La primera parte de este ensayo termina con un rotundo vaticinio que, hecho por José Martí en un texto público —el Manifiesto de Montecristi—, se aprecia más claramente aún en una carta escrita en la misma fecha, 25 de marzo de 1895, y dirigida a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal. En ella se lee: “Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo”.[17]
Si en el texto público dice de qué depende —obviamente, peligra— “el honor para la gran república del Norte”, en la carta cuestiona “el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa”, y en campaña asociará a los Estados Unidos con el peligro del fomento de tiranías en nuestra América, concretamente en Cuba, pero no solo en ella.
De su entrevista, en un campamento insurrecto, con el corresponsal de The New York Herald, Eugene Bryson, nació el texto que ese diario publicó, en versión mutilada y falseada, el 19 de mayo de 1895, el día en que Martí cayó en combate, por lo que no pudo leerla. Felizmente, había tenido el cuidado de buscar que el texto original se publicara en Patria, y gracias a eso se conoce que entre los falseamientos introducidos por el rotativo se halla una de las increpaciones más desafiantes que en ese texto hizo al país norteño: “No es en los Estados Unidos ciertamente donde los hombres osarán buscar sementales para la tiranía”.[18]
Conociendo el pensamiento de Martí, sus preocupaciones sobre los planes estadounidenses de coyundear a nuestra América, se entiende el alcance de la táctica expositiva de un texto dirigido a los Estados Unidos con el mensaje de que respetase la soberanía de Cuba. Apenas dos semanas después de la entrevista, Martí escribió la que sería su última carta a Manuel Mercado, y las inquietudes que en ella expresó están atravesadas por su encuentro con el periodista estadounidense.
A ello remite la certeza que tenía de que su deber mayor era impedir que se consumaran los planes imperialistas de los Estados Unidos: “Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”. Entre otros componentes fundamentales de su proyecto, le hizo ver a Mercado que estaba al tanto de la política dirigida por ese país a disponer en nuestra América de gobernantes plegados a sus intereses expansionistas. En esa carta, la misma donde afirmó: “Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas;—y mi honda es la de David”, irrumpen pormenorizadas rememoraciones de la entrevista, como las que ahora se verán.
Martí testimonia que Bryson le había contado de una conversación suya “con Martínez Campos, al fin de la cual le dio a entender este que sin duda, llegada la hora, España preferiría entenderse con los Estados Unidos a rendir la Isla a los cubanos”. Pero más que ese punto, que seguramente no sería particularmente novedoso para él, a Martí le interesa otro que, aunque tampoco fuera un descubrimiento, remitía a los planes de los Estados Unidos para ir acrecentando su influencia en los países de Hispanoamérica: “Y aún me habló Bryson más: de un conocido nuestro y de lo que en el Norte se le cuida, como candidato de los Estados Unidos, para cuando el actual Presidente desaparezca, a la Presidencia de México.[19]
Los turbios manejos de la política internacional de los Estados Unidos dañarían cada vez más el honor de esa nación, y tanto más cuanto mayor fuera su poderío para acometer y justificar sus artimañas. Por ese camino la nación norteña se desbocaría —mejor dicho: se ha desbocado— como un gendarme en busca de coyundear el resto del mundo, a cualquier precio. Semejante realidad no se aprecia solo en el terreno internacional, sino también en la vida interna del país. Sobre su sociedad procede citar —un fragmento al menos, manteniendo a raya la tentación de citarla en su totalidad, lo que sería sumamente esclarecedor— la crónica de Martí publicada en el diario La Nación, de Buenos Aires, el 18 de marzo de 1883:
Estos eran los republicanos de “media raza”, como les apodan; los buenos burgueses, que no desdeñan bastante a la prensa vocinglera, a las capas humildes, a la masa deslumbrable, arrastrable y pagadora. Los otros, los imperialistas, los “mejores”,—y sus apodos son esos,—los augures del gorro frigio, que, como los que llevaron en otro tiempo corona de laurel y túnica blanca, se ríen a la callada de la fe que en público profesan; los que creen que el sufragio popular, y el pueblo que sufraga, no son corcel de raza buena, que echa abajo de un bote del dorso al jinete imprudente que le oprime, sino gran mula mansa y bellaca que no está bien sino cuando muy cargada y gorda y que deja que el arriero cabalgue a más sobre la carga.[20]
Uno de los mitos de la sociedad estadounidense radica en lo que se vende como su funcionamiento democrático, pero Martí miró a fondo la realidad. Caló así en los ardides electorales imperantes, y de una de las campañas escribió algo que parece escrito sobre las más recientes: “Al fin, la batalla cesa: no se ha peleado a lo púgil, sino a lo serpiente: hay brazos que llevan para toda la vida la mordedura. En la pelea se notó demasiado encono”.[21]
En cuanto al bipartidismo que supuestamente garantiza la democracia representativa, trazó en 1886 un dictamen cuya vigencia, más que perdurar, crece:
El partido republicano, desacreditado con justicia por su abuso del gobierno, su intolerancia arrogante, su sistema de contribuciones excesivas, su mal reparto del sobrante del tesoro y de las tierras públicas, su falsificación sistemática del voto, su complicidad con las empresas poderosas, su desdén de los intereses de la mayoría, hubiera quedado sin duda por mucho tiempo fuera de capacidad para restablecerse en el poder, si el partido demócrata que le sucede no hubiera demostrado su confusión en los asuntos de resolución urgente, su imprevisión e indiferencia en las cuestiones esenciales que inquietan a la nación, y su afán predominante de apoderarse, a semejanza de los republicanos, de los empleos públicos.[22]
El 22 de noviembre de 1889 apareció en el rotativo argentino la crónica de Martí en que se lee: “Los votos, como que estos Estados nacen en hombros de corporaciones poderosas, estaban de compra y venta, según los intereses de las corporaciones rivales, y el influjo de las que tienen por la garganta a los votantes, con lo que les han adelantado sobre sus empresas y tierras”. En semejante cuadro, lo que ganó su simpatía fue “el empeño de la mujer en que se levante el Estado sobre el hogar, y no sobre la taberna”,[23] un propósito que, por contraste, hablaba de malas raíces.
Contra los opresores
Pero probablemente no haya en Martí mayor refutación del funcionamiento político estadounidense que la implícita y perceptible en el concepto de democracia que deseaba para Cuba. El alcance de su proyecto puede aquilatarse por contraposición con la realidad que él conoció no solo en la colonia de la que era hijo y a cuya liberación consagró su vida, sino con la de distintos lares que valoró en su extensa obra periodística y, sobre todo, con la que escrutó como testigo presencial.
En ese caso se ubican España, con un tramo de república manca, y varios países por los que transcurrió su periplo de deportado y conspirador, y que eran formalmente repúblicas. Entre ellos sobresalieron aquellos donde residió: México, Venezuela y Guatemala. De las repúblicas instauradas en las que habían sido colonias de España hizo un balance que, más que hablar del pasado, muestra los ideales con que acometía la lucha para independizar a Cuba. Así resumió el propósito que veía incumplido en aquellas repúblicas, al cual se refirió en estos términos en su ensayo “Nuestra América”, publicado en enero de 1891: “Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores”. [24]
Pero, fuera de Cuba, en ningún país permaneció más tiempo que en los Estados Unidos, donde residió gran parte de los últimos quince años de su vida, o sea, durante el mayor desarrollo de su madurez intelectual y política. Tan amplia experiencia internacional debe tenerse presente al leer, en las Bases del Partido Revolucionario Cubano, escritas por él, que esa organización procuraba fundar en Cuba “un pueblo nuevo y de sincera democracia”. [25]
Acaso hoy como nunca antes la realidad de los Estados Unidos confirma la precisión con que José Martí juzgó el rumbo de esa nación. No solo por los desplantes políticos en que el césar de turno cuando se escriben estas páginas —Donald Trump— parece decidido a seguir hundiéndose, dominado por su afán de permanecer en la presidencia, sino especialmente por el modo como el gobierno reacciona tiránicamente contra su pueblo. Lo hace ante la crisis humana acarreada por una pandemia que ha puesto en evidencia lo raigalmente antipopular de un sistema constituido como un tirano industrial, y no de una industria cualquiera, sino primordialmente de la industria militar, cada vez más determinante en su política.
Aunque se tratara de un mal manejo y no de una utilización maltusiana de la pandemia que tanto daño ha causado al mundo y ha tenido largamente su epicentro en los Estados Unidos, las cifras de contagios y muertes en ese país por la COVID-19 son una terrible muestra del autoritarismo dictatorial con que su gobierno ha burlado las advertencias de sus mayores expertos y arremetido contra la Organización Mundial de la Salud. Como ya había hecho con la Unesco y con numerosos tratados internacionales pensados para mejorar la vida en el planeta, los Estados Unidos han puesto en evidencia su menosprecio de los pueblos —incluido el suyo propio— y de requerimientos básicos para la humanidad. No es una realidad que se haya visto únicamente bajo el reinado de un presidente como Donald Trump, de quien numerosos especialistas han dictaminado lo que la observación común también aprecia: es un sicópata.
Cuando se ha calificado de “pinochetadas” la actitud del presidente de los Estados Unidos, no basta considerar que se trata de reconocer que en el interior de su país uno de sus gobernantes adopta conductas propias de dictadores genocidas. El relevante intelectual estadounidense Noam Chomsky ha expresado incluso que los pasos de Trump en su frenesí egolátrico por ser reelecto “son como las acciones de un dictador de segunda en una neocolonia en algún lugar, como en un país pequeño que sufre un golpe militar cada par de años”. Y sostuvo asimismo que calificarlo de fascista sería excesivo, porque “es más como un dictador menor en un pequeño país sujeto a golpes militares […] Es esencialmente una dictadura de segunda”. [26]
Demos por sentado que, para ubicar a Trump en su sitio, Chomsky no intentaría ofrecer una visión meliorativa del fascismo, y saltemos por encima de las que pudieran tomarse como señales de menosprecio hacia los países más pequeños. Lo fundamental es saber que los regímenes dictatoriales de la América Latina y el Caribe, a menudo instalados en el poder tras cruentos golpes de estado que, desde sus preparativos, los han propiciado y apoyado los Estados Unidos.
Para ello el gobierno de esa nación se ha valido a menudo de la CIA, que no es, como algunos parecen creer, una tumoración anómala en su sistema político, sino una de sus principales y más representativas instituciones, junto al Pentágono y al poderoso mecanismo desinformativo con que edulcora sus actos y los de sus sirvientes. Algo similar cabe sostener del fascismo como recurso del sistema capitalista.
La realidad vivida desde el siglo XIX hasta nuestros días ratifica el valor de la increpación con que José Martí convocó a los Estados Unidos —empleando la táctica expositiva del deber ser, no porque confiase en el destinatario del desafío— a no convertirse en la base donde “buscar sementales para la tiranía”. Tiránicas han sido las intervenciones militares con que la potencia imperialista ha venido imponiendo su voluntad desde 1898, y que tanto en el siglo XX como en lo que va del XXI han tenido capítulos sonadamente brutales.
Si en aquel año los escenarios fueron Cuba, Puerto Rico y las Filipinas —como anticipo de lo que escasas décadas más tarde serían las llamadas Guerras Mundiales—, luego vendrían para la América Latina y el Caribe, entre otras, las intervenciones en Nicaragua, Colombia, Guatemala, República Dominicana, Chile, Panamá, Granada y la Cuba que aplastó a la invasión mercenaria en Playa Girón y sigue sufriendo el bloqueo de la arrogante potencia.
En otras áreas geográficas se recordarán o aún están activas, desde la entrada oportunistamente capitalizada en la Segunda Guerra Mundial, operaciones que incluyen las sufridas por los pueblos de Afganistán, Irak, Serbia, Siria y Libia, para solo mencionar ejemplos ostensibles, sin olvidar el apoyo de los Estados Unidos a Israel en sus crímenes de lesa humanidad contra Palestina. Súmense los sostenidos afanes por derrocar a la Revolución Cubana, ya aludidos, y la permanente actitud, también delictiva, contra la Venezuela bolivariana y la Nicaragua sandinista, además de las pugnas geopolíticas enfiladas contra países cuyo desarrollo económico, político y social la potencia del Norte se aferra en impedir.
En conjunto, la historia de los Estados Unidos y sus relaciones con el mundo está jalonada de hechos de toda mala índole, acometidos con el propósito de mantener la hegemonía que le ha permitido a esa nación ejercer un poder tiránico. En ello se inscriben las pertinaces maniobras que urde y ejecuta para frustrar el multilateralismo, tendencia que en la arena internacional resulta contraria al papel de la potencia norteña como gendarme dictatorial que no renuncia a dominar el planeta, desde su territorio y fuera de él y, dato que no debe olvidarse, desde el cosmos.
Sería, pues, un sistema tiránico de dimensiones cósmicas. En otras palabras, lo que Martí vio y calificó justicieramente como “el honor dudoso y lastimado de la América inglesa” ha venido lanzándose desde 1898 por un despeñadero marcado cada vez más por saqueos, intervenciones armadas, guerras y otras acciones de terrorismo de estado. Al estilo de lo más brutal y grosero de la conquista del Oeste, hoy el gobierno de los Estados Unidos ofrece recompensa por la cabeza de dirigentes políticos que defienden a sus pueblos y sus legítimos intereses nacionales.
En medio de criminales maniobras contra la Venezuela bolivariana, un alto personero de la política imperial, el secretario de Estado del país patrocinador y artífice de las agresiones —continúa siéndolo aunque sus funcionarios sean otros—, declaró que los defensores de la potencia cesárea habían sido educados en mentir, matar, invadir y robar para que ella fuera una gran nación. Cuando se escriben estas páginas esa declaración ha desaparecido de la red, pero no ha desaparecido de los hechos, que hablan más palmariamente de esa realidad que el mismo canallesco y desfachatado pronunciamiento.
La Habana, 18 de agosto de 2020
Primera coda
Va para un año que terminó la presidencia del republicano Trump—quien antes de abandonar la Casa Blanca sumó a su abultado expediente delictivo la complicidad con el asalto al Capitolio Nacional—, y el tiempo transcurrido desde que el demócrata Joseph Biden lo sustituyó ha confirmado que el carácter tiránico de esa nación es profunda y decisivamente sistémico. Entre otras sólidas evidencias lo prueban “nuevas” órdenes de agresión contra Siria, y el apoyo declarado o más que implícito a los criminales gobiernos de Israel, Colombia y Chile, donde la sombra de Pinochet, sembrada por la potencia imperialista, no se ha extinguido. Cuenta asimismo la permanencia de los planes subversivos contra Cuba, incluidas las numerosas medidas de la administración precedente para reforzar el genocida bloqueo impuesto a este país con el fin de asfixiarlo, un bloqueo que dura ya seis décadas y ha merecido el creciente repudio de la comunidad internacional, cuya voluntad la tiránica nación desprecia.
La Habana, 15 de octubre de 2021
Segunda coda
Y si alguna duda quedara sobre el creciente totalitarismo de la política de los Estados Unidos, se podrá disipar al ver su participación en el conflicto provocado entre Rusia y Ucrania, y los manejos desinformativos con que —OTAN y cómplices mediante— la agresiva potencia norteamericana utiliza y ampara fuerzas en que campean elementos abiertamente fascistas, neonazis.
La Habana, 8 de abril de 2022
Tercera coda
La espiral de prácticas tiránicas y descrédito de los Estados Unidos crece. Hoy está más a la vista en hechos como su contubernio con Israel en la masacre del pueblo palestino, con actos que incluyen la represión violenta de estudiantes que en universidades estadounidenses reclaman que se ponga fin al genocidio. Mientras tanto, Joseph Biden se hunde cada vez más en la ignominia, y parece que puede haber un segundo turno para su émulo Donald Trump en la Casa Blanca. A cuál peor.
La Habana, 11 de mayo de 2024
Notas:
[17] José Martí: Carta a Federico Henríquez y Carvajal, Montecristi, 25 de marzo de 1895, O.C., t. 4, p. 111.
[18] José Martí: “Al New York Herald”, O.C., t. 4, p. 156. A las tergiversaciones del texto por parte del diario estadounidense dedicó el autor del presente ensayo el estudio “José Martí contra The New York Herald. The New York Herald contra José Martí”, José Martí, con el remo de proa, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1990. (Circuló asimismo en Anuario del Centro de Estudios Martianos, No. 10, 1987, y volverá a hacerlo en José Martí, puertorriqueño y otras aproximaciones a su obra, volumen en proceso de edición por la editorial puertorriqueña Patria, Inc.)
[19] José Martí: Carta a Manuel Mercado, Dos Ríos, 18 de mayo de 1895, O.C., IV, 167 y 168, respectivamente. De años atrás, y especialmente al calor del Congreso Internacional celebrado en Washington entre 1889 y 1890, Martí observaba con atención las señales de las ambiciones de los Estados Unidos con respecto al continente. Tal vez no falten razones a las conjeturas de que ese “conocido nuestro” de quien le habla a Mercado podría ser el político y diplomático mexicano Matías Romero, quien representó a su país en los Estados Unidos, donde residió durante veinte años —lo hacía cuando Martí escribió la carta a Mercado—, y fue delegado al Congreso Internacional de 1889-1890. Murió en 1898.
[20] José Martí: “Galas del año nuevo […]”, O.C., t. 9, p. 345.
[21] José Martí: “Revista de los últimos sucesos”, O.C., t. 11, p. 187.
[22] José Martí: “Estados Unidos. El mensaje del presidente […]”, O.C., t. 11, pp. 119-120. Por encima de sus diferencias, la identificación esencial entre demócratas y republicanos ha seguido manifestándose en nuestros días. Cf., por ejemplo, Jesús Arboleya: “Los apuros del bipartidismo en Estados Unidos”, https://progresosemanal.us/20190912/los-apuros-del-bipartidismo-en-estados-unidos/.
[23] José Martí: “En los Estados Unidos. Universidad sin metafísica […]”, O.C., t. 12, p. 348.
[24] José Martí: “Nuestra América”, O.C., t. 6, p. 19.
[25] José Martí: “Bases del Partido Revolucionario Cubano”, O.C., t. 1, p. 279. Énfasis de L.T.S.
[26] “Chomsky: ‘sin precedente el intento de Trump de mantenerse en el poder’”
Tomado de La Jiribilla
Ilustración de portada: Isis de Lázaro
Gracias a Luis Toledo Sande por la segunda entrega de un tema cardinal para Cuba: conocer el pensamiento político de Martí para acercarnos a el desde las realidades en que se mueve Cuba, en su proximidad con los Estados Unidos, que realmente se cree predestinado a dominarnos. Claro y hondo vio Martí sobre las motivaciones de la política interna de ese país, da lo mismo si republicanos o democrátas. Ambos desprestigian a su pueblo. Martí debe ser nuestro punto de partida y de llegada.