Fueron muchos. Las revoluciones despiertan entusiasmo. Pero a medida que se profundizan los cambios sociales, toman una prudente distancia, reconvirtiéndose en “fanáticos” defensores del libre mercado y la meritocracia. Escritores, ensayistas, filósofos, actores, sociólogos, profesionales mil, en América Latina y Europa Occidental, han terminado dando vítores a Bill Clinton, Barack Obama o Joe Biden, presidentes del Partido Demócrata, pertenecientes al establishment estadunidense.
Sin embargo, sus gobiernos están llenos de violaciones a los derechos humanos. Constituyen un atentado a los valores democráticos. Muros en la frontera con México, detenciones ilegales, expulsiones de inmigrantes en caliente, venta de armas a gobiernos genocidas, bloqueos y sanciones arbitrarias e inhumanas. Obvian que Estados Unidos posee una de las estructuras sociales más desiguales del mundo occidental. Un orden social asimétrico controlado por las compañías de seguros, empresas farmacéuticas, armamentísticas y la banca. El complejo industrial militar, financiero, tecnológico. Quienes claman por seguir su camino, ayer entusiastas antimperialistas, hoy defienden el imperio.
En América Latina, al igual que en la Europa culta y occidental, muchos de los otrora entusiastas, son personas letradas. Sus nombres figuran en los textos de historia. Sus novelas, poemas, ensayos, son lectura obligada en los ministerios de Educación. Su pensamiento ha sido divulgado, estudiado y elogiado. Me remito a quienes, en su día, formaron parte de la gran familia de la izquierda latinoamericana y mundial. Familia rota en pedazos, con divorcios violentos. Fueron entusiastas marxistas, guevaristas, gramscianos, troskistas, maoístas, leninistas, hoy dicen “caerse del guindo”.
Han visto la luz y proclaman la buena nueva. El capitalismo es la salvación. Estados Unidos su faro y la sociedad de mercado, la mejor de las sociedades posibles. Ellos se comprometen a ser su conciencia crítica. Se trataría de ajustar el engranaje. Entre otras, la desigualdad de género, los derechos a minorías étnicas, la brecha racial, el calentamiento global, las identidades sexuales o el libre acceso a Internet.
Tareas abrazadas con la misma fogosidad entusiasta que en su etapa “izquierdista”. Baste recordar al octogenario ex ministro de Salvador Allende, Fernando Flores, en la actualidad un gran empresario. Adjuró del socialismo y apoya a la derecha abiertamente. En 2010 fue nombrado, durante el gobierno de Sebastián Piñera, presidente del Consejo Nacional de Innovación para la Competitividad. Un entusiasta de la Unidad Popular, vivió el exilio en Estados Unidos. En la actualidad, un defensor a ultranza de los derechos del capital y un anticomunista visceral. Es un ejemplo, pongan ustedes los nombres en cualquier país.
En su ensayo ¡Escucha blanco! (1952), Franz Fanon definió a los entusiastas. “Este libro debería haberlo escrito hace tres años… Pero entonces, las verdades nos quemaban. Hoy podemos decirlas sin fiebre. (…) Su intención no es entusiasmar. Desconfiamos del entusiasmo. (…) El entusiasmo es por excelencia el arma de los impotentes, de los que calientan el hierro para forjarlo inmediatamente”.
¡Cuánta razón! Los ex revolucionarios se han transformado en fanáticos globalistas del orden del capital. Recurriendo a una analogía, Franz Fanon calificaba a los entusiastas conversos como parte de la alienación cultural, donde el negro pierde su identidad.
“Por penosa que pueda sernos esta constatación, estamos obligados a hacerla: para el negro sólo hay un destino. Y este destino es blanco”. Para nuestros izquierdistas desilusionados del socialismo, redimirse de su pasado consiste en alabar la versión espuria de la democracia liberal. No hay alternativa, y si la hubiese, “los hechos” demuestran que no es deseable ni viable. La disyuntiva es en blanco y negro. Libertad o comunismo.
¿Cuándo se quebraron? ¿Qué les llevo a renunciar a los principios éticos del humanismo? ¿Por qué amasan tanto odio al socialismo? La respuesta no puede seguir la misma estela que los entusiastas, centrados en descalificar, insultar y adjetivar. Son emprendedores de cruzadas, armados con diatribas y tópicos. Aquí excluyo a los defensores de siempre de la sociedad de mercado ubicados en la razón neoliberal, apellídense como se apelliden.
Las tibiezas humanas y las ansias de protagonismo, compra voluntades. El dinero no siempre es el medio utilizado para sumar entusiastas a la militancia liberal. Estatus y poder no se reflejan siempre en una cuenta bancaria. Premios científicos, literarios, publicidad en medios de comunicación social, publicación de sus obras, visibilidad institucional, todo suma.
Es la manera de patrocinar a los entusiastas conversos. Puede que algunos hayan ocupado puestos de responsabilidad en gobiernos, ser ex presidentes, ministros, senadores, diputados, la familia de los ex es amplia. En situación de crisis, ellos cobran relevancia, inciden en la opinión pública, tienen cobertura institucional, se les entrevista, sus columnas de opinión se traducen a diferentes idiomas y se reproducen ampliamente. La derecha política y social les da cobijo. En su nuevo rol de entusiastas, guardan un secreto, son el vivo retrato del personaje de Oscar Wilde: Dorian Grey. Hoy, Venezuela es el objetivo.
Tomado de La Jornada
Imagen de portada: El Heraldo.