que me eran familiares las avenidas: Urdaneta, Universidad, Bolívar… Sentía asombro al reconocerlas como si antes las hubiera recorrido. Algunos de mis compañeros quedaban perplejos de que me fueran tan cercanas las bifurcaciones, las palabras, los grafittis, los seres, las voces políticas.
Llegamos por aquellos días del comienzo de la Misión a registrar los testimonios de quienes habían sido rescatados de las penumbras. Iniciamos así un largo viaje por las ciudades, los llanos y las sierras de Venezuela, porque esa era también una virtud de la propuesta: llegar a los lugares más remotos y a los invisibles y olvidados de siempre. A mí me correspondió ir a los cerros de Caracas y a los Estados Anzoátegui, Monagas, Delta Amacuro y, más allá de las aguas espesas del Orinoco, a Bolívar. El recorrido comenzaba y terminaba en las madrugadas, a veces entrevisté a pacientes al filo de la medianoche, luego llegaba a las coordinaciones médicas cubanas casi al amanecer y desde allí escribía a La Habana, para que los compañeros de guardia en la oficina informaran a Fidel, invariablemente pendiente, atento al recorrido y a las vivencias de aquella expedición. El 13 de agosto de ese mismo año, en una madrugada aciclonada dijo: “Ahora hay aviones volando entre Venezuela y Cuba, que están trayendo y llevando pacientes. ¡Un buen número de pacientes venezolanos!
“Esta, por donde viene el huracán, es una ruta normal, la más cercana entre Cuba Venezuela, que es en dirección sureste.
“Hoy mismo, ellos en Venezuela, publicaron un documental breve, muy interesante, de un número elevado de personas operadas de cataratas en Cuba… Había una de 42 años que desde los tres años tenía cataratas, y el hijo de 11 años también, porque a veces es hereditaria. Es un documental muy impresionante […] Impresiona mucho el fenómeno de alguien que no ve, que es ciego, con una catarata congénita, o como el padre que a los tres años quedó ciego y después transcurren 39 años sin ver […]”
Como decía, en julio y poco después, también en septiembre de 2004, cuando volví para entrevistar a niños operados de la vista, vivía la sensación de que pertenecía a Venezuela. Llevaba en el alma a José Martí en su petición “Déme Venezuela en qué servirla, ella tiene en mí a un hijo”. Lo que entonces aún no podía adelantar era que estaba apenas en el comienzo de una historia entrañable con Venezuela y que presenciaría pasajes hermosos de la amistad profunda entre Fidel y Chávez.
De regreso otras veces y para siempre
Regresé a Caracas en el año 2008 para presentar junto a nuestro entonces Ministro de Cultura Abel Prieto, el libro del Comandante en Jefe La Paz en Colombia. La impresión que tuve esa vez fue la de una Revolución que avanzaba a pasos de gigante y se consolidaba con sueños realizados. Para entonces ya había conocido personalmente al Comandante Hugo Chávez. No podría olvidar que, a fines del propio año 2004, había vivido de cerca un encuentro maravilloso entre Fidel y Chávez, diez años después de aquella primera visita del Comandante de la boina roja a Cuba. Fidel aprovechó para entregarle como obsequio conmemorativo la réplica de un documento histórico, donde aparecían manuscritos los telegramas redactados por él para poner sobre aviso de la salida de la expedición del Granma a los coordinadores del Movimiento 26 de Julio en Cuba. Fidel había firmado los mensajes con seudónimos y, coincidentemente, uno de ellos lo había rubricado como Doctor Chávez. El Comandante amigo, en diálogo ocurrente y cordial, le reclamó que, para 1956, él todavía era muy pequeño. Fidel, lúcido y garciamarquiano, le respondió: “Pero yo sabía que tú venías”.
En esa tercera oportunidad de estancia en Caracas, aún mi memoria guardaba como algo reciente la amorosa solidaridad de Chávez cuando el Comandante en Jefe Fidel enfermó, en el aciago verano del 2006. Chávez estuvo a su cabecera, lo animó y alentó en lo difícil, en especial en los días de agosto de su cumpleaños 80. Recuerdo el gesto de cariño familiar al traerle una almohadilla de color rojo, rojito como la Revolución que adelantaba en su Patria. El Comandante Fidel a su vez, mientras se recuperaba llenaba su alma por instantes con la música venezolana, en especial con la canción Venezuela. Yo lo observaba en silencio mientras él escuchaba la música y la letra de esa obra extraordinaria, se le ensanchaba el pecho de la emoción, mientras intentaba seguir con el índice la melodía grandiosa, grabada por la Orquesta Sinfónica bajo la batuta del maestro Dudamel. Fidel había escrito en 1958 una carta a Wolfang Larrazábal, de la Junta Patriótico Militar que había derrocado a Pérez Jiménez. En sus palabras agradecía el arribo de un avión con un alijo de armas para el Ejército Rebelde de la Sierra Maestra. En esa ocasión Fidel recibió un fusil FAL, justo en el momento cuando ya estaba persuadido de la importancia, para las batallas finales de la contienda, de emplear armas automáticas por su elevado volumen de fuego, en lugar de su fusil de mira telescópica. El 23 de 1959, el pueblo venezolano le había tributado una acogida apoteósica que él no olvidaría nunca. Fue en la Plaza del Silencio cuando alguien que le escuchaba su discurso le manifestó con agudeza que en Venezuela no había tenido lugar una Revolución. El Comandante barbudo le dijo con firme convicción: “Pero la habrá”.
Pocos meses antes de su repentina enfermedad, el Comandante Fidel había prometido a Ignacio Ramonet leer el libro Cien Horas con Fidel, para propiciar una segunda edición revisada y enriquecida con datos nuevos. Los primeros capítulos del libro hacían un recuento de la historia nuestraamericana que no se podía contar sin pasar por la inmensa contribución de Venezuela a la independencia de los pueblos de Suramérica y sin referirse al histórico liderazgo de hombres como Francisco de Miranda y Simón Bolívar. El Comandante Fidel solicitó al Comandante Hugo Chávez leerlos y hacerle sugerencias. El 28 de julio de ese año 2006, el Presidente Chávez se encontraba participando de la Cumbre de Doha. En la carpeta del Capítulo 3, donde ya Fidel narraba las vicisitudes de su infancia, Chávez subrayó las palabras hambre, apetito, la odisea, [circunstancias] atenuantes y además sugirió cambiar rapapolvo por raspapolvo. Esto último lo hizo con un signo de interrogación a un lado, en gesto respetuoso y delicado. Su sensibilidad se ponía de manifiesto sin proponérselo y el detallismo con que se había dado a la tarea de leer las páginas. Al final escribió un breve mensaje revelador y afectivo: “Fidel: Rebeldes con causa seguiremos siendo. Doha, 28 de Julio 2006. (Hace 52 años nací, allá en la casa vieja de palma).” Y, al borde de la página, su firma con tinta roja, la “raboecochino”, como él mismo la reconocía equiparándola a un lanzamiento beisbolero propio.
En las postrimerías del 2010, Cuba tuvo el honor de contar con la participación del Presidente Chávez en la presentación del Proyecto de Lineamiento de la Política Económica Social de nuestra patria, un empeño que podría considerarse como el Plan de la Patria para nuestra nación. En intervención histórica, el Comandante Chávez reprodujo las palabras de Fidel al conceptuar o definir qué es Revolución y además señaló que él podía agregar al concepto que ser revolucionario era ser como Fidel, consecuentes con la palabra.
En aquella oportunidad acompañó a nuestro General Presidente Raúl Castro, en el acto por el X Aniversario del Convenio Integral de Cooperación Cuba-Venezuela, en el Palacio de las Convenciones el día 8 de Noviembre, alertó sobre la amenaza imperial yanqui y llamó a la unidad verdadera, plena y perfecta entre los pueblos de Nuestra América. Luego abundó sobre la necesidad de la discusión económica. ““Como decía Lenin –apuntó- “Socialismo es, todo el poder a los soviets más electricidad…”la industrialización””. Ponderó la necesidad de derrotar al imperialismo no sólo en el discurso, lo moral, lo político, lo geopolítico, sino también en lo económico y significó: “Como me dijo Fidel una madrugada, que yo le dije, despidiéndonos: “Chávez. Le digo: “bueno, Fidel, no sé qué… “¡Venceremos!”, -me dice- “No, venceremos no, Chávez, ¡estamos venciendo!” En la misma reunión, luego Chávez recordó las ansias libertarias de Bolívar en relación con Cuba y reconoció las raíces que nos unen como viejas y originarias. Aquel atardecer, terminó su discurso con una crónica entrañable de sus recuerdos y sentires. Señaló: “Un día como hoy, permítanme recordarlo de mi corazón, un bisabuelo mío que fue rebelde y guerrero, lo llamaron el último hombre a caballo, moría un día como hoy allá en una cárcel venezolana después de muchos años de haberse ido a las guerras, guerrillas de a caballería todavía; cuando Venezuela fue entregada al imperialismo yanqui por Juan Vicente Gómez, que derrocó en 1908 a su compadre Cipriano Castro […] Si Fidel hubiera nacido un poquito antes hubiera sido de los últimos hombres a caballo, como fue mi abuelo, como fue Maceo, como fue Martí, como fue Prestes, como fue Sandino, Fidel trajo otra época, los primeros rebeldes de las montañas abriendo los caminos. ¡Viva Fidel carajo!”
A comienzos del año pasado volví otra vez a Venezuela, a presentar el libro Fidel Castro Ruz, Guerrillero del Tiempo, Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana. La Feria literaria de Caracas me impresionó maravillosamente, la imagen multiplicada era la de un pueblo feliz y orgulloso de su identidad, volcado a la cultura, con la mirada ávida en los libros y disfrutando de la auténtica música venezolana. A la puerta de la Feria ganaba espacio un stand con chocolates del país y en una de las carpas improvisadas, el revolucionario Farruco Sexto leía sus poemas, sin percatarse de que edificando y transformando la Gran Caracas en su tarea revolucionaria, escribía sus más acabados y nobles versos.
La noche del lanzamiento del libro fue memorable, tuvo lugar en la Sala José Félix Ribas del Teatro Teresa Carreño. Chávez se recuperaba en La Habana y se comunicó al instante con el entonces vicepresidente Elías Jaua. Aquel martes 13 de marzo Chávez escribió en su cuenta de twitter: @chavezcandanga: “¡Viva Fidel, Guerrillero del Tiempo, Guerrillero de Todos los Tiempos! Hace pocos días bromeábamos. Le dije: “Eres un Guerrillero peligroso”. Y me dijo: “Nada es tan peligroso como un guerrillero con experiencia”.
Todo lo vivido se volcaba a mi memoria en mi última y reciente visita a Venezuela ¡Cuánto se había soñado, luchado y logrado en apenas unos años! El Comandante Chávez ya había partido al territorio mágico de ser poesía-bandera. La delegación cubana al X Encuentro de la Red de Redes en Defensa de la Humanidad arribó el domingo 24 de marzo para respaldar a la Revolución Bolivariana en los momentos difíciles sobrevenidos con la partida física del Comandante Chávez. El 26 en la tarde concurrimos al Cuartel de la Montaña. Allí lo pensé vivo y como un invicto Guerrillero del Tiempo, presente en el pueblo y en su hijo Nicolás Maduro.
Al ingresar al recinto donde fue sembrado para siempre, recordé una noche, poco antes de las elecciones del 7 de octubre, Fidel escribía un mensaje solidario y de apoyo al líder bolivariano, donde reconocía la inmensa lucha que Venezuela libraba contra el capitalismo. En aquella oportunidad, el Comandante Fidel me habló de Cuentos del Arañero, el libro prodigioso que vería la luz y que recogía anécdotas en la propia voz de Chávez sobre su vida, pasajes que al vuelo había ido narrando en el programa televisivo dominical Aló Presidente. Le escuché a Fidel fragmentos de las cartas que durante un tiempo largo había enviado, en gesto solidario y fecundo, al combatiente de la unidad continental nuestraamericana, misivas de aliento y compromiso militante, de un padre sabio a un hijo, a su mejor discípulo en el tiempo, reconociéndose ambos como sembradores de semillas, de ideas. Esa noche me estremeció la preocupación de Fidel por el esfuerzo sobrehumano que el amigo desplegaba. El Comandante me confesó que era muy necesario que el Presidente Chávez se cuidara, que no fuera a mojarse bajo cualquier lluvia, cualquier día. ¡Cuánto recordé después su desvelo al ver al Comandante del socialismo del siglo XXI, el 4 de octubre, día del cierre de campaña bajo un diluvio universal en Caracas! Para mí era como un presagio de lo que aconteció después.
Aquella preocupación adelantaba la conmoción de Fidel el 5 de marzo, cuando la Historia se detuvo, tomó aliento y siguió rumbo con Chávez “como una llama que nos circundará siempre”, como un turpial que remonta vuelo en beneficio de los pobres y los olvidados, como soldado del Libertador que vence al frío de los Páramos andinos, como llanero a galope en las vastedades inmensas y auténticas de San Fernando de Apure, como cristofué inquieto en el futuro por una civilización humanista sobre la Tierra, instalado en el amor de su pueblo, de Nuestra América y del mundo porque “Amor con amor se paga”*.
Todo lo que vivimos por estos días, incluso mientras luchamos, me afirma en la idea: nada importa el destino de uno cuando alguien que define el destino de multitudes de súbito se nos va, alguien que es de esos héroes que cierran los ojos y se quedan velando, como expresó una vez de Bolívar, el escritor Miguel Ángel Asturias. Y Chávez al partir se ha quedado.
Nuestra América es esperanza y reserva de la humanidad, pozo profundo de sabidurías ancestrales, vivires en armonía con la naturaleza, esplendor majestuoso en Machu Pichu o Chichén Itzá, rocas insólitas, minerales como espejos brillantes, semillas fecundas, rebeldías audaces y aguas que lavan tristezas. El corazón de Chávez late en su pueblo, en él se ha multiplicado y ya no bastaba en estos días, que estas tierras hubieran dado a luz a lo real maravilloso, ese espacio mítico-literario conocido; ahora hemos creado lo irreal maravilloso, porque la muerte, la partida del amigo es una irrealidad asombrosa y mágica. Él está aquí, convertido en millones, circundándonos, vivo en llama multiplicada en la lucha desde Venezuela y para el mundo mejor posible, imponente y vigilante desde las altas montañas de El Ávila, en Caracas y hoy 14 de abril de 2013 alumbrará en la noche, casi en la madrugada de un amanecer nuevo, otra vez la Victoria.
*Frase de José Martí que reiteradamente citaba el Comandante Hugo Rafael Chávez Frías.