Conversaban varios colegas —mujeres y hombres—, y uno le reprochó a un “caballero antiguo”, el destacado escritor ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, que lo hubiera hecho poner en duda la solidez de su vocación marxista. Al preguntársele por qué, respondió que Adoum le había sembrado la duda con el solo título, ¡pero qué título!, de una novela: Entre Marx y una mujer desnuda. El grupo reaccionó con alegría cómplice, y una de las damas apuntó: “Marx no habría vacilado: hubiera escogido a la mujer”.
A riesgo de contrariar criterios propios de la justa lucha contra el sexismo y la reducción de la mujer a símbolo sexual, vale sostener que será difícil echar abajo un juicio que viene de la antigüedad y que el bando femenino podrá modificar de acuerdo con su opción. Cabe resumirlo así: la mujer es condensación de la belleza, y su desnudez constituye uno de los espectáculos estéticos más soberanos imaginables.
Sin excluir la imagen masculina —pues debe haber y hay para todos los gustos—, la pintura universal y otras artes se han encargado de avalar el dictamen. Para no salir del ámbito español, ¿quién puede permanecer indiferente ante la Venus del espejo, de Velázquez, o la Maja desnuda, de Goya? También se sabe que la desnudez la han satanizado perspectivas moralistas influidas por dogmas religiosos o basadas en ellos.
Lo hasta aquí dicho deja sentado que, en lo siguiente, no se debe esperar pazguatería ni mojigatería de ningún tipo: ni calambucas ni políticas. Pero no hay por qué avalar devaneos narcisistas de quienes parecen estimar que las ideas —incluso las revolucionarias—están mal defendidas si no las calza algún hervor erótico. Como si tal calentamiento no pudieran disfrutarlo globalmente hasta las fuerzas más reaccionarias.
La fiebre de un supuesto “erotismo combativo” como arma traída por los pelos, se aprecia en distintas esferas, incluida la comunicación social. En las útiles y enredadoras redes cunden autorretratos —imágenes y textos— que, más que apoyar ideas, parecen reemplazarlas, narcisismo a pulso. No falta protagonista de esa práctica que se haya ido con su cuerpo a otra parte en busca de un entorno más afín a sus pretensiones: Miami.
Por cierto, ese topónimo solíamos pronunciarlo en español, como se escribe, no mayami; pero está en marcha la expansión del inglés, idioma en que selfie, forma abreviada de self photo o self portrait, es el equivalente de auti —derivable de autofoto o autorretrato— en español. Esta es también una lengua grandiosa, pero no traza modas en un mundo imperializado por lo anglosajón.
Volviendo al tema, en Cuba pulula eso a lo que hay quienes dan nombres como el usado en el título del presente artículo, sin descartar otros rótulos ya en boga o en potencia, asociados a genitales, glúteos, mamas y bocas insinuantes. A veces hasta la acreditación como profesionales de la comunicación social se ilustra con esos recursos.
También habrá quienes desaprovechen las posibilidades que les brinda su trabajo periodístico para agencias y órganos de prensa cubanos y, lejos de prestar especial atención a lo que podrían captar y difundir sobre la realidad de los parajes por donde se mueven, prefieren exhibir su físico y expresiones individuales de placer. (Se diría que Lucha tu yuca, taíno, pasó “actualizado” a Construye tu felicidad. Las consignas no escapan al entorno: brotan de él, y con él dialogan.)
Acéptese que alguna dosis de ligereza puede contribuir quizás a que la información se reciba mejor, pero a menudo el desbalance entre imagen y supuesto mensaje trasgrede la mesura y las proporciones aconsejables. Según el refrán popular, “bueno es lo bueno, pero no lo demasiado”, y ¿será siempre bueno lo que se pretende hacer pasar como si lo fuera? De alguien con méritos mucho más que bastantes para ofrecer lecciones vitales es esta que aquí se cita de memoria: “Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco”.
Pero si alguien hace notar su insatisfacción ante actitudes que en ese terreno estima reprobables, habrá quien le salga al paso o le salte al cuello con la acusación de haber violado la cordialidad en el mundo, y el sacrosanto derecho a la libertad de expresión individual. ¿Será necesario entrar en ese terreno para recordar —la generalización permite eludir géneros— que quienes tengan responsabilidad con la comunicación social deben seguir en su desempeño determinadas normas? Máxime si sirve a medios públicos como los cubanos, llamados a caracterizarse por una clara orientación ética.
Lo que está ocurriendo no es ajeno a reacciones contra mucho de lo que Cuba, como la digna anomalía sistémica que en gran medida fue —y, pese a todo, es de esperar que no deje por completo de serlo—, se propuso trasformar rodeada de un mundo donde campean el capitalismo y sus reglas. Así este país se planteó metas que hoy muchas personas parecen tildar de trasnochadas: como la aspiración de que la mujer no se vea como simple imagen de belleza física, símbolo sexual.
Por ello se abolió la elección de estrellas o reinas del carnaval, pero hoy abundan quienes aplauden que la mujer cubana se someta a certámenes como los que seleccionan a la Miss Charm o a la Miss Universo, y en círculos infantiles se han reproducido remedos de esas lides como pretensos “juegos inocentes”. Cuando tales actitudes se explayan, pululan banalización y sexismo, entre otras lindezas que no parecen ser los mejores atributos, y menos aún para una prensa que aspire a ser seria.
No obstante, cuando alguien se ha pronunciado contra dichas prácticas, entre quienes le han salido al paso ha habido mujeres que ven en su participación en esos concursos un derecho que deben mantener. Sí, aunque desde sus orígenes han estado vinculados con la discriminación que ellas han sufrido históricamente, en beneficio de tradiciones patriarcales y machistas. Los hechos dan para escribir tratados y, sobre todo, para preocuparse, o angustiarse… y actuar.
Retomando lo de Cuba como digna anomalía sistémica, y lo honroso de procurar que mantenga de esa condición todo cuanto pueda mantener, no es ocioso recordar la propuesta de omitir los ideales comunistas en el preámbulo de su nueva Constitución. Felizmente, contra esa propuesta —venida al parecer del deseo de que “Cuba se pareciera más al mundo”— se alzaron voces del pueblo y la propia votación popular en el referendo, y fue democráticamente revertida.
Este artículo no pretende agotar el tema y sus implicaciones, y menos aún negar el derecho de cada quien a pensar y expresarse como desee, aunque socialmente los derechos tienen límites marcados por conceptos, ideales y principios colectivos. Añádase, aunque no sea lo fundamental, que —por causas que no se elucidarán aquí ahora— si en cualquier comarca del planeta una persona hace o dice algo, se afirmará que lo hizo o lo dijo un individuo; pero si es en Bolondrón o en Jiguaní, la noticia será que lo hizo o lo dijo Cuba, no alguien en particular.
La prensa cubana tiene y se rige —o debe guiarse por ellas— normas éticas y hasta una Ley de Comunicación Social para defender lo que merezca defenderse, y cambiar lo que deba ser cambiado. Pero nada sustituye a la educación, la cultura, la conciencia personal, los valores y el tan extraordinario sentido común, brújulas por las que cada quien debería orientarse en su comportamiento privado y público, sean cuales sean su género y el terreno profesional en que se desempeñe.
Imagen de portada: Dominio Cuba.
Buenos días profe, muy de acuerdo con Ud, igual me sobresaltan los presentadores de televisión (informativos o no), articulistas y otros publicadores en periodicos y otros medios estatales que saturan sus redes sociales de memes y otras publicaciones que contradicen o al menos opacan las informaciones que con cara seria y en ocasiones rasgando las vestiduras presentan en los medios en que trabajan, o se dedican a publicar sus problemas personales clamando por ayuda de autoridades; cuando menos pienso que es antiético, pero como ya hemos visto, muchas veces es doble moral que tiene como fin crear un expediente que mostrar cuando finalmente cambian la casaca.