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Las pruebas y los futuros periodistas: un viaje a la raíz

Bien contados son los momentos en una vida que pueden calificar de trascendentales. Aunque pocos y espaciados en el tiempo, estos tienen el poder suficiente de cambiar el devenir de una persona, abrir caminos y quedarse grabados en la retina para ser repetidos una y otra vez con el prisma incorporado de la nostalgia. Uno de los instantes definitorios en ese transitar es sin dudas las pruebas de aptitud de la carrera de Periodismo realizadas el pasado sábado.

Para quienes pasamos hace no tanto por ahí resulta imposible que no se nos inunde la memoria de recuerdos relacionados a nuestras propias vivencias. Los nervios a flor de piel, la preocupación por lo que pudiera salir en dichos exámenes y el ojeo alrededor para intentar intuir quien tendrá la suficiente preparación para librar ese escalón y, por tanto, para convertirse en un futuro compañero de estudios por los próximos cuatro años.

En mi caso fue también ver caer en las diferentes rondas uno a uno a esos amigos del IPVCE Lenin que me embullaron a participar a solo un mes de la fecha, cuando aún no tenía definido ningún rumbo. Aún más irónico descubrirte como el único aprobado entre ellos cuando en teoría partían más preparados para el reto luego de varios meses de estudios.

Sin embargo, la experiencia esta ocasión fue algo distinta. Atrás quedaron aquellos tumultos donde la competencia se percibía mucho más reñida. Lo primero que saltó a la vista de alguien que ha acompañado ese proceso en varias ocasiones, al principio como estudiante y luego ya graduado, fue la poca asistencia de aspirantes.

Ese hecho pudiera tener diferentes lecturas y factores. Algunos de ellos, la inclusión del servicio militar femenino, las persistentes lluvias que acompañaron la jornada, la disminución en la demanda de carreras universitarias entre los estudiantes de la enseñanza previa o el requerimiento de pasar el duodécimo grado en el Colegio Universitario, o sea, dejar la comodidad de un centro de estudios, grupos y amigos conocidos por adentrarse en un nuevo entorno en ocasiones intimidante.

Quién escribe, aunque entiende lo necesario de vincularlos desde temprano al ambiente universitario, probablemente en su época no se hubiese presentado a las pruebas con esa última condición y entiende perfectamente la reticencia de algunos adolescentes en dar ese paso hacia la incertidumbre teniendo en cuenta los requerimientos gregarios y de rutinas que acompaña la edad.

Una vez hechas todas las presentaciones llegó la primera fase con el elemento añadido de estrés y tensión. Desde la contraparte de los profesionales al frente del proceso, es de sobra comprensible que esas emociones bien podrían incidir en el rendimiento y los resultados, por lo cual, sin restarle importancia a su peso, la mayor parte en la medición de la aptitud de los estudiantes recayó en la entrevista.

Aunque el número fue reducido, hubo representación de todos los posibles escenarios. Algunos sin ni siquiera claridad del porqué querían estudiar Periodismo; otros muy seguros de sí, con criterio y conocimiento, serán una gran adquisición para las distintas facultades y diamantes en bruto, que aún sin estar debidamente formados, reúnen cualidades y potencial que hacen pensar en su capacidad de aprovechar la carrera para suplir las carencias y salir adelante como grandes profesionales en nuestros medios.

Por ellos, que aunque pocos, representan semillas que en las condiciones propicias germinarán, quien sabe si para acabar como robustos robles, para dar sentido al esfuerzo desplegado. Algo así como ese papel en blanco donde la paciencia, la constancia y las enseñanzas transmitidas pueden tejer la más hermosa de las artes.

Un viaje necesario a la raíz para recordarnos que el éxito profesional va más allá de los logros personales, sino en la capacidad de formar a otros que continúen el camino trazado.

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