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¿El odio como plan?

Triste patria sería la que tuviese el odio por sostén, nos dejó dicho el siempre amoroso, hasta para convocar a los cubanos a la batalla por la libertad, Apóstol de Cuba.

Pienso nuevamente en esta idea suya mientras autoridades de seguridad nacional denuncian nuevos planes terroristas contra el país.

Resulta difícil de explicar, y explicarse, que en un país con tanta obra amorosa prodigada, hacia dentro y hacia el exterior de sus fronteras, calen las continuas y mezquinas campañas, incluyendo las comunicacionales, de incitación al odio que tienen como sustento y principal alentador a los gobiernos de Estados Unidos, los grupos extremistas apátridas radicados en ese país y sus cómplices internos.

A los actuales vociferantes del odio y la maldad contra Cuba desde Miami y otros confines del globo les sirve muy bien la definición que sobre ellos hiciera hace muy poco el intelectual Abel Prieto Jiménez. Se trata de los “voluntarios cubanos del siglo XXI”; émulos de aquellos que, sedientos de sangre y traicionando el sueño libertario de su patria, provocaron al crimen horrendo del 27 de noviembre de 1871 contra los ocho estudiantes de Medicina, algo que no podemos rememorar como un simple rito conmemorativo de todos los años.

En esta hora, es bueno repetirlo, no podemos olvidar a lo que ha conducido el rastro del odio en la historia cubana.

Bien estudiado, el odio político visceral en nuestra tierra, y sus consecuencias, siempre tuvieron cuño extranjero, o la bajeza moral y poca disposición al sacrificio de los que pusieron la suerte cubana en manos foráneas. Esos son los que claman hoy frenéticos, como los voluntarios españoles del siglo XIX, por una intervención militar en su patria o soplan el fuego de la violencia.

Tiene mucha razón la colega Arleen Rodríguez Derivet al afirmar que para encarar honrosamente tanta maldad y mezquindad retuiteada, robotizada y trolizada se requiere saber llevar con hidalguía sobre los hombros de cada cubano todo el peso de nuestra historia. Sobre todo, en un mundo donde los avances tecnológicos asociados a la informática y la comunicación se desperdician, no pocas veces, enredando la existencia humana, en vez de alentando las redes humanistas.

Cualquier somera incursión en redes serviría para percatarse, desde hace bastante tiempo, de la creciente obsesión porque los cubanos nos lancemos los unos contra los otros.

Se ve muy claro el interés de hacer volar por los aires los mecanismos de discusión, formación de consensos y contrapeso existentes en Cuba —nunca perfectos o inmaculados—, pero que hasta hoy permitieron corregir los desajustes dentro del proyecto de la Revolución, sin enfrentar la ocurrencia de grandes fracturas o sacudidas sociales.

Dejarnos arrastrar a estas últimas, en las condiciones de cerco político y económico y sometidos a todo tipo de traspiés para hacer sucumbir el modelo social escogido por voluntad mayoritaria, servirían más a los viejos y sucios planes de sometimiento a poderes extranjeros que a alcanzar nuestros propósitos, por más sanos y justicieros que estos sean.

Las incitaciones a levantarse en las calles o a ejercer violencia para provocar cambios políticos, silencian o ignoran el reconocimiento explícito que las autoridades del país hacen de cualquiera de nuestras más notables reivindicaciones, incluyendo las que alentaron manifestaciones recientes. Precisamente por ellas se hizo la Revolución.

Como gritaba en redes una periodista, tras la violencia desatada en los atizados sucesos de un ya tristemente repiqueteado 11 de julio, aspiremos a un país de amantes, no de “odiantes”.

Texto actualizado de uno publicado en el diario Juventud Rebelde

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Ricardo Ronquillo
Periodista cubano. Presidente de la Unión de Periodistas de Cuba.

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