La renovada historia de los pueblos está indistintamente matizada por fechas gloriosas y trágicas, por triunfos y reveses, por avances y retrocesos. La historia del pueblo cubano en ese sentido, no es la excepción y a lo largo de su devenir histórico puede exhibir la fecha desgraciada del 19 de mayo de 1895 como una verdadera tragedia, que siguió al azaroso desembarco de José Martí y Máximo Gómez el 11 de abril por la playita de Cajobabo, al extremo oriental de la isla.
Circunstancias algunas de ellas fortuitas motivaron la presencia de los principales jefes de la guerra en la zona conocida por Dos Ríos, donde se unen el caudaloso Cauto y su afluente el Contramaestre. Pocos días antes había tenido lugar la conocida reunión cumbre de la finca La Mejorana (Martí-Gómez-Maceo) y de allí habían surgido las líneas inmediatas fundamentales para la lucha en esta etapa inicial, no sin algunas contradicciones, pero siempre en el camino del avance enérgico de la guerra. Allí se decidió organizar lo más pronto posible la estratégica invasión a Occidente, frustrada en la primera guerra independentista también por discrepantes puntos de vista en el seno de la dirección de la Guerra de los Diez Años.
Mucho se ha discutido, debatido y filosofado incluso sobre el papel de las masas y de la personalidad en la historia y por lo general, —y basado en ejemplos concretos, — se llega como a una solución de compromiso que reconoce el decisivo papel de ambos factores en el curso de los acontecimientos.
En el caso de Martí y su papel como líder indiscutido y reconocido por todos los elementos que llegó a conciliar para el reinicio de la lucha de ideas y de acción, logrando la unidad combativa de los veteranos del 68 con las nuevas generaciones, hay coincidencia generalizada entre todos los estudiosos e investigadores del tema, que su papel resultó de tal manera gigante, fundamental y decisivo que rebasa con creces cualquier duda. Desde que concibió y organizó el Partido Revolucionario Cubano como conductor de una nueva “cultura de hacer política” con vistas al combate independentista e introdujo novedosos métodos y estilos de trabajo en esa tarea, José Martí descolló por encima de todos.
En cuanto a Nuestra América, vivió en el monstruo y le conoció las entrañas. De ahí surge su pensamiento antimperialista que es precursor en América y va más allá de las fronteras de Cuba junto a la obra literaria y periodística que lo acompañó y aun crece sin detenerse y lo coloca en la cúspide de la cultura en general y de las letras en particular.
Vista a la distancia de más de un siglo y analizadas cuidadosamente sus consecuencias puede llegarse a la conclusión de que su desaparición física en aquel 19 de mayo fueron trágicas y funestas no solo para Cuba sino para la región entera que ya lo sentía como algo propio y compartido. “De América soy hijo, y a ella me debo…” había afirmado al despedirse de su estancia en Venezuela.
La carta inconclusa a su amigo mexicano Manuel Mercado ha pasado a ser su testamento político y en ella se recoge de modo claro y terminante su pensamiento: “Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber, —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlo, — de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy y haré, es para eso…”
Cierto es que la historia no puede escribirse a base de especulaciones y que reclama la interpretación de hechos concretos. En este caso, sin embargo, todo lo ocurrido hasta el momento fatal de Dos Ríos nos indica sin gran esfuerzo que la temprana caída en combate de “el hombre de La Edad de Oro” desvió en muchos sentidos el curso de la historia de Cuba y posiblemente también de las Antillas acompañantes.
Fue un suceso trágico y fatal cuyas consecuencias sufrimos en Cuba, —de una forma u otra,— hasta el lº de Enero de 1959 cuando las ideas martianas recuperaron su papel y su lugar.
Opino que todavía no llegamos a difundir y estudiar el significado de las palabras del Apóstol cuando dice “Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber, —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlo, — de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy y haré, es para eso…”. A la vista de lo acontecido durante el siglo XX en América, y conscientes de las palabras de Jefferson, en carta a Madison, aun antes de 1776, que expresaba el enorme interés de apropiarse de cuba y que su costa sur sea el límite de la América soñada por los propietarios terratenientes norteños, no caben dudas acerca de la intención de convertir al Golfo y el Mar Caribe en un “Mare nostrum” como el logrado por Inglaterra luego de Trafalgar. Si Martí no hubiese vislumbrado esa intención geopolítica, tal vez hoy no existiría México, con el dominio de todas las costas del Golfo y el Mar Caribe en manos de un imperio cuya voracidad no es desconocida por nadie hoy en día.