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Lecciones de Cintio

Conozco muy poco de la labor de Cintio Vitier como profesor de la Escuela Normal para Maestros de La Habana y de esta propia universidad. Quiero, sin embargo, destacar en este elogio las lecciones que Cintio nos ha dejado y nos sigue dejando con su obra y con su presencia.

Una de esas lecciones de Cintio tiene que ver con la cubanía, con su devoción por lo cubano, con su afán de conocerlo y explicarlo, con el ejercicio consciente de la cubanía en su vida intelectual y en su vida personal. Guiado por el cubano mayor, se ha adentrado como pocos en los misterios de la nación, de su ser profundo, de su respiración y su cultura. Ha cavado en las capas geológicas más hondas de nuestro ser nacional; ha viajado hasta la edad más remota de esta su isla infinita y ha dialogado con cada uno de sus fundadores, con los más célebres y con los más humildes, y no ha traído nunca piezas muertas de arqueología. Ha vuelto una y otra vez con las manos llenas de vida palpitante y necesaria, y esa lección la debemos aprovechar; nuestros jóvenes investigadores deben desandar los caminos recorridos por Cintio con su mismo espíritu y facilitar la natural e imprescindible fecundación del presente por el pasado. El mejor ejemplo de esa relación pasado-presente se da en el vínculo insondable, hondísimo, sanguíneo, de Cintio con Martí. No es solo que conozca como pocos la obra del Maestro; no es solo que haya hecho aportes sustanciales a los estudios martianos; no es solo que conviva cotidianamente con el pensamiento y el ejemplo de Martí; es más que eso: Cintio ha asumido creadoramente el punto de vista martiano para ver la vida y la cultura y ha hecho suyo el sentido ético martiano, y Martí fluye como un componente básico en su mirada.

Pero esto no ocurre solo con respecto a Martí. En general, la relación de Cintio con el patrimonio literario cubano sorprende por su extraña intimidad: da la impresión de que no relee a Casal o a Zenea o a Juana Borrero, sino de que conversa con ellos en la madrugada, de que es visitado por ellos, como era visitado Martí por su amigo muerto. ¿Cómo explicar, si no, su defensa de Zenea? Ese abogado defensor que se alza desde el presente, lleno de indignación, lo hace, sí, por amor a la justicia; pero también por amor a secas. El poeta atrapado patéticamente en las tenazas de la Historia, y acusado por fiscales cejijuntos y crueles, no es una víctima en abstracto: es una víctima, sí, necesitada de ayuda, pero es también un amigo entrañable, un amigo caído en desgracia, y Cintio no abandona a los amigos caídos.

Esa lealtad a toda prueba se acompaña en Cintio de un sentido de la justicia estrictamente martiano. No solo defiende a los amigos caídos: muy a menudo se convierte en abogado secreto de personas lejanas que, de un modo u otro, han sido tratadas injustamente por estrechez de mente o por torpeza o por simple maldad.

Por otra parte, a pesar de haber padecido incomprensiones e injusticias, se ha mantenido ajeno al rencor. Jamás ha convivido con eso que llaman maledicencia. Cuando, llevado por los meandros de conversaciones inevitables, se ve obligado a referirse a alguno de aquellos personajes que en una época difícil intentaron asfixiarlo a él y a lo mejor de la cultura cubana, lo hace con una delicadeza impresionante, sin amargura, sin detenerse ni un segundo en revolver los malos recuerdos. Cómo no subrayar ahora con cuánta valentía, con cuánta dignidad, con cuánta grandeza de alma, enfrentó Cintio aquellos tiempos en que se intentó deformar la limpia política cultural martiana y fidelista; cómo no se dejó confundir jamás; cómo supo en todo momento que aquellos que hablaban en nombre de la Revolución eran, en verdad, reaccionarios, negadores de la obra revolucionaria.

En esos días durísimos escribió Ese sol del mundo moral dejándonos una lección extraordinaria que está en el texto mismo y está en las circunstancias en que ese texto se escribió. Es una versión personal de aquel consejo lezamiano («prepara la sopa, que, mientras tanto, voy a pintar un ángel más»): no fue un ángel más lo que pintó. Cintio, mientras pretendían marginarlo, fue una historia moral de la Revolución y de la Patria, desde el amor más puro y desde el compromiso más entrañable y lúcido.

Pasaron los años, y se derrumbó el socialismo «real», y la Revolución Cubana pasó por pruebas inimaginables, y muchos ultraizquierdistas y censores y perseguidores se derrumbaron también, y Cintio hizo más radical y explícito su compromiso revolucionario. Desde antes del Derrumbe había empezado a recibir ataques de una especie de nueva derecha intelectual, que aprovechaba cínicamente los espacios de nuestras instituciones y estaba destinada a aliarse con los ultraizquierdistas arrepentidos en la triste y bien pagada tarea de elaborar un discurso culto para la contrarrevolución. Cintio respondió a aquellos nuevos ataques con valentía, honestidad y brillantez, exhibiendo una vez más su impecable consecuencia intelectual y moral.

He recibido muchas lecciones de Cintio, pero nunca lo he visto en el papel de profesor. Supongo que es un maestro excepcional, de esos que hacen nacer vocaciones y determinar el destino de muchos, y es que Cintio habla siempre desde sus convicciones, desde lo más hondo de sí mismo. No puedo olvidar su estremecedor manifiesto sobre los balseros: en medio de un clima tenso, agobiante y ruidoso, Cintio nos obligó a volver la mirada y a ponerla en nosotros mismos, y nos condujo hacia una reflexión impostergable sobre aquellos procesos y sobre sus causas. Esto tiene que ver, por un lado, con la estructura moral de Cintio y con su rechazo de raíz ética a ver y a juzgar y a sacar conclusiones desde lo externo, desde las apariencias; y tiene que ver, por otro lado, con el Cintio-ensayista, con el Cintio-pensador, que no se conforma jamás con las soluciones fáciles ni con las suficientes, y va más allá, siempre más allá.

A veces, la figura desmesurada de Lezama y su resplandor no nos dejan ver con suficiente claridad el papel de Cintio en Orígenes. Está claro que la poética personal de Lezama influyó decisivamente en el grupo. Pero, al menos para mí, está también claro que el organizador de Orígenes en términos de poética colectiva, en términos ideológicos, fue Cintio. Yo diría, incluso, que fue determinante para el grupo la lectura que Cintio iba haciendo de Lezama y específicamente de la poética de Lezama. Orígenes se debe su coherencia a Cintio, y, cuando uno lee los estudios que se han hecho sobre el grupo, se da cuenta de que todos esos investigadores y estudiosos bebieron sobre todo de los textos de Cintio buscando orientarse y entender, y, cada vez que uno de ellos intenta decir algo sobre el sentido o la misión del grupo Orígenes, se ve que lo hace sobre alguna de las claves que nos dejó Cintio.

Pero no es posible elogiar a Cintio sin elogiar también a Fina, sin comprender que cada acto, cada palabra, cada paso en el itinerario de Cintio se apoya, se justifica y completa en Fina. Llegue a ella un elogio especialísimo en el día de hoy. Y ahora, para terminar, quiero contarles una pequeña historia personal, cargada también, a mi modo de ver, de valiosas lecciones. Siendo director de la Editorial Letras Cubanas, la entonces jefa de redacción de Teoría y Crítica me trajo, escandalizada, el manuscrito de un libro de ensayos de Fina que tenía, según me dijo, «propaganda católica». Por exceso de ateísmo, quizás, o por la herencia volteriana de mi padre, o por superficialidad o por soberbia, me sumé a aquella estúpida opinión y levanté mi veto contra Fina, es decir, contra Fina y contra Cintio, hasta que intervino Armando Hart y reparó, por fortuna, aquella injusticia.

La generosidad de Fina y de Cintio no permitió que aquella lamentable historia terminara con nuestra amistad y así, años después, cuando una persona muy cercana me comunicó que se había iniciado en el catolicismo, la invité apresuradamente a conocerlos, como quien lleva a un enfermo de urgencia al cuerpo de guardia, y pedí a Dios o a los dioses, o a quien pueda ayudar en estos casos, que esa persona se convirtiera en una católica tan amplia de alma, tan cubana, tan patriótica y revolucionaria como ellos.

Si Cintio definió lo cubano bajo diez «especies» o «esencias», yo terminaría este elogio reiterando las virtudes que lo caracterizan: honestidad, consecuencia, valentía, generosidad, austeridad, hondura, lealtad y cubanía. Por esas virtudes o «esencias», por su magisterio permanente y por su obra política, ensayística y narrativa, la Universidad Central de Las Villas honra hoy a uno de los más grandes intelectuales de este siglo que termina, y a uno que estará (sin duda) entre los más grandes del próximo siglo. Felicitemos nuevamente a Cintio y a Fina, y también a este centro de estudios por haber tomado tan sabia decisión.

Palabras (de elogio en el acto de otorgamiento del título de Doctor Honoris Causa en Ciencias Filológicas, al doctor Cintio Vitier Bolaños, en el teatro de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, el 28 de diciembre de 1999. Publicadas en Islas, 42(125):3-6; julio-septiembre, 2000).

Tomado de El vuelo del gato

 

 

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Abel Prieto
Es un profesor, cuentista, escritor y político cubano. Fue ministro de Cultura de Cuba. Actualmente es el Presidente de la Casa de las Américas.

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