La aparición, multipromocionada, de En agosto nos vemos, la novela inacabada inédita de Gabriel García Márquez, va a dar pie una infinidad de reflexiones y señalamientos, desde los que acusarán a los herederos de hacer negocio contraviniendo el deseo del escritor de no publicarla, hasta los que la celebren como obra maestra. Lo interesante es lo que hay detrás del libro como síntoma de nuestro tiempo. Hace ya casi cincuenta años, la aparición de Cien años de soledad, obra maestra indiscutible aunque discutida (como debe ser) nos reveló a los lectores en español la existencia del público lector (y hay que escribir Público con mayúscula para subrayar su vertiginosa condición masiva) y a los lectores en otras lenguas que existía una literatura extraordinaria en español.
Es lo que llamamos el boom. La palabra, surgida del uso publicitario, puede ser traducida como estallido, pero también como petardo. Si esta última manera tiene algo despectivo, la publicación de En agosto nos vemos muestra que en todo caso fue un petardo de larga duración. Pero, además, hay que agregar que García Márquez, después de Cien años de soledad, siguió publicano libros que no pocas veces merecen otra vez el calificativo de obras maestras –pienso en El otoño del patriarca y El amor en los tiempos del cólera– y notables colecciones de cuentos. El ruido publicitario que precedió a la aparición del libro señala, además, que ni los editores ni los críticos se han olvidado de García Márquez: sigue siendo un referente. ¿Y para el público lector? Yo creo que también, pero no desde luego, pues las condiciones no son las mismas, con un número de lectores/compradores comparable.
Empecemos por esto último: el lanzamiento el día 6 de agosto en los países de lengua española generó una gran expectativa de la prensa. El día de su aparición, sin embargo, creo, al menos en las librerías mexicanas, no hubo colas para comprar el ejemplar como se había pronosticado (se dijo, incluso, que uno podía adquirirlo por adelantado para no perdérselo). Fue, no obstante, el libro más vendido de ese día y seguramente crecerá su venta en las próximas semanas y tal vez meses, y aparecerá también en otros idiomas. A su vez habrá que saber las cifras de la vena digital, para saber qué interés hay en los lectores jóvenes, más acostumbrados a hacerlo en los dispositivos electrónicos.
En todo caso, con García Márquez y con Mario Vargas Llosa el boom sigue vivo ante ellos, mientras que otros del grupo –notablemente Carlos Fuentes– han dejado de estar en la palestra. Hace un año apareció el libro Cartas marcadas, que reúne la correspondencia entre ellos tres, más Julio Cortázar, verdadera radiografía de la atmósfera que los reunió. Y el asunto de las ventas nos lleva a un tema delicado: ¿es legítimo publicar el libro en contra de la voluntad del autor? Es una discusión interminable en la que hay buenos ejemplos en favor de ambas cosas, hacerlo y no hacerlo, de Kafka a Rulfo. Yo daré mi posición como lector: me gusta leer incluso los malos textos de los autores a los que admiro, sus inéditos y sus borradores, hasta sus notas de lavandería. Y repito: como lector, no como especialista, erudito o académico. Hay un cierto fetichismo en ello, desde luego, como aquellos a quienes les gustan las iconografías. Así que el 6 de agosto fui y compré el libro.
Otra posibilidad de reflexión que ofrece el libro es sobre su condición genérica. Se publicita como novela aunque en el libro se matiza el asunto hablando de cuentos vinculados. Yo creo que la intención del autor era una novela, pero que los capítulos redondos (como cuentos) le permitían una estrategia contra la merma de sus facultades, en especial la memoria. Por otro lado el gran novelista era en realidad sobre todo un extraordinario cuentista (algo que también se ha dicho de Cortázar), pero que desde el siglo XIX el escritor con mayúscula es el novelista y el mercado presiona para ello.
En ambos géneros, y también en su periodismo, los temas y obsesiones son los mismos: el poder, la sexualidad, el amor –en ese orden– y la música. En este texto hay una curiosa mezcla entre la música culta –la protagonista se llama Ana Magdalena Bach y tiene, como su marido legal, una formación de música clásica. A la vez y naturalmente aprecia y admira la música popular y, sobre todo, la manera de bailarla, elemento central en sus “infidelidades”.
Sin embargo, la anécdota central: una mujer madura que viaja cada año a dejar gladiolos en la tumba de su progenitora, se resuelve en otro elemento, más importante y denso, que es la vida desconocida y sorprendente que se le revela de su madre. Como se verá con este apretado resumen que no revela la trama, las obsesiones afectivas de su narrativa están muy presentes. Otro elemento: la prosa es menos barroca que en otras obras suyas lo que, creo, responde a una búsqueda de claridad. Dicho esto, el libro dará nuevas pistas a sus exegetas, abundará en los complejos matices de sus obsesiones. Y no evado el asunto del principio, el libro es muy bueno y creo que es un acierto haberlo publicado.
Tomado de La Jornada Semanal