Desde la antigüedad más remota hasta los días que corren, la historia de las relaciones entre pueblos y hombres ha estado signada por guerras, matanzas y genocidios. Ha primado más el deseo de conquista y vasallaje que el de la concordia y la cooperación.
El desarrollo de las fuerzas productivas no ha estado al nivel de la evolución de las mentalidades hacia el respeto al más preciado derecho del ser humano que, sin dudas, es la vida y la libertad de vivirla y disfrutarla en felicidad.
De explotación, genocidios, etnocidios y masacres ha estado construido el camino de lo que aún nos atrevemos en llamar civilización.
No puede una cuartilla resumir los genocidios de miles de años, mucho menos poner en competencia cuál ha sido peor, sería un acto de irresponsabilidad histórica. ¿Acaso el de la segunda guerra mundial o la primera, el de Vietnam y otros países de Indochina, el de Hiroshima y Nagasaki, el de la conquista y colonización europea de América y la devastación de sus culturas milenarias y casi exterminio de sus pueblos originarios?
Ahora mismo, en la franja de Gaza, los sionistas tratan de explicar con bombas un supuesto derecho de los hijos de Israel sobre los de su hermano Ismael. Hebreos y árabes han de ser hermanos y no, que uno de ellos, cual depredador, convierta al otro en su presa hasta devorarla y desaparecerla.
Seis decenios no han bastado para que un imperio decadente e inhumanizado pero vital aún y poderoso, se convenza que no puede doblegar a un pueblo indómito de un archipiélago pequeño pero muy grande en su estatura moral, con un bloqueo económico, comercial y financiero que lo asfixia y que califica, sin lugar a dudas, como un atroz genocidio.
Una vida, una sola, de cualquier ser vivo, vale mucho, se le debe respeto y debemos tener ánimo y voluntad para cultivarla.
Sin embargo, en algo podemos concordar, y es que ningún otro proceso fue más extendido y oprobioso que el comercio triangular trasatlántico entre Europa, África y América, que arrancó durante tres siglos a millones de seres humanos, comprados o capturados como bestias, tratados como herramientas, vendidos como objetos, humillados en su sensibilidad más extrema, víctimas del despojo y los intentos de desculturización y deshumanización. Eso fue la trata negrera o comercio de personas esclavizadas.
La sangre y el sudor africanos yacen en el fondo y las aguas del Océano Atlántico, a donde fueron a parar millones de ellos para aligerar o deshacerse de la carga los barcos negreros.
La sangre y el sudor africanos están en el patrimonio construido por los colonizadores y sus descendientes desde el siglo XVI hasta el XIX: castillos, palacios, mansiones, caminos reales, vías férreas…
La sangre y el sudor africanos están en los bolsillos y los bancos, de los que los esclavizaron. La principal fuente de dinero con que construyeron sus fortunas fue la producción que los esclavizados hicieron y que sus supuestos dueños vendieron y con la cual se enriquecieron.
Nos preguntamos si basta con el perdón o la disculpa. Los que basamos el raciocinio en la justicia y la igualdad no podemos estar de acuerdo, hace falta además de eso, la reparación. Los pueblos africanos y los nuevos pueblos americanos que llevan en su sangre la ancestralidad africana, deben ser sujetos colectivos con derecho a la reparación histórica por lo que significó la esclavitud africana en esta parte del mundo.
La Revolución Cubana, la que pensaron José Martí, Antonio Maceo, Mariana Grajales y Carlos Manuel de Céspedes y que llevó a la realidad el más notable de los hijos de esos padres fundadores: Fidel Castro Ruz, comenzó la reparación histórica el primero de enero de 1959 y con la moral de reconocer la tarea en proceso, pero aún incumplida, lleva adelante desde el 2019 un Programa Nacional contra el racismo y la discriminación racial.
“Somos hermanos de los africanos, y por los africanos estamos dispuestos a luchar”, sentenció Fidel quien calificó al pueblo cubano además de latinoamericano como latinoafricano.
En las luchas por la independencia de varias naciones africanas y el fin del apartheid en Sudáfrica estuvo Cuba, con más de 300 mil combatientes y de ellos casi 3 mil murieron.
Desde Cuba y para el mundo, hoy recordamos la historia de la esclavización, pero también de la rebeldía y la resistencia.
De los hijos de África, 30 mil se han graduado en Cuba de diversos estudios y carreras, principalmente en Medicina. Hoy continúan miles de africanos estudiando en la mayor de las Antillas y la cooperación cubana está presente en la mayoría de las naciones africanas. Esos, son ejemplos de la cultura de paz que necesita el mundo y por la cual nos pronunciamos desde esta Conferencia Internacional por el 30 aniversario del programa de la UNESCO “La ruta de las personas esclavizadas.”
Hagamos nuestro lo que el Benemérito de las Américas Don Benito Juárez sincretizó en pocas palabras tras la derrota del infeliz e impuesto imperio mexicano de Maximiliano de Habsburgo: “Entre los hombres, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.
(Declaración final de la conferencia internacional por el 30 aniversario del programa de la UNESCO “La ruta de las personas esclavizadas. Resistencia, libertad y patrimonio”. Tomada de Cubarte).
Obra de portada: Belkis Ayón, Sin título. 1999