Despedida Pedro de la Hoz
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Pedro de la Hoz, de la UPEC y la UNEAC… Pedro de Cuba

Cuando a un homenaje póstumo llega la ofrenda de los líderes del país es porque esas flores fueron sembradas antes por todo un pueblo. Tal certidumbre pudo constatarse este jueves, en la Sala Villena, de la UNEAC nacional, donde en contraste de fe, el maestro Miguel Barnet cuestionó la «certeza de la muerte» de otro cubano mayor: Pedro de la Hoz.

«La muerte no es otra cosa que una prolongación misteriosa de la vida», aseguró Barnet en frase para enmarcar no solo por su calado y belleza, sino porque resulta el mejor retrato —casi otra novela-testimonio, pero de mulato protagonista emancipado— para Pedro, uno de esos colegas que no «elevó», sino colocó la condición periodística en su sitio natural: el de intelectual supremo.

«Fue un revolucionario sin máscaras», agregó Barnet, el único entre los presentes que resumió en voz alta los valores del amigo que ¿marcha? a otra dimensión. El resto, pensamos mucho, buscando en murmullos palabras que hicieran justicia de precisión y belleza al reportero y crítico que deja, literalmente, un socavón imposible de ignorar en los medios y las letras cubanas.

Foto: Enrique Milanés

Entonces, el escritor y etnólogo calló y rozó delicadamente la urna de madera con las cenizas de Pedro como mismo acababa de acariciar, en palabras, su espíritu inmarchitable: «Cuando muchos de tus contemporáneos sean pasado, tú estarás presente en primera fila», le había dicho directamente, quitándole todo el crédito a esa muerte inoportuna que insiste en llevarse grandes.

Los altos dirigentes, los líderes de la UPEC y de la UNEAC, los compañeros todos y, en especial, su viuda, la colega Virginia Alberdi, pueden tener el consuelo de haber visto que, en su última convocatoria a pensar, Pedro reunió en torno suyo mucha inteligencia sensible, mucho pensamiento unitario, mucha persistencia floreciendo aun en los lindes del dolor.

Varias cumbres de la cultura cubana representaron allí lo que deja una obra esencialmente periodística, tan querida por los amigos y respetada por los creadores que creyeron en él como temida por quienes la denigran.

El ejemplo mueve más que los informes. Con los presentes en la Sala Villena podría perfectamente hacerse el mejor Congreso conjunto de la UPEC y la UNEAC, uno del pensamiento más avanzado en la agobiada Cuba de ahora.

La vida y la obra de Pedro de la Hoz plantaron uno de los mejores puentes de la nación para mover en dos vías la condición creativa del periodismo y el respeto de otras zonas de la cultura a los valores de la comunicación. Lejos de derrumbarse este 5 de junio, ese puente será en adelante más sólido y transitable porque acaba de endurecerse con las cenizas de este pilar poderoso.

Cuando se discuta de coloniaje cultural, de comunicación política y de la única raza humana, periodistas, escritores y artistas cubanos llegarán, desde sus puestos, a esa trinchera común donde ha vivido como Pedro por su casa, por casi cinco décadas de ejercicio, este cubano ejemplar.

Con Miguel Barnet como vocero del duelo, la patria le ha despedido, pero lo hizo apenas como en el campamento se dice «¡Buenas noches!» al guerrero que esperamos ver mañana.

Porque hay un detalle, uno más, alrededor de esta sobrevida: junto a la urna con sus cenizas, sus premios y medallas y su bandera nuestra, los filos del compatriota estaban multiplicados: además de esa Hoz que le dio su padre, Pedro ganó un día la réplica del machete de Máximo Gómez. Se va con ella, así que su carga mambisa no ha hecho sino comenzar.

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Enrique Milanés León
Forma partede la redacción de Cubaperiodistas. Recibió el Premio Patria en reconocimiento a sus virtudes y prestigio profesional otorgado por la Sociedad Cultural José Martí. También ha obtenido el Premio Juan Gualberto Gómez, de la UPEC, por la obra del año.

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