Con pulso firme para desamarrar de su barca las palabras de toda presentación, el periodista Fernando Rodríguez Sosa tenía claro que la mejor estampa para proponer la lectura de Flores de nuestra América: símbolo y leyenda (Editorial Pablo, 2019) era el relato de las bellas cubanas que, en los tiempos de nuestras guerras de independencia, trenzaron en su pelo mariposas que eran a un tiempo pétalos blancos, belleza, arrobo… ¡y resguardo de mensajes mambises! Así que empezó por ahí.
A mitad de mañana, ya el sol entibiaba hasta la sombra de la calle de madera, frente al viejo Palacio de los Capitanes Generales, y el reconocido promotor literario no solo tenía entre manos la introducción pública de ese libro de las periodistas Lucía Sanz Araujo (ya fallecida) y María Luisa García Moreno, sino también el reto de atraer a sus páginas al mejor público del mundo, el infantil, que le desafiaba allí, a pura sonrisa, representado en niños de cuarto y sexto grados de la cercana escuela primaria José Martí.
Los «niños más creciditos» eran Juan Rodríguez Cabrera, presidente del Instituto Cubano del Libro, Francisco Rodríguez Cruz, vicepresidente nacional de la UPEC, y Esther Pozo, directora de la Pablo, que no tuvieron ningún problema para entenderse con el libro, el público y el orador.
Fernando habló de Lucía y María Luisa, ese par de «amigas de los niños y jóvenes» que se juntaron para mostrarles, más que el simple color, las esencias mismas de casi cuarenta flores latinoamericanas que se erigieron en símbolos nacionales. Son cosas que pasan solo cuando la belleza pasa a símbolo y sube hasta la leyenda.
El presentador fue sacando del libro, cual si fuera el sombrero de un mago o manantial digital, ejemplos de esas flores-país, apenas como anticipos del deleite literario, porque ya se sabe que la gracia verdadera se halla en la lectura a solas que los padres (esos mecenas insustituibles que merece cada hijo) deben asegurar pagando precios que un niño no puede pagar; mucho menos entender.
En fin… Flores de nuestra América: símbolo y leyenda recoge, como explicó su promotor en el espacio «El libro del mes», detalles de suelos apropiados, usos y curiosidades de esas que demuestran que (igual que en la tan subjetiva belleza humana) una flor es siempre más que una flor.
Lucía y María Luisa hicieron florecer sus relatos regándolos con leyendas —afrocubanas, aborígenes, centroamericanas, amazónicas, sudamericanas…— que ilustran la conexión de los pueblos originarios con los múltiples significados de la belleza.
En la enunciación de estas, Fernando Rodríguez Sosa demostró ante público tan particular la gracia del cuentero, más allá de la sobriedad del presentador, lo que permite aventurar que esa salida singular del aula de esos pioneros les aportó «nutrientes» para varias asignaturas. Como añadido, el libro propone crucigramas y otros desafíos didácticos adecuados para las edades de los públicos a que apunta.
Por supuesto, hay que hablar de ese público. Cubaperiodistas que no tenía mejor cosa que hacer —¡y vaya si tenía cosas! — estuvo ratos mirándolo. Se revolvieron en sus sillas al son de las Lágrimas negras y El manisero que tocaron para ellos los jóvenes hermanos David y Daniel Mora Mena, del Conservatorio Amadeo Roldán; y, ante el presentador, unos se susurraban cosas, alguno caía en la risita; lo mismo sugerían sonrojo que desparpajo, pero era más que evidente que en algún momento casi todos fueron tocados por la magia de Lucía, María Luisa y Fernando.
Es dable confiar, entonces, en que unos cuantos de esos que «saben querer» sabrán también cultivar flores, honrar símbolos y engrandecer leyendas de Cuba y de Nuestra América.