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La prensa y otro 26 de Julio

En cualquier devenir —ya sea estable, monótono, aburrido, variado o turbulento— cada día es otro. Esa verdad adquiere ribetes distintivos en efemérides extraordinarias, y Cuba llega hoy a una de ellas: el 26 de Julio. Setenta y un años después de aquella acción de 1953 —hito en las luchas del país por su independencia y su soberanía, inseparables de la justicia social—, corresponde seguir bregando para mantener las conquistas logradas a partir de 1959, y luego ya con las banderas del afán socialista.

El 26 de Julio que recibimos, es otro, en especial, por las circunstancias nacionales e internacionales en que llega. A riesgo de incurrir en exceso de esquematismo, apúntense al menos tres hechos que se relacionan entre sí y no serán enteramente nuevos, pero influyen con peso en las circunstancias aludidas.

Uno de ellos concierne, más que a la permanencia, al recrudecimiento del bloqueo impuesto por los Estados Unidos hace más de seis décadas para asfixiar al pueblo cubano y provocar el derrocamiento de su gobierno. Tal recrudecimiento intensifica las penurias que Cuba enfrenta con una tenacidad basada en la comprensión de lo que la Revolución significa, y de lo que representaría que fuera aplastada.

Otro hecho estriba en la derechización del mundo. Ese proceso no ha logrado borrar los ímpetus emancipadores que siguen brotando: tal vez hoy, sobre todo, en África, pese a la persistencia allí del colonialismo que ha esquilmado al continente. Pero se ha explayado en el planeta desde el desmontaje de la Unión Soviética y el campo socialista europeo, y el sometimiento de Europa a los Estados Unidos es patético en sí mismo, además de abonar el peligro de una tercera guerra mundial, con armas nucleares.

Nuestra América —donde no han cesado los intentos golpistas y aún están abiertas las heridas de cruentas dictaduras militares, reeditables con gorilas “civiles”— ha padecido o padece los gobiernos de Jair Bolsonaro y Javier Milei en Brasil y Argentina, respectivamente, así como la interrupción del proceso vivido por Ecuador con Revolución Ciudadana, mientras que los afanes renovadores de Bolivia sufren fracturas lamentables. La propia Cuba y Venezuela continúan enfrentando la feroz hostilidad del imperialismo y sus cómplices.

Un tercer hecho atañe en concreto a Cuba, donde, junto con los efectos permanentes del bloqueo fluye ahora la proliferación de la propiedad privada. Como norma se ha planteado que no llegue a los medios fundamentales de producción, y se ha limitado a empresas pequeñas o medianas. Pero surte efectos notables en términos sociales, quizás no solo porque en gran medida aquella propiedad se truncó abruptamente en 1968 y ha resurgido también de manera precipitada.

En medio de una improductividad en la cual influye fuertemente el bloqueo, auxiliado por deficiencias internas, los mercadillos particulares han devenido relevantes en la adquisición de productos de primera necesidad, pero a precios despiadados para la mayoría del pueblo. Es una realidad que sufren especialmente jubilados a quienes el llamado reordenamiento privó de gran parte del amparo que el modelo socialista se había esforzado en garantizarle al conjunto de la población.

Es ineludible pensar en el origen de los capitales con que los propietarios de los nuevos negocios han alcanzado esa condición. Sin soslayar que haya habido algún sector de la población o casos individuales favorecidos “por la suerte”, cabe preguntarse si quienes trabajaron honradamente durante años por los salarios que el país estaba en condiciones de ofrecer podían ahorrar lo suficiente para erigirse, de la noche a la mañana, como dueños exitosos de un negocio privado, y hasta de varios.

Conocer las fuentes de esos capitales podría aportar luz sobre algo de lo que parece que ni se quiere hablar: ¿habrán nacido de distintos modos de corrupción a expensas de recursos destinados al bienestar colectivo? Y hay otra posibilidad o realidad todavía más tenebrosa, si cabe: que provengan de cuentas no radicadas en Cuba, ni en la Luna, sino en las entrañas de la misma potencia que decretó, mantiene y refuerza el bloqueo.

Sería suicida actuar de ciegos ante los peligros. Que en Ecuador, para poner un solo caso escandaloso, el presidente sea miembro de una familia conspicua en la tenencia de propiedad privada (capitalista) remite a los males de esa sociedad; pero es coherente con el sistema (capitalismo) que allí rige, y que se aferra a impedir que vuelvan las reformas que emprendió Revolución Ciudadana. Ese es, por otra parte, un movimiento político cuyo nombre —con Revolución como núcleo— representa ideales grandiosos; pero ¿podrá su programa radicalizarse, y cumplirse plenamente, por caminos reformistas?

Cuando Fidel Castro reclamaba que integrantes de familias vinculadas con los mayores niveles de dirección del país no se insertaran en la propiedad privada o mixta, podía estar pensando en lo que semejante relación representaría contra los ideales de equidad social. Y también pensaría en eso cuando expresaba su deseo de que en Cuba no se propagase el enriquecimiento personal.

Que hoy preocupaciones como esas y otras del Comandante puedan parecer olvidadas o pospuestas ante la inercia colectiva que viene de los reveses sufridos por las aspiraciones socialistas, astutamente capitalizados por la derechización, no autoriza a ignorar lo que todo eso encarna. Voces del pueblo han sugerido que los servidores públicos no se vinculen con la propiedad privada, y el hecho de que ese deslinde no parezca factible no es tampoco razón para desconocer que quien asume cuidar sus propios negocios puede acabar más concentrado en ellos que en las tareas de índole social que se le hayan confiado.

La opinión popular apunta a que las licitaciones que han dado vida a la instauración de negocios privados —MIPYMES o como se les llame— no se hicieron ni se hacen con transparencia: a menudo no se sabe quiénes son sus dueños, ni qué grados de corrupción intestina —malversaciones, caciquismo/nepotismo y otras malas yerbas— o vínculos con cuentas extranjeras puede haber en la base de su riqueza. Pero el desconocimiento de una cosa no impide —más bien lo propicia— que ella dé resultados letales, sobre todo para un proyecto social.

El proceso de licitaciones mencionado empezó cuando todavía no se había aprobado la Ley de Comunicación Social, y la de Transparencia y Acceso a la Información Pública no era ni siquiera un anteproyecto, por lo que al amparo de esos déficits pueden haber ocurrido muchas cosas. Ya existen ambas leyes, sí; pero ¿las acompaña la práctica informativa indispensable para que, lejos de ser letra muerta, operen como palabra viva: como instrumento al servicio de la acción necesaria? Si algo debió haberse denunciado y no se denunció en su momento, no tiene por qué seguir envuelto en el silencio.

Unas voces con mayor pasión que otras —y alguna gravemente corrupta, como se ha sabido, algo sobre lo cual el pueblo espera la información que necesita y merece— han dicho que los negocios privados que hoy pululan son parte de la solución de los problemas, y que de cierta manera hasta sirven para burlar el bloqueo. Pero es necesario saber cuántos nuevos propietarios llegaron a ese estatus en pos de formar parte de dichos logros, y cuántos lo hicieron en busca de enriquecerse, tras lo cual empezarían, o empezarán, o ya empezaron, a pensar como propietarios, como ricos, aunque también tengan tareas de servidores públicos que cumplir.

La naturaleza no es perfecta, pero es aconsejable y hasta necesario aprender de ella. Cuando para combatir a las ratas que se comen los pollos se decide introducir en la fauna del país otros animales, como las mangostas —aquí llamadas hurones—, para que acaben con las ratas, ocurre que, además de comer ratas, esos otros depredadores también se comen los pollos. Y hay circunstancias en que, para hacer daño, no es necesario comérselos: basta robarlos, o venderlos a precios exorbitantes, otras formas de depredación, no poco eficaces.

Es necesario impedir que quienes cometen actos tales gangrenen la unidad que el pueblo revolucionario debe y necesita mantener en la lucha para enfrentar al imperialismo y resolver los problemas internos. Y en todo lo aquí escrito le corresponde a la prensa cubana seguir cumpliendo su papel —o empezar a cumplirlo, si fuera el caso— para rendir tributo práctico, no solo discursivo, a la efeméride identificada con una actitud que debe seguir caracterizando revolucionariamente a Cuba: la rebeldía nacional. Junto con la difusión de hechos que ratifiquen la historia revolucionaria del país y sus logros, debe ir la denuncia responsable y sin tregua de todo lo mal hecho.

En eso se debe abrazar lo escrito por José Martí en “El monumento a la prensa”, crónica del 10 de junio de 1887 publicada el 28 de julio siguiente. Al describir un homenaje rendido en Nueva York a periodistas, Martí glosa un discurso en que, con respecto a la muerte, se dice que “el periodista sobre todo parece verla venir sin miedo”, y añade un juicio visiblemente suyo: “¡tiene tanto el periodista de soldado!”.

Y no es la muerte el riesgo que hoy puede asediar a un periodista cubano en el combate contra lo mal hecho. No le corresponde a la prensa ocupar el espacio de los mecanismos de control, pero estos y ella han de cumplir las misiones pertinentes, sin que nada quede fuera de su deber ni de las facultades que les son propias para bien de la nación y su funcionamiento. Lo que queda en las sombras puede terminar en las tinieblas.

Es más que aconsejable conocer el quehacer periodístico de Martí, en particular Patria, cuya misión él definió en el artículo “Nuestras ideas”, publicado en la primera entrega de ese periódico, el 14 de marzo de 1892: “Eso es Patria en la prensa. Es un soldado”. La definición mueve también a recordar una carta de la que se cumplirán ciento cuarenta años el próximo 20 de octubre: aquella en que le escribió a Máximo Gómez, héroe a quien admiraba: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.

Con ese espíritu, con su luz, vale añadir que un pueblo tampoco se informa, ni se organiza, ni se manda, como un campamento. Un pueblo es un pueblo, aunque sea capaz de constituirse heroicamente como campamento cuando sea necesario. Cuba lo ha hecho, y la historia no es animal que muera.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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