En La Estafa de la feminidad. Cómo la belleza nos educa para ser sumisas (Ed. Planeta), Lala Pasquinelli desgrana con lenguaje llano cómo la cultura masiva reproduce estereotipos de género que siguen esclavizando a las mujeres y disidencias, setenta años después de la segunda ola del feminismo y a poco de subirnos a la que hizo eclosión a partir del movimiento #Niunamenos en 2015. Entre otras cosas, aborda por qué las redes sociales potencian los mandatos y las exigencias de belleza que creíamos haber puesto en jaque y cómo la inteligencia artificial no hace más que exacerbar los sesgos que siguen reproduciendo desigualdades. Romper con la normalización de la crueldad sobre los cuerpos feminizados y construir otras narrativas plantea es urgente.
Lala Pasquineli es abogada, activista, con lúcidas campañas lanzadas desde la organización Mujeres que no fueron tapa. #Hermanasoltálapanza y #Hermanasoltáelreloj lograron condensar ideas que llevaban años incrustadas en los cuerpos (hay que ser flacas, hay que ser bellas, hay que estar disponibles) y transformarlas en slogans que llamaban a testimoniar con efecto catártico y movilizante las experiencias vividas. En este libro, recopila las ideas que vino trabajando desde entonces y propone un cambio. Esta entrevista profundiza sobre ello.
—¿Cómo empezaste a pensar en estas cuestiones que plasmas en este libro?
—Yo creo que todas estas cosas que se plantean en el libro forman parte de mi experiencia de vida. Preparando la presentación del libro me acordaba cosas de cuando iba a la facultad. Estaba estudiando y estar siempre a dieta y el tiempo que me consumía, la energía vital que me consumía a mí estar a dieta. En ese momento sí me desesperaba lo que me pasaba, no sabía cómo salir de eso, pero no podía tener esta mirada crítica que quizás tengo ahora. Esos cuerpos que aparecían en las revistas, era una cosa de la calle, no sé.
—Ahora las redes reproducen…
—Claro, es por millones. Me acordaba, por ejemplo, que empezábamos a fumar en la escuela, yo soy de una ciudad chica.
—¿De dónde?
—De Junín. Nací en un pueblo que se llama La Emilia. O sea, en ese momento la adolescencia estaba en Junín. Y me acuerdo que las chicas empezábamos a fumar para no tener hambre, para poder pasar la dieta, para no comer, para esas cosas… Que en retrospectiva es qué delirio, qué pérdida de vida, de salud, de todo. Y esto que para mí también es central, que es la profunda incomodidad con una gestualidad que no encajaba en lo que se esperaba que fuera mi gestualidad, que fueran mis intereses, que fuera la forma de ocupar el espacio, por decirlo de alguna manera, la forma de hablar, de reírme, de todo esto. Y que son, digamos, señalamientos y cosas que son sutiles, pero que por sutiles no dejan de ser dolorosas, ni dejan de modelar tu cuerpo, de modelar la forma en la que vas a estar en el mundo. Cuanto más lejos estás del modelo, más violencia recibís.
—En el libro hablas de estafa, ¿por qué esta palabra?
—La estafa tiene un montón de connotaciones. Lo general es esta idea de que la estafa tiene que ver con que a las mujeres, las personas que nacemos con vulva, que vamos a ser socializadas como mujeres, nos entregan esta cajita rosa que trae toda la ropita rosa, las muñequitas, todas estas cosas, y el manual de género, ¿no? Y ese manual tiene estas reglas. Es como un manual. Si vos hacés las reglas vas a llegar a un lugar determinado. Si vos hacés el esfuerzo de encajar en el ideal de belleza, vas a alcanzar la felicidad porque vas a ser deseada y vas a ser elegida para los trabajos y vas a ser exitosa y vas a tener los consumos y la felicidad que tiene la gente que es linda, que es un poco lo que nos muestran las fotos de las influencers y todo lo que vemos. Y si vos lográs ser elegida por un varón, vas a tener una familia, entonces vas a poder tener hijos y eso va a ser ya el pináculo de la felicidad de las mujeres. Y la verdad, lo que he visto suceder en la vida de la mayoría de las mujeres es que ese manual es una estafa en el sentido de que por más que te esfuerces en encajar en esos modelos y en esos ideales, por más que te esfuerces en encajar en el ideal de belleza, cumplir con los ritos del amor romántico y encajar y ser la superwoman y la mejor de las madres y muelas el grano de trigo en el mortero de tu casa para darle a tu hijo, esa felicidad no llega y lo que te vas a encontrar más que nada es explotación, violencia, dolor y un arrasamiento subjetivo también, un arrasamiento de la propia identidad fuerte.
—¿Y cómo es que vivimos todas estafadas?
—Esto es un concepto jurídico, para que la estafa exista como tal, como figura jurídica, como delito, necesita que no sea un mero engaño, tiene que haber una disposición de recursos para que vos seas engañada y que aun siendo diligente no puedas darte cuenta de que estás siendo engañada. Y yo creo que eso funciona así, por eso es una estafa en nuestro caso, porque desde todas las instituciones sociales, ni hablar de la cultura, de los medios, todo lo que consumimos, ese camino, ese recorrido, ese manual que dice que si vos haces A más B, vas a llegar a C, se reproduce todo el tiempo, y hay muy pocos relatos y discursos que vayan a confrontar ese relato hegemónico sobre la vida de las mujeres, y es lo que vimos hacer a nuestras madres, a nuestras abuelas, a las mujeres a nuestro alrededor. Quizás todas estamos cansadas, quizás todas nos damos más, quizás la pasamos remal, pero al mismo tiempo, y con todos esos indicadores, nos es muy difícil pensar que es un problema que tiene que ver con un sistema de opresión, y no con que somos nosotras las que lo estamos haciendo mal esta vez, pero que la próxima vez, cuando nos esforcemos más, cuando encontremos al señor indicado, cuando no sé qué hagamos, sí vamos a llegar a ese lugar de la felicidad y tal. Y creo que ahí es como el perfeccionamiento de esa estafa.
—Esto viene siendo denunciado hace muchos años por las feministas.
—Inclusive hasta con más contundencia, yo leía mucho a Silvia Federici, y ella, en la década del 70, hizo una campaña por el salario para el trabajo doméstico con una contundencia discursiva de acciones y demás, que creo que nosotras ni siquiera tenemos en esta época. Lo decimos mucho más amablemente, como si en cada época hay que otra vez volver a decir lo mismo con las palabras de la época o algo por el estilo.
—Lo que marcás en el libro es que lo que está más acentuado en este momento es el tema de la belleza como el principal atributo a alcanzar dentro de este marco del ideal de feminidad. ¿Por qué es la belleza? ¿Qué nuevas formas adopta? ¿Qué pasa con las adolescentes y las niñas con esto en las redes sociales?
—Lo que yo vengo viendo es el incremento en los niveles de crueldad de las propuestas, de las intervenciones sobre los cuerpos, de cómo esto se cuenta y se muestra en redes sociales, sobre todo todo lo que tiene que ver con cirugías estéticas, donde se ve mucho esto de mostrar los cuerpos en los quirófanos, los cuerpos recién operados, los cuerpos intervenidos todo el tiempo, sin ningún tipo de advertencia. Entonces por un lado el avance de los niveles aceptables de crueldad sobre el propio cuerpo, y por supuesto que una vez que uno lo normaliza sobre el propio cuerpo, también lo normaliza sobre el resto de los cuerpos, y esto tiene mucho que ver con la educación que recibimos. Y cómo esa crueldad además no es solo física, sino que también hay estas intervenciones, esta forma de educar a las niñas –que es la forma en la que fuimos educadas quizás mi generación, pero que esto sigue sucediendo y cada vez está más radicalizado en niñas cada vez más pequeñas–, donde se les exige desde muy pequeñitas encajar en estos ideales: no ser gordas desde chiquitas, o sea niñas que son puestas a dieta desde los cinco años, las niñas aspirando a ser un poco más grandes para hacerse una cirugía, para cambiarse la nariz o la pierna o esto o el otro. Porque por ahí tiene que ver con el uso de filtros o con el uso de toda esta tecnología que usan para reproducir sus propias imágenes, pero también con lo que ven. Y hoy además en el mercado del amor y el deseo para las mujeres, que tiene mucho que ver con las apps de citas en general. Y las redes sociales también, la gente se conecta por Instagram o por otras plataformas, lo que prima o lo que me hace ser elegible por otra persona en primera instancia es mi apariencia física.
—A muchas mujeres les cuesta responder de manera positiva a preguntas sobre sí mismas (qué te gusta de tu cuerpo, cuánto te encanta de ser vos)…
—Sí, y sobre todo el vínculo con el cuerpo, que es un vínculo imposible casi, es un vínculo de una relación de enemistad básicamente. Nueve de cada diez mujeres no están satisfechas con su imagen física, mujeres, jóvenes, niñas.
—Y eso también impacta en otras cuestiones, vos hablás de la sumisión que genera.
—Sí, porque además, la belleza exige una gestualidad, por un lado ingenuidad, esta cosa de la colegiala, por poner un ejemplo…
—Infantil…
—Infantilizadas, así como se adultiza las niñas, se infantiliza las adultas, y exige una gestualidad también hiperamable, una gestualidad que acomode al resto. Entonces, no importa lo que esté sucediendo, no importa que todo el tiempo estamos en una tarea de eludir la violencia sobre nuestros cuerpos en el espacio público, en el trabajo, en la familia, en todos lados, vos tenés que estar sonriente, tenés que ser amable, y si no, sos fea, y si no, sos mala. Las serias son feas, y malas, por supuesto, y las malas son feas siempre. Y esto llevado al terreno de la construcción de los vínculos en heterosexualidad, especialmente, refiero a la heterosexualidad por esta construcción jerarquizada entre los géneros. Entonces, nosotras educadas y construidas en torno a esta sensación permanente de que no alcanza, de que no estamos a la altura, porque la belleza también construye esa sensación de insuficiencia. Nunca estás bien, siempre te falta algo, te falta la pestaña, te falta sacarte la arruga, nunca hay lo que se necesita, y construidas además en esta idea de que para ser queridas tenemos que ser agradables y buenas, callarnos la boca, y todo esto es una educación que nos pone en peligro, más allá de que nos ponen un lugar de sumisión, también nos pone en peligro en los vínculos y en la sexo afectividad.
—Decís que la vida de las mujeres cambió mucho en los últimos setenta años, y que la de los varones permanece prácticamente igual…
—Porque no se espera de ellos cosas muy diferentes, o por lo menos, aunque se esperen, aunque quisiéramos, no hay de parte de ellos un cambio significativo en términos de sus compromisos afectivos, en sus roles, en sus vínculos: lo que se espera de un padre, lo que se espera de un hijo, lo que se espera de los varones como pareja. Como que eso está bastante cristalizado. Más allá de que tengamos la expectativa de que existan lo que se denominan entre comillas “las nuevas masculinidades”, lo cierto es que en general con lo que nos encontramos es más o menos lo mismo, varones que se comportan bastante parecidos a sus padres, sus abuelos, etcétera, en términos de cómo funcionan sus vidas, sus intereses, lo que tiene centralidad en sus vidas y en sus identidades.
—Decías que todavía sigue vigente esta frase “billetera mata galán”, como que a para ellos tampoco la cuestión de la estética es tan importante.
—Sí, cada vez es más importante porque lo podemos ver en los adolescentes y en los jóvenes, y esto para mí tiene que ver con la ampliación del mercado de las industrias de la estética, que ven también que los varones pueden encontrar un nicho disponible. Ojalá se revelaran más pronto, pero la verdad es que si bien hay una preocupación y si bien estamos viendo cómo hay casos de bulimia y de anorexia en varones, que tienen que ver con la imagen y esto cada vez más, no encajar en ese ideal de belleza porque no es central en el rol de género de los varones, entonces no los va a dejar afuera del mercado de trabajo, no los va a dejar afuera del mercado del amor y del deseo, por esto que decíamos. Mientras cumplan su rol de género de ser exitosos, tener dinero, acumular cierto poder, exponerse a la aventura, cumplir con el ritual de la masculinidad, todavía pueden circular bien por esos espacios aunque no tengan belleza, veremos qué va pasando con el tiempo, pero por ahora todavía es así.
—Hay una parte de la población masculina que se queja y se victimiza sobre su situación actual, por ejemplo, dicen: “ya no sabemos cuándo le podemos dar un beso a las mujeres”, ¿qué pensás?
—Qué cómodo, si esos son los problemas de la masculinidad, no saber cuándo dar un beso y cuándo invitar a alguien a salir, que es algo que se resuelve con una pregunta, ¿te puedo dar un beso? ¿te gustaría salir conmigo? No es un drama, no es un desastre. Nosotras tenemos otros problemas: no sabemos si vamos a ser violadas cuando nos subimos a un ascensor, a un auto, a un taxi a la noche, cuando estamos en la calle, esos me parece que son problemas. Es tremendo, o sea me parece que es como una muestra muy clara de la desigualdad en la que vivimos en términos de las cosas que nos suceden.
—Citás una encuesta que dice que el 70% de las mujeres se arrepiente de haber sido madre. Es muy fuerte.
—Es fuerte y esa campaña fue muy fuerte. Fue toda una conversación que abrimos durante varios meses en 2022 en el marco de la campaña Hermana soltá el reloj, donde se hablaba del tiempo de las mujeres, la presión que tenemos las mujeres para cumplir con determinados mandatos antes de que pase determinado tiempo. Esta idea de que las mujeres cada vez más jóvenes se sienten viejas porque no hicieron esto, esto y aquello antes de los 25 años. Y al mismo tiempo el uso del tiempo de las mujeres. Y hablábamos de cómo nos fuimos nosotras ocupando nuevos lugares que históricamente habían sido ocupados por varones, pero nadie vino a ocupar nuestros lugares. Entonces nosotras seguimos haciendo los trabajos que hacíamos y hacemos los otros trabajos que son estos lugares nuevos que ocupamos. Entonces la pregunta era amplia: ¿te arrepentís en algún sentido? Algunas arrepentían muchísimo, otras arrepentían poco. Es una encuesta que la respondieron 11.000 mujeres. Que por supuesto, como siempre sucede con estos casos, tiene que ver con la carga de ese trabajo productivo y reproductivo que recae en estas mujeres y que en general, aun estando en pareja, lo hacen casi solas, la mayoría, por supuesto siempre hay un porcentaje que tiene una pareja que hace su parte y bueno, buenísimo, pero en general no es la regla.
—¿Qué suma la inteligencia artificial a este combo?
—En el caso de la belleza, por ejemplo, vemos cómo estos algoritmos están alimentados de las imágenes que circulan, entonces todo lo que venimos consumiendo y todo lo que venimos criticando, crece exponencialmente. Y, al mismo tiempo, lo que está pasando en las redes sociales es que la propia programación de los algoritmos hace que las influencers sean creadas por inteligencia artificial, que cada vez van a ser cada vez más, con lo cual el ideal de belleza que consumen las niñas, que consumimos todes, está creado artificialmente, es inalcanzable. Y, al mismo tiempo, el algoritmo se sigue alimentando de esas imágenes. Entonces, eso no hay manera de frenarlo. Además, lo que está pasando hoy con las redes sociales es que, sobre todo, por ejemplo, con Instagram, las redes donde circulan más imágenes, invisibilizan los contenidos que no sean este tipo de contenidos, de belleza, consumo,
—Alimentación saludable…
—Fitness, cuerpos hegemónicos, gente dándote consejos de cómo comer, cómo hacer ejercicio, cómo tenés que vivir para ser feliz, mostrándote su vida, mostrándote las cirugías que se hacen, mostrándote el médico que le hace la cirugía, todo esto que cada vez está como dando nuevos pasos.
Tomado de Página 12
Foto de portada: Mujeres Bacanas