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Ultra mentira cuando el colonialismo persiste

Estas líneas no intentan sugerir que renuncien a conceptos como el de posverdad quienes, aceptándolos, se sientan felices, o portadores de sabiduría, lucidez y elegancia académicas. Pero el autor defiende su derecho a no asumirlos ni, por tanto, emplearlos. En particular, el de posverdad le sabe demasiado a ultra mentira para cargar con él.

De la academia estadounidense —o de la periferia dominada por ella, que hace pocas décadas era mucho menos influyente que las europeas— se han difundido señuelos de esa índole. De hecho, disfruta las ventajas que los Estados Unidos capitalizan con sus afanes y logros en el sometimiento de Europa, a la que está convirtiendo en su patio lateral, lo que de hace unos años para acá resulta cada vez más patético, y peligroso para el mundo.

Parecería que todo tiene que venir de los Estados Unidos y su lengua, de su academia, o sus universidades, y se estimara fuera de moda decir cosas tan “rudimentarias” como falsas noticias. Lo distinguido, lo que viste y da esplendor, es decir fake news. Como para recordar aquello de Aquiles Nazoa difundido en Cuba por Luis Carbonell: “más cursi que mondongo en copita”.

Lo de posverdad resulta inseparable de otros inventos como, no ya solo modernidad, sino posmodernidad y, por ese camino, fin de la historia. Se sabe —si se quiere saber— todo lo que ha habido de manipulación y de imposturas intelectuales en esos golpes de academia.

De hecho, el englobante, y globáceo, invento de la posmodernidad está enlazado explícitamente con imposturas intelectuales. Tal es el título del libro de 1997 en que los científicos Alan Sokal y Jean Bricmont —estadounidense y belga, respectivamente: hasta donde se sabe, nada sospechosos de ser prochinos o agentes rusos— se burlaron de los promotores del término posmodernidad hasta darles con el cabo del hacha.

Ya la palabrita casi no se oye no se lee, pero causó furor, como tanta rueda de molino propalada por los medios hegemónicos. Y las naciones más poderosas, supuestos paradigmas de lo “posmoderno”, si algo han propiciado es la barbarie.

Los pos- se pusieron de moda, tanto que no habría que asombrarse si por ahí apareciera la expresión posmoda. Pero no van estas líneas a eso, sino a recordar el éxito que en su momento alcanzaron los llamados estudios poscoloniales. Y hasta útiles podían ser, pero tenían un tufo inocultable: parecían destinados a dar lo colonial como cosa del pasado.

Está lejos de serlo, y lo prueban realidades como la del pueblo puertorriqueño, que en 1898 pasó de colonia de España a colonia de los Estados Unidos y hoy sigue siéndolo. Eso no lo cambian las etiquetas con que el amo y sus colonizados voceros hayan intentado ocultarlo, o disimularlo. Frente a semejantes maniobras está lo más digno de ese pueblo, que no son quienes reciben con alegría y gratitud rollos de papel higiénico lanzados por el césar en medio de una tragedia.

¿Y los territorios de ultramar que potencias como Francia e Inglaterra conservan en el Caribe? ¿Y el tratamiento dado por esas y otras naciones de Europa, y por lo que José Martí llamó “la Roma americana” y “la América europea” —los Estados Unidos—, a pueblos de la sufrida, esquilmada y saqueada África, madre de la humanidad?

No solo en esas áreas perdura el colonialismo, más que sus secuelas. Si alguien creía que la criminal persistencia de tal sistema de opresión se limitaba a dichos territorios, por estos meses se ha explayado, con implicaciones terribles, un crimen que viene forcejeando contra la justicia desde 1948: la colonización de Palestina por el Israel sionazi con la complicidad del imperialismo estadounidense y otros secuaces.

También en tan brutal capítulo de genocidio ha sobresalido el uso de las mentiras, las calumnias, los ocultamientos y todo tipo de falsificación que los medios hegemónicos difunden como verdad flamante. ¿No es para eso que se urdió y acuñó posverdad?

Por muy burdo o sofisticado que sea el ropaje académico ostentado por tales medios, lo que viene de ellos debe someterse a crítica, no repetirse desprevenidamente. Pero incluso medios progresistas, y revolucionarios, comprometidos con la defensa de la verdad —que no deja de serlo por muy relativa que sea—, asumen tranquilamente las etiquetas que, con ayuda de sus voceros voluntarios o involuntarios, las fuerzas imperiales echan a rodar como términos y conceptos que ellas manejan según les convenga.

Con la propaganda imperialista sobre intervenciones militares anunciadas como “humanitarias”, pero causantes de daños “colaterales” como el asesinato de niños y niñas, se está imponiendo en español la mutación del adjetivo humanitario. Acuñado para calificar lo que le hace bien a la humanidad, se está usando sin más como un mero sinónimo de humano, en lo que cabe todo.

Y de los prejuicios y rechazos anglosajones contra el término radical —que en aquellas tierras se ve hasta como sinónimo de comunista— viene que se acepte usarlo para calificar a criminales violentos, o que los imperialistas tildan de ello, así como de terroristas y otras lindezas. Y todo eso parece inseparable del juego de la supuesta posverdad.

Tras el fin del colonialismo, si ese fin fuera real, procedería el advenimiento universal de estados justicieros, no la perpetuación de acciones colonialistas, incluso genocidas, como en lo tocante a Palestina. Y después de la verdad elemental, lo que podría venir sería una verdad más rotunda, no la ultra mentira difundida por manipulaciones mediáticas.

Con esa afirmación se responsabiliza el autor de las presentes líneas, que ve cómo el poder del dinero, las armas, el mercado y la tecnología al servicio de la mentira, mucho más que la fuerza de la costumbre, hacen aceptar —¡vaya ejemplitos!— que Donald Trump y Joseph Biden son republicano y demócrata, respectivamente. Pero ninguno de los dos representa los verdaderos ideales concentrados en dichos rótulos, que en el fondo son intercambiables, y que a esos políticos, y a tantos otros, habría que concederles entrecomillados.

Y ¿qué decir ante el hecho de que al tal Javier Milei —tan caricaturesco y atorrante como inmoral— se le regala pasivamente el calificativo de Libertario, que tan lejos le queda y él infama?

Por muchos caminos lo de posverdad abarca mucha ultra mentira, y hasta lo que se ha dado en llamar hechos alternativos: no otra cosa, al parecer, que la sustitución de los hechos reales por las falacias que las fuerzas hegemónicas y sus medios desinformativos deciden difundir.

Ilustración de portada: Tomada de El Salto Diario

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

2 thoughts on “Ultra mentira cuando el colonialismo persiste

  1. Muy bien que sigas ‘con la adarga al brazo’ en la batalla contra la colonización de las palabras y las ideas. Confío en que por este idóneo medio tu prédica tenga impacto en la esperanzadora pléyade de jóvenes periodistas, y que con ellos ganemos el futuro.

  2. Una excelente propuesta que nos invita a cuestionar lo que incesantemente se nos induce a repetir como términos henchidos de una engañosa modernidad lingüística que esconde desgarradoras verdades deshumanizantes. Gracias por ilustrarnos una vez más y por firmar parte de la necesaria guerrilla semiótica que debemos llevar adelante para descolonizarnos desde el pensamiento y las palabras.
    Saludos,
    Patricia P.

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