Si las guerras pueden empezar por mentiras, la paz puede empezar por la verdad
Julian Assange
La liberación ayer de Julian Assange, por lo sorprendente del hecho, de seguro se incluirá entre los acontecimientos más trascendentales de la década. Al principio tocó revisar varias veces otras fuentes para no irse con la de trapo con una fake news para, luego de esta pausa, rebosar en júbilo.
En un mundo donde las injusticias de unos campean a sus anchas y dictan designios a otros, extraña que ocurra precisamente lo contrario. Este hecho pone, por así decirlo, un punto y final a la causa por la excarcelación del periodista y activista australiano que en estos cinco años múltiples voces convirtieron en un clamor mundial.
El proceso de extradición se encontraba en punto muerto entre muchas argucias legales que llevaron a varios organismos de amnistía internacional a catalogarlo de arbitrario y con claros tintes políticos. Los magistrados del Tribunal Superior de Justicia en Londres, en virtud de apelaciones presentadas por el imputado, consideraban insuficientes las garantías presentadas por Estados Unidos de que el cofundador de Wikileaks recibiría un juicio justo si era enviado a ese país.
Desde el principio Assange sostuvo que la publicación de los documentos confidenciales en Wikileaks era un asunto de interés público y que le protegía la Primera Enmienda de la Constitución de EE UU, que ampara la libertad de expresión.
“Wikileaks publicó historias revolucionarias sobre corrupción gubernamental y abusos contra los derechos humanos, responsabilizando a los poderosos de sus actos. Como director, Julian pagó duramente por estos principios y por el derecho de la gente a saber”, indicó un editorial del sitio al momento de conocerse su liberación.
Ahora que el objetivo principal de ese movimiento está cumplido cabría preguntarse ¿Cuál será el próximo capítulo en esta historia?
Para esta interrogante, el vaticinio lógico no resulta muy difícil de intuir. Aunque la fase más dura concluye, el peligroso ejemplo de Assange será blanco de la persecución, el descrédito y el ostracismo promovidos por los poderes trastocados por su denuncia.
Las dinámicas del nuevo siglo permiten a los intereses hegemónicos asesinar a efectos prácticos al sujeto sin necesidad de desaparecerlo físicamente. No sería sorprendente que a partir de aquí empiece una seguidilla interminable de ataques públicos y manipulación por parte de los grandes imperios de la información hacia aquel que, contradictoriamente, ejerció, en enorme desigualdad de recursos y visibilidad, el oficio que ellos teorizan pero no cumplen.
La letra al pie en este caso nos recuerda el doble rasero y relatividad de la libertad de expresión que nos vende el supuesto mundo libre. La libertad coaccionada por los términos de las grandes empresas transnacionales y sus negocios, más o menos sobre la fina línea de la ética y los derechos humanos, que mueven anualmente millones de dólares a costa del sufrimiento y explotación de una inmensa mayoría global menos favorecida.
Contra esa realidad no existe ni existirá recurso por invocar que no contravenga las libertades que estás mismas dicen defender. En esa vieja lucha, que no constituye otra cosa que la expresión contemporánea de la histórica confrontación entre explotadores y explotados, Julian Assange ha tenido el valor necesario para erigirse en una especie de mártir en vida de ideales legítimos que, en cierta medida, han sido secuestrados y vaciados de contenido por sus carceleros.
Historia como la suya cumplen uno por uno con los renglones de ese ideal periodístico enseñado en cada una de las academias y facultades dedicadas a la formación profesional pero que pocos se atreven a seguir por miedo a las consecuencias.
No obstante, sin importar cuanto intenten silenciarlo, una voz como la suya será difícil de acallar. Una que puede y debe inspirarnos a reconsiderar hasta que punto llegamos en el compromiso cotidiano con el oficio y la verdad. Pero una voz sola no hace el cambio, y nos corresponde a cada uno llevarla hasta el más alejado rincón.
Foto de portada: Tomada de El Periódico