La Reforma Agraria es la primera ley promulgada al triunfo de la Revolución por Fidel, firmada el 17 de mayo de 1959, la que benefició a más de cien mil familias campesinas y liquidó el latifundismo, así como el dominio extranjero sobre las tierras cubanas.
La primera vez que Fidel habló de la reforma agraria lo hizo en el portal de la vivienda de Josefa Yáñez, ubicada en el reparto El Globo, La Habana, el 5 de marzo de 1952 ante un numeroso grupo de campesinos de la zona.
Muchos de los presentes habían sido desalojados de 5 fincas aledañas, sin previo mandato judicial o sea mediante oscuros procedimientos y robo, por el entonces corrupto presidente Carlos Prío Socaras. En cuanto Prío pasó a su propiedad tales terrenos, que en conjunto ocupaban 54 caballerías, sustituyó la mano de obra del campesinado por la del soldado del ejército. Aquella noche, también en la casa de Josefa, Fidel anunció la lucha que emprendería a favor de los humildes.
En la actualidad sobre las 54 caballerías se extienden los bosques, jardines botánicos y lagunas artificiales del Parque Lenin, que sirven de recreo a las familias y en particular a los niños durante los meses de vacaciones.
¿Quién fue Josefa Yáñez? Pregunté al moncadista Pedro Trigo, amigo y vecino de ella.
Josefa admiraba tanto a Fidel que se volvió fidelista y con gozo ofreció su casa para la celebración de reuniones clandestinas donde se preparaba el asalto al Cuartel Moncada, la segunda fortaleza militar más importante de la República; no era mujer de paños tibios, sino de un carácter fuerte y muy firme en sus ideales, recordó emocionado Trigo.
En muchas ocasiones, Josefa invitaba a cenar a la madre de los Trigo, coterránea suya, y preparaba platos de la cocina gallega. La especialidad consistía en caldo con berza y ajo porro, acompañado con empanadillas. queso y el vino de toronjas preparado por la anfitriona, tampoco faltaba sobre el centro del mantel bordado a mano un búcaro de cristal con rosas.
Josefa Yáñez había nacido en 1875 en Mondoñedo, Galicia, y aunque tenía a Cuba como su segunda patria, con frecuencia se le escapa la añoranza por el terruño natal que siempre tenía a flor del corazón. En las conversaciones con algunos miembros del Partido Ortodoxo describía los paisajes que habían rodeado al hogar de la niñez. Aquellos diálogos transcurrían en un ambiente muy agradable, a veces interrumpidos para saborear una taza de café o el delicioso jugo de pomelos, mientras de fondo se escuchaba el trinar de los pájaros que anidaban en los árboles del patio de la casona de El Globo.
En la memoria de Trigo está la imagen recurrente de Josefa cuando al atardecer solía regar los retoños de lechugas, acelgas, berzas y pepinos que crecían en el huerto de la casa y escuchaba el tañer de las campanas de la iglesia de Calabazar. Y no era precisamente la hora del ocaso lo que más podía emocionarla; ni siquiera se detenía a mirar las coloraciones rosa y naranja de las nubes cuando el sol comenzaba a desaparecer por el oeste. Su espíritu fuerte, aquel temple de gallega recia, nada tenía que ver con la hora agónica de la tarde. Aunque una vez me dijo: Pedro si recuerdo a Galicia mi fortaleza espiritual se queda en apariencias y me recitó en gallego un verso de Rosalía de Castro: ¡Qué triste, qué hora tan triste/ aquella en qu’ sol s’ esconde…! Y no es para menos que ese instante misterioso de la tarde la envolviera en melancolía.
Contó Trigo que entre las entrañables amigas de Josefa se halló Conchita Fernández, quien había sido secretaria de Eduardo Chibás, líder del Partido Ortodoxo, al cual la gallega nunca perteneció por no haber renunciado a la ciudadanía española, pero siempre estuvo presta a cooperar en lo que estuviera a su alcance. Conchita tenía dos motes: La secretaria de la República, así le decía Chibás, y Conchita Espina, como jocosamente la llamaba su querido amigo, el periodista y escritor Pablo de la Torriente Brau, caído durante la Guerra Civil de España.
Ella había estudiado mecanografía y taquigrafía en la escuela Concepción Arenal del Centro Gallego y por los excelentes resultados docentes devino en una eficaz secretaria. En diferentes períodos, fue la secretaria de tres grandes figuras de la historiografía cubana: Fernando Ortiz, Eduardo Chibás y Fidel Castro. De ahí que Josefa disfrutaba sus relatos y los tuviera en cuenta como un incalculable tesoro de vivencias de los tiempos difíciles de la Isla antes de 1959.
Un día Conchita contó a Josefa que cuando empezó a trabajar en el bufete del Dr. Fernando Ortiz, tenía 17 años de edad y era tan delgadita que Pablo comparaba su cuerpo con una espina y al rectificarle ella que su apellido era Fernández, este en broma le dijo es que me resulta más cómodo llamarte Cochita Espina, como la famosa escritora de España. Conchita fue amiga también de otros grandes intelectuales y revolucionarios de las décadas de la primera mitad de la República, entre quienes figuran Rubén Martínez Villena, Emilio Roig de Leuchsenring y el poeta nacional de Cuba, Nicolás Guillén.
Conchita era hija de Elizardo Fernández, nacido en Orense. Por esta otra razón, a Josefa le fascinaban sus visitas, porque de algún modo, también Galicia estaba presente en el diálogo. Varias veces su amiga evocó la espeluznante anécdota referida por Elizardo acerca del hermano suyo, Pepe, un republicano a quien los franquistas ametrallaron y de cómo el joven si bien logró salvar la vida, nunca más volvió a caminar y anduvo en silla de ruedas hasta la muerte.
También Josefa era frecuentemente visitada por la heroína cubana Celia Sánchez que gustaba de escuchar las remembranzas de la gallega. confundidas en ternura y melancolía. Celia había iniciado las visitas cumpliendo con el deseo de Fidel Castro de ofrecerle una atención esmerada y para que no se sintiera sola ni mucho menos desamparada, ahora que ya era una mujer longeva, viuda y sin familia sanguínea en la Isla. Josefa jamás pidió nada hasta poco antes de morir, cuando presintió que su vida se apagaba como una velita: Celia dile a Fidel que le hice vino de pomelo, que lo estoy esperando.
Lo mismo le había dicho a Pedro Trigo, a quien conocía desde la época en que ella simpatizaba con el ideario político del Partido Ortodoxo. Recuerda Trigo de la emoción de Josefa el día que le presentó a Fidel y de la coincidencia de haberse reunido en el memorable encuentro una gallega, Josefa, y cuatro hijos de gallegos: Fidel, Abel, Julio y Pedro, hermanados en el ideal de justicia, el valor y el propósito de mejorar la vida del pueblo cubano.
Añadió Trigo: La primera vez que Fidel la visitó, en compañía de Abel Santamaría, fue vestido con un traje de casimir azul oscuro y una boina negra. Josefa les brindó vino de pomelos y como se percató de que a Fidel le había encantado el licor, hecho por ella con toronjas de su patio – le quedaba exquisito-, a partir de ese momento siempre le conservó añejada esta bebida.
Hacía poquito que la Revolución había triunfado cuando Fidel se le apareció a Josefa y de aquel encuentro nuestra querida gallega de El Globo hablaba con mucho agradecimiento. “Pedro –me expresó muy contenta-, Fidel se tomó no una copa de mi vino, ¡sino un litro!’ Qué gusto me dio verlo entrar por la puerta, con su traje de Comandante en Jefe y la boina verde olivo, y conversar de como en 1950 cuando le di a probar el vino de pomelos que me lo celebró ¿te acuerdas?”.
Yo no puedo dejar a Cuba, le dijo Josefa a su hijo las dos veces que él intentó llevársela para Argentina, cuando ella enviudó cerca de los 68 años de edad. Su agradecimiento con la patria de los cubanos no tuvo límites. Llegó a La Habana muy jovencita, en 1911, casada con el mondonés Manuel Basanta, quien arribó a la capital de Cuba meses antes que ella y trabajaba en los ferrocarriles, lo que permitió comprar un terreno en el reparto El Globo y fabricar una confortable vivienda. Allí nació y se crio el único hijo del matrimonio, hasta que el muchacho se fue para Buenos Aires, embullado por los tíos paternos. Josefa no quiso experimentar otra emigración y con el paso del tiempo se sintió tan habanera como galiciana.
Sabía la buena mujer que si se iba para Argentina su añoranza y crisis de ausencias, soledades y renuncias de costumbres se multiplicarían. Ella conocía muy bien lo que significaba emigrar: dolor profundo clavado en el pecho por vida. Tampoco podía regresar a Galicia, allá nadie la esperaba. Una parte de la familia había emigrado, sus padres estaban muertos y los más pequeños apenas habían oído hablar de la tía Josefa, como si se tratara de un personaje de leyendas.
Buenos días Josefa ¿cómo te sientes hoy? Josefa, ven a tomar una tacita de café que acabo de colar. Ah, mira qué manos tienes gallega, estas hortalizas crecen de maravilla con tus cuidados. No, de ninguna manera, Josefa no abandonaría a la solidaridad y el afecto de aquellas personas que le abrieron las puertas de sus casas desde el mismo día que se mudó para El Globo. Allí envejeció y permaneció hasta su fallecimiento el 1 de marzo de 1970, en el hospital La Covadonga, hoy Salvador Allende. Había residido en La Habana 59 años.
Muchos que fueron vecinos, amigos y compañeros del ideario revolucionario de la gallega Josefa Yánez acompañaron sus restos mortales hasta el cementerio y cubrieron la tumba con coronas de flores, una tenía sobre la cinta violeta la dedicatoria con letras doradas: De Fidel Castro Ruz.
Foto de portada: Imagen tomada de Prensa Latina
Bellísimo e interesante trabajo. Abrazo cordialk