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El hombre de Maisinicú: Una película austera, seca, dura

Lucía espejuelos; por supuesto, no los de plástico grueso, de cuando filmó El hombre de Maisinicú. Llevaba la calvicie, más acentuada, por cierto; que ya no podía disimular con algunos mechones de pelo, como cuando trajo al mundo en 1973, ese clásico del cine cubano.

Al director y guionista Manuel Pérez Paredes, Premio Nacional de Cine (2013), lo conocimos años atrás en una de las calles de Condado, Trinidad, poblado que está a dos pasos de las lomas del Escambray, por donde intentaron caminar como Pedro por su casa los alzados contra la Revolución, agrupados en aquellas bandas, eliminadas definitivamente en 1965.

El hombre… relata uno de los capítulos de esa lucha, protagonizado, en este caso, por Alberto Delgado Delgado, agente de los órganos de la Seguridad del Estado, asesinado el 29 de abril de 1964. Su épica corajuda y silenciosa conmovió y atrapó al destacado cineasta, cuyas revelaciones revisitamos hoy, al conmemorarse 60 años de que el cuerpo del combatiente apareciera colgado de un árbol y salvajemente torturado, a orillas del río Guaurabo en las cercanías de la ciudad de Trinidad.

Manuel Pérez: “Me interesaba Alberto como personaje en el ejercicio de su actividad como infiltrado”. Foto: Cubarte

—Antes de dirigir esta película, usted rodó La Esperanza (1964), que versa, también, sobre la Lucha Contra Bandidos. ¿Hasta qué punto ese cortometraje influyó en la concepción de El hombre…?

A principios de 1961, estuve por el Noticiero ICAIC unos días en el Escambray en la etapa de la llamada Limpia… Me sentí muy atraído para intentar abordar el tema de la violencia rural en el marco de la lucha revolucionaria a través de la expresión cinematográfica. La Esperanza fue un resultado de ello.

Además, me motivó bastante el diario de “campaña” de uno de los alzados contrarrevolucionarios que fue publicado por la revista Verde Olivo. Era muy lacónico, pero sugerente para meterme en la piel de un enemigo de la Revolución en los días previos a Girón. El protagonista de La Esperanza está inspirado en ese diario y en las conversaciones que sostuve en el presidio de la entonces Isla de Pinos con unos cuantos alzados y colaboradores contrarrevolucionarios.

—¿Qué le abre, definitivamente, el camino hacia El hombre…?

Mi participación en uno de los momentos de los hechos históricos fue fundamental. En 1964 la dirección del Ministerio del Interior pidió a la del ICAIC que le apoyase en filmar una operación secreta. Se lo plantearon a un camarógrafo del Noticiero ICAIC y a mí.

Nuestro trabajo iba a consistir en filmar la captura en un guardacostas, supuestamente norteamericano, de la banda de Cheíto León. Ya en alta mar llegó la noticia de que habían encontrado el cadáver del compañero que estaba dentro de las filas del enemigo.

Ya antes se habían dado dos operaciones exitosas, una contra la banda de Maro Borges y otra contra la de Carretero. Mientras esperábamos para salir al encuentro con Cheíto León, escuchamos anécdotas de quienes habían estado en las anteriores. Toda esta experiencia, más conversaciones que tuve días después con integrantes de las bandas capturadas, me cargaron de suficientes vivencias e imaginación como para proponerme hacer como director de ficción una película basada en esos hechos.

—¿Cómo se suma al proyecto Sergio Corrieri?

Le propuse el personaje a Sergio en la etapa de prefilmación. Ya él llevaba un tiempo en el Escambray y esto lo vinculaba adicionalmente a la película. Como es común, pensé en otros candidatos, no más de tres. Sin embargo, él se me fue imponiendo rápidamente como el ideal, tanto por su talento como por su físico.

—El personaje que usted lleva a la pantalla no es el clásico héroe omnipotente. ¿Qué trazos en su construcción prefirió jerarquizar?

Me interesaba Alberto como personaje en el ejercicio de su actividad como infiltrado. No quería ver su rostro verdadero hablando con su esposa o sus compañeros. Me interesaba el hombre cumpliendo su misión con inteligencia, frialdad y entereza total hasta la muerte. En las versiones que se habían dado anteriormente por radio y televisión, sí se desarrollaron otros aspectos del trabajo de él  y Tomasa, su esposa, quien compartió riesgos con su compañero.

—¿Qué desafíos implicaba llevar una historia real a la ficción?

Al trabajar para convertir en guión y luego en filme un hecho histórico que va a tener una duración máxima de dos horas estás necesitado de hacer una selección de los acontecimientos y dejar fuera otros. De esta manera, uno se toma las llamadas licencias creativas de la ficción. Se imagina cosas que no ocurrieron o que tal vez sí; pero parcialmente, y se prescinde de otras que forman parte de la historia real. Lo importante es no traicionar la esencia del hecho histórico que vas a contar. Ese fue mi objetivo.

En este trabajo conté con la colaboración del escritor, poeta y cineasta Víctor Casaus, quien me ayudó en los textos, diálogos y en el proceso de armado del guión.

—¿Cómo llega Silvio Rodríguez a El hombre…?

Contacté con Silvio a través del propio Víctor. Silvio vio la película cuando ya estaba casi terminada la edición de imagen y conversamos a partir de lo que esta le provocaba y lo que yo consideraba debía ser la canción tema con la que arrancaría el filme.

Tiempo después llegó la hora de grabar y se apareció con esa letra y esa música extraordinarias. Interpretó de manera excelente la esencia de la película y la hizo crecer con ese despegue.

—En una supuesta reconstrucción de la película, ¿volvería a imbricar el documental a la ficción?

Creo que el cine del italiano Francesco Rossi (Salvatore Giuliano, en particular) y el del húngaro Miklós Jancsó (Los internacionalistas, en lo esencial) estaban presentes en aquel entonces como influencias muy fuertes y positivas en mi forma de encarar el tratamiento visual y narrativo de esta historia. Quería una película austera, seca, dura, sobria. Aspiraba a conmover a los espectadores con un relato que al mismo tiempo era algo “distanciado” por el uso de los narradores y por la estructura. Por ello, al final la película se quedó sin música que la acompañase en momentos dramáticos.

—Glauber Rocha subrayó: “El hombre… es una excelente película cubana, precisamente por los motivos que irritó a los críticos de la extrema izquierda europea: la cinta de Manuel Pérez es una deconstrucción y una reconstrucción del cine americano”.

Me sentí muy halagado con la opinión de Glauber Rocha, pues es un cineasta de los grandes de nuestro continente y del cine en general. La vimos juntos en el otoño de 1973, cuando se presentó en el Festival de Pesaro, Italia. El hombre… es muy ajena a su estilo, pero le gustó.

—¿Y cómo reaccionó Tomasa del Pino, la esposa y compañera de misión de Alberto, al ver la película?

Conversé con ella en la fase investigativa; le expliqué las razones que justificaban que no existiese ella como personaje en la versión cinematográfica. Tuve una fuerte experiencia al estar en una proyección privada que se hizo en el quinto piso del ICAIC el día que la película se estrenaba a los trabajadores de este. En ella estábamos el oficial “Freddy”, Tomasa y yo.

Nunca olvidaré la reacción de ella cuando empezaba la secuencia de confrontación entre Alberto y Cheíto. No la resistió y salió al pasillo del piso y empezó a llorar desconsoladamente por largo rato. Yo no sabía qué hacer. Después “Freddy” salió al pasillo a buscarla para que entrara a ver la secuencia final en la que se da el combate con la muerte de Cheíto.

—Con anterioridad, usted fue asistente de dirección de Tomás Gutiérrez Alea. ¿Qué máxima, divisa… de Titón no perdió de vista en El hombre…?

Trabajé de asistente de Titón en el tercer cuento de Historias de la Revolución (“La batalla de Santa Clara”). De Titón aprendí la disciplina, el rigor, la exigencia en el trabajo cinematográfico. Era una película en la que los asistentes teníamos mucho trabajo porque eran casi permanentes las escenas de masas o de movimientos militares complejos. No había mucho tiempo para estar a su lado aprendiendo, mientras montaba el plano y dirigía a los actores.

Esto ocurrió entre mayo y junio de 1960, cuando vivimos en Santa Clara. En esos meses se iniciaron los primeros alzamientos contrarrevolucionarios en el Escambray y las noticias llegaban a nosotros mientras filmábamos. Por ahí, tal vez, empezó mi interés por el tema. Que se abra bien la casa de la historia,/ que se revise el trono de la gloria/ porque un hombre sin rostro va a morir.*

 

* Fragmento de la canción tema de El hombre de Maisinicú, compuesta por Silvio Rodríguez.

 

Foto de portada: Escena de El hombre de Maisinicú, estrenada hace 51 años.

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Enrique Ojito Linares
Premio Nacional de Periodismo José Martí en el año 2020. Director de programas, analista en espacios radiales y guionista. Periodista en el periódico "Escambray", en la ciudad de Sancti Spíritus.

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