En la ciudad de Cárdenas, el 19 de mayo de 1850, ondeó por primera vez en suelo cubano el pabellón de la estrella solitaria. No vamos a entrar en los pormenores del asalto y ocupación de la ciudad, que bien pueden encontrarse en todo texto de historia de Cuba. Diremos mejor, a tono con el aniversario que nos ocupa, que ese día la bandera concebida por el general Narciso López un año antes en Nueva York, bien puso de manifiesto su condición de ser el primer diseño de vanguardia de nuestra cultura visual.
La cualidad implícita en el estrenado pabellón, en particular, su legibilidad como símbolo preciso y bello, a más de audaz y sobrio, daría fe de ello en el impacto que la bandera causó en la población local y hasta en la prensa pro-española de la Isla. Sirvan de ejemplo los versos de la joven cardenense Cecilia Porraspita ―primeros en iniciar tan frondoso tema en nuestra poesía―, por los cuales sufrió prisión:
En lienzo blanco y lustroso
con listas color de cielo
miro un triángulo modelo
de rojo color precioso.
Es el pabellón glorioso
causa de tanta querella,
es nuestra bandera bella
que nos quiere saludar
y a la Patria iluminar
con la lumbre de su estrella.
En este primer poema, vertido en el modelo estrófico representativo de la identidad cubana, la décima o espinela, ya se pone de manifiesto la percepción que va a transparentar su revolucionario diseño en la sensibilidad del cubano, y que la va a particularizar entre todas las banderas hasta entonces concebidas por los movimientos independentistas de ambas Américas: la estrella sobre el rojo triángulo equilátero y las franjas azules y blancas en sentido horizontal, que las relacionan con el límpido cielo de la isla; elementos a los que siempre se remitirá la poesía cubana de todos los tiempos cuando de cantarle a la bandera se trate.
Con el fracaso de la segunda tentativa expedicionaria de López por Pinar del Río, y su captura y muerte en garrote vil en la explanada de La Punta, en La Habana, el primero de septiembre de 1851, la trayectoria de lucha de la bandera apenas comenzaba.
El naciente pabellón sería enarbolado por los levantamientos armados independentistas que tuvieron lugar en la Isla entre 1851 y 1855. A saber: el alzamiento de Joaquín Agüero en Camagüey y el de Isidoro Armenteros en Trinidad, ambos en 1851; la abortada conspiración llamada de Vuelta Abajo (1852), la del liberal catalán Ramón Pintó (1854), y la del gallardo joven matancero Francisco Estrampes (1855). A la que se sumaría el levantamiento de Ignacio Agramonte en Las Clavellinas, en la guerra iniciada por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868.
Tales antecedentes serían determinantes en la Asamblea de Guáimaro (1869), donde se decidió que la bandera del triángulo equilátero rojo y la estrella solitaria fuera la oficial de la República de Cuba en Armas. Sin pasar por alto, que a cuarenta y cinco años de enarbolase por primera vez en Cárdenas, un 19 de mayo, pero de 1895, caía en Dos Ríos, de “cara al sol”, José Martí.
¿Casualidad histórica? ¡Dejémoslo así! Por último, es de recordar la influencia que el diseño de nuestra enseña nacional tuvo en la bandera de un número de países de África y Asia, que a partir de entonces y durante la pasada centuria alcanzaron la independencia de sus respectivas metrópolis coloniales. (Tomada de La Jiribilla).