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En girones y atada, y un héroe que la honró

Mientras su nombre, José Quintino, se grabó en la historia como Quintín, parecería que su primer apellido, Bandera —no Banderas, como a menudo se ha escrito—, lo predestinó a honrar el pabellón patrio: el patriotismo hizo de Quintín Bandera Betancourt el héroe que fue. Nacido en Santiago de Cuba el 30 de octubre de 1834, aún adolescente abrazó la causa de la independencia, y poco después de estallar la Guerra del 68 se sumó a ella y estuvo junto con Antonio Maceo en la Protesta de Baraguá. También participó en la llamada Guerra Chiquita y en la gesta de 1895.

Coraje y desempeño combativo extraordinario le valieron el nombramiento de mayor general, y con su heroísmo, pero también con las marcas de la discriminación sufrida por su condición humilde y el color de su piel, llegó hasta la República neocolonial. El significado de esta no se explica satanizándola, para lo que acumuló un abultado expediente, ni idealizándola, extremos entre los cuales han oscilado —con perspectivas y motivaciones que no cesan, y con mayor o menor grado de acierto, de justicia— los enjuiciamientos hechos sobre ella.

El 22 de agosto de 1906, en uno de los conflictos armados que tuvieron lugar en aquella República, fue vilmente asesinado Quintín Bandera, a tiros y machetazos, por orden oficial. Su trayectoria lo hace merecedor de ser más conocido de lo que es, aunque el propósito del presente artículo no es precisamente contribuir a su conocimiento.

Aquí solo se roza el homenaje —no es el único: los hay asimismo localizados en la propia Habana y en otros sitios del país— que se le rinde en el barrio de Cayo Hueso, municipio de Centro Habana. Se halla concretamente en el popular parque Trillo, que debe el nombre a Jesús María Trillo, concejal del Ayuntamiento de La Habana, quien propuso construirlo, como se hizo en la segunda década del siglo XX.

En ese parque se inauguró un monumento en honor de Quintín Bandera el 28 de septiembre de 1948, y el 23 de agosto de 1953 lo sustituyó el actual, obra del reconocido escultor Florencio Gelabert. Ese es el que da tema a los presentes apuntes, estimando que su estado evidencia que no bastan buenas intenciones y leyes —como la que exige cuidar los símbolos patrios— para que se cumpla lo que debe cumplirse en virtud de normas y, sobre todo, por respeto y amor.

La bandera ubicada junto al monumento está amarrada a una elevadísima asta, sin mecanismo que permita izarla y arriarla según sea pertinente. Eso, hecho quizás para impedir estragos de actos irresponsables o vandálicos, la condena a permanecer incesantemente castigada por embates del tiempo y del clima. En vez de la bandera que debe ser, y de ondear libremente, ha devenido tela deplorable, enredada en los girones en que se deshace como harapo.

La imagen resulta patética en extremo y, mientras tanto, personas de todas las edades transitan por allí, niños y niñas se sientan o juegan alrededor de la estatua y adultos lo hacen para conversar o tomar cerveza. Podría pensarse que son maneras familiares de relacionarse con la memoria del héroe: pero lo que se aprecia revela una indolencia que injuria su memoria.

Monumento a Quintín Bandera, parque Trillo, en el barrio de Cayo Hueso, municipio de Centro Habana.

Lo impropio allí acumulado no es cuestión de semanas, ni de pocos meses. ¿Nadie se ha preocupado por el deterioro de la bandera y del propio monumento, que dista de la galanura que debería tener? Si alguien se ha preocupado, no se le habrá hecho caso. ¿Qué papel cumplen las leyes pensadas para salvaguardar el patrimonio de la patria, en especial sus símbolos? ¿Qué hace la populosa comunidad que habita ese barrio? En ella habrá instituciones varias, incluyendo alguna escuela y, cerca del lugar, una Oficina de Trámites de Licencia de Conducción, adscrita, como todas las de ese cometido, al Ministerio del Interior.

Al cuidado de los símbolos, y de la disciplina social en su conjunto, deben contribuir también la educación y la cultura, que visiblemente se quebrantan cuando en actos de diverso carácter falta la solemnidad requerida. ¿Nadie lo ha notado, por ejemplo, al interpretarse en actos públicos el Himno que desde 1868 representa y defiende los más altos valores e ideales de la nación?

Las expresiones de irrespeto al Himno Nacional condicen con el estado andrajoso de la bandera, ya materialmente un trapo, que acompaña el monumento erigido para honrar a uno de los grandes defensores de esa enseña. Es el estandarte que, junto con el Himno y el Escudo, simboliza los sacrificios y el heroísmo protagonizados por hijos e hijas de la patria, y simbolizará las luchas que su defensa pueda seguir necesitando así hoy como en el futuro.

Por muchas razones, y con mucha razón —y corazón—, los símbolos patrios merecen pleno respeto, abonado con la mística y la veneración que ha de rodearlos siempre como parte del tesoro espiritual de la patria. Si no se cumple lo que se ha de cumplir, de poco vale que esté legislado incluso el tratamiento que corresponde dar a la bandera cuando su estado físico no se corresponda con la dignidad que también materialmente debe enaltecerla.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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