—Cuando matan mujeres, niños y niñas están matando la vida de raíz. Están arrancando de cuajo la vida del pueblo palestino. No quieren que fructifiquen. Les están negando un futuro.
Mientras la escritora cubana Zaida Capote, con una kufiya sobre los hombros, habla desde el balcón de su apartamento; el ejército de Israel, con la complicidad de muchos gobiernos y organizaciones del mundo y con Estados Unidos como principal aliado, ha matado a más de 33 mil personas en la Franja de Gaza.
El asesinato de más de 15 mil niños y niñas y de más de 10 mil mujeres es la prueba cruda de la negación de los vientres, de la extirpación de la vida y de los futuros posibles.
Y si aun así las esperanzas despiertas creyeran en una tierra después del genocidio, ¿cómo se levanta un país de desaparecidos y muertos? ¿Cómo se remueven más de 7 mil cuerpos atrapados en escombros? ¿Cómo se curan más de 76 mil personas heridas y mutiladas de cuerpo y alma?
No hay respuestas.
Zaida habla ahora de “pasar por el cuerpo propio el dolor ajeno”, de acompañar y luchar, de juntarse.
En vísperas del 8 de marzo de este año, ella junto a la payasa terapéutica Aniet Venereo, la investigadora Eva María Guerra González y la periodista Claudia Rafaela Ortiz Alba, protagonizaron la iniciativa #YoMeRapoXPalestina, una convocatoria del grupo Juntas por Palestina con el propósito de hacer un rapado colectivo que llamara la atención sobre el genocidio sionista y al que ya se han sumado 46 mujeres de Cuba, México, Reino Unido, Bélgica, Argentina, Venezuela, Brasil, Chile, Paraguay y Puerto Rico.
La idea es llegar a las 76 mujeres rapadas: una por cada año de la masacre que, desde 1948, arrasa Palestina y marca el comienzo de “la Nakba”, de la catástrofe.
Por eso, frente a cámara, en un primer plano, las mujeres se deshacen de sus cabellos, y una voz en off dice “no son cinco meses, sino 76 años de genocidio y ocupación”.
Cada rapado es una muestra de rebeldía, de manifestación de la desgracia en un territorio simbólico corporizado por la transgresión de los límites sociales, por la exposición de los dolores no tan lejanos, ni tan ajenos, por la indignación con que se mira a tanta muerte, por la decisión de que no importa que a veces alguien diga que eso no sirve de nada, por solidaridad que es sostén y es alivio.
“Mis amigas me llaman preocupadas si sufro alguna enfermedad —escribió Marilin en Facebook junto al video de su rapado—, si la indignación es una enfermedad, estoy muy enferma. Tengo 50 años, porto muchas identidades, pero ante el exterminio en Palestina, el sentimiento maternal es lo que más me moviliza desde el 7 de octubre”.
La maestra cubana Ania Hernández de la Torre, de 40 años, dice, en otra publicación de Juntas por Palestina en sus redes sociales, que lo más difícil fue explicarle su decisión a sus alumnos de ocho y nueve años. “Para mi asombro —agrega— fueron los únicos de los que no recibí críticas ni censuras”.
Cada material audiovisual que comparten de manera sistemática, va acompañado de información actualizada y de una revisión histórica de la masacre: “Durante la década del 60, Israel recibió de los Estados Unidos cinco millones de dólares anuales para financiar su guerra contra el pueblo palestino. Entre 1949 y 1964, los países árabes denunciaron 63 mil agresiones de las fuerzas militares sionistas. Desde entonces, los palestinos y palestinas han sido sometidos a un régimen de exclusión, segregación y discriminación”, se lee en uno de ellos.
Días más tarde de la iniciativa cubana, mujeres mexicanas se raparon frente a las embajadas de Estados Unidos y de Israel en Ciudad de México y mujeres en Reino Unido, frente al Parlamento británico, esta vez sin conocer la causa de Juntas por Palestina.
Luego, como en una suerte de confluencia ante lo macabro, ese grupo de 11 mujeres inglesas se articuló con el #YoMeRapoXPalestina desde esta Isla, algo que recuerda a la escritora persa Shara Atashi cuando escribió en 2022 sobre la acción de cortar el cabello: “Ha llegado el momento que estábamos esperando, la política alimentada por la poesía”.
Sarah Montgomery, de 73 años, es una de las mujeres que integra ese grupo. Actualmente forma parte de movimientos y organizaciones proambientalistas como Extinction Rebellion (XR), Mothers’ Rebellion y The Climate Choir Movement.
“Raparme la cabeza —escribe en un mensaje de WhatsApp— me dio la oportunidad de varias cosas: dar una salida emocional al dolor y a la rabia que siento por el genocidio y ecocidio que acontece en Gaza; llamar la atención ante la complicidad tanto del gobierno de Reino Unido como de otros políticos en el mundo, particularmente por no pedir el alto al fuego, el fin del bloqueo y el cese del envío de armas a Israel, y expresar mi solidaridad con las mujeres de Gaza que no tienen opción ante la falta de agua hasta para beber”.
Sarah envió muestras de su cabello cortado a cinco políticos: al primer ministro de Reino Unido, Rishi Sunak; al líder de la oposición, Keir Starmer; al ministro de Relaciones Exteriores, David Cameron; y a las miembros del Parlamento, Suella Braverman y Catherine West.
Como ella, pero desde Argentina, Analía Neifert, conocida como Anika; desde México, Andrea Vargas y desde Chile, Denisse Cornejo, creen en el feminismo como una forma de vida y en consecuencia defienden los principios colectivos a través de acciones personales y cotidianas.
Anika, por ejemplo, cree y desea una América unida en la que se tejan redes humanas sin importar los límites geográficos.
“Despojarme de mi cabello resulta como una amputación de mi propio cuerpo. Lo percibí y viví como un grito de dolor extremo ante la muerte, la pérdida, el abuso físico y psicológico y el destierro. Es como un grito que se pueda escuchar en cada rincón del mundo. ¡Salvemos a Palestina, despertemos ante la deshumanización!”, escribe la licenciada en Bellas Artes, quien ejerce como docente en escuelas en las que explora distintos lenguajes artísticos como la música, la danza y el teatro.
Aunque las preguntas por el cambio de imagen llegaron en cada ámbito y la respuesta solo fue digerida en su círculo de activismo social (la asamblea barrial), en el cual la entendieron y abrazaron, su aspiración de construir un mundo centrado en el amor y el respeto por las diversidades, es obstinada como las hormigas que recorren los poemas de la escritora cubana Martha Luisa Hernández Cadenas y dicen “es esta la razón de la persecución: / inventar una obra / es esta la razón de la persecución: / inventar una mujer; / es esta la razón de la persecución: / inventarme en la muchacha”.
Y en su caso, además, Anika imagina inventarse “en un cóndor de los Andes que, desde allí, observa la tierra y las interacciones entre los seres y la naturaleza”, en esa especie de ensueño —declara— “me honra ser parte de Juntas por Palestina”.
Para la voluntaria jesuita Andrea Vargas “ponerse en los zapatos de las mujeres palestinas” es trazar la forma en la que concibe el feminismo, como “una lucha desde el amor hacia mí y también hacia todas las mujeres, no solo las que me rodean”; una lucha que entiende de apoyo, de escucha, de realidades distintas.
“El mundo tiene que dejar de ignorar lo que está pasando” y es un paso importante “si el raparnos logra que más personas se volteen a ver, que más gente apoye, que más gente se indigne, que más gente levante la voz y que entiendan que esto nos incumbe a todos y a todas”.
“¿Por qué nos hacemos esto? ¿Cómo es posible que ver el cuerpito sin vida de un bebé en las manos de un destrozado padre no nos conmueva en masa y nos lleve a despertar en cólera y tomar todas las medidas al alcance de una esclavizada pero numerosa multitud que parece ignorante ante la idea de que somos quienes movemos el mundo?”, pregunta Denisse Cornejo Jiménez, psicóloga de profesión y artista de oficio, en la publicación en Facebook que comparte la imagen de su rapado.
Denisse es consciente de que esa acción colectiva no acabará con el genocidio, pero “sí pone el tema en la palestra cotidiana, lo visibiliza y moviliza a las demás personas a hacer algo al respecto”. Además —increpa— “si esto no cambia nada acaso ¿no hacer nada cambiará algo?”.
Raparse ha sido liberador, pues ir contra los cánones de belleza y los estereotipos de género le permitieron descubrir que puede afrontar la presión social para seguir sus convicciones.
Y eso tiene mucho que ver con su manera de vivir el feminismo a través de la revisión crítica, consciente y constante de lo personal, como de la articulación social y sus paradigmas dominantes, es vivir “el poder de la validación de las emociones, la ternura, la fragilidad y la empatía”.
En los días que Zaida Capote releyó Volverse Palestina, esbozó en una reseña uno de los pensamientos más centelleantes de su autora, la escritora chilena Lina Meruane quien cree que, “a la resistencia cotidiana en los territorios ocupados, a la búsqueda de la felicidad aun en las peores condiciones, a la inquebrantable voluntad de vivir del pueblo palestino, habría que sumar el boicot promovido por una diáspora agotada de las marchas y las demandas convencionales”.
“La desproporción —apuntó Zaida— la desigualdad de representación en el ámbito político mundial y la superchería de muchos Estados de seguir vendiéndole armas, dándole vía libre a Israel cuando descarrilan las resoluciones de la ONU, colaborando en la conversión de cada vez más palestinos en refugiados y parias, y obviamente olvidando toda la retórica de defensa de los derechos humanos tan vigente en otros casos, hace de este libro un doloroso testimonio de muerte pero también de la vitalidad de una causa inmortal”.
Esa condición de inmortalidad que se defiende, sin embargo, de muchas maneras, desde muchos libros, pedazos de tierra, cuerpos y voces que en iniciativas como #YoMeRapoXPalestina siembran verdades dolorosas y monumentales: “El pelo crece, una niña o un niño asesinados, no”.
Tomado de Contexto Latinoamericano
Foto de portada: Mujeres mexicanas se rapan frente a la embajada de Estados Unidos en Ciudad de México. Imagen tomada de la página en Facebook de Juntas por Palestina.