Porque ellas merecen más de 24 horas en el Día Internacional… el viernes 8 de marzo unas cuarenta mujeres destacadas de la prensa, en representación de todas las cubanas de la especialidad, «tomaron» el Capitolio como senadoras y congresistas dueñas de honrosos escaños en esa República de la verdad que suele llamarse UPEC.
En especie de «relevo» de cariños, la vicepresidenta de la Asamblea Nacional del Poder Popular y del Consejo de Estado, Ana María Mari Machado, y el líder del gremio reporteril, Ricardo Ronquillo Bello, las recibieron y se hicieron con ellas cálidas fotos antes de salir a cumplir otros compromisos por esta Cuba de hombres y mujeres (con viceversa implícita).
De ahí en más, el vicepresidente de la UPEC Francisco Rodríguez Cruz lideró el homenaje, que consistió en un detallado paseo por el inmueble guiado por dos jóvenes, mujeres, con conocimiento y sensibilidad desbordados para conectar la historia del inmueble y de la patria entera con el corazón de estas valiosas hijas.
El paisaje recordaba las ilustraciones del aclamado disco Mujeres, de Silvio Rodríguez: rostros de varias generaciones, con cuna en cualquier provincia, artífices de todos los soportes del periodismo y con infinito soporte humano para conducir, en las redacciones como hacen en sus casas, las familias diversas de la cubanía.
Comparándolas con los firmes muros, en pleno Capitolio, uno se daba cuenta de que son más grandes que el imponente edificio: ellas saben «restaurarse» mejor cuanto el tiempo y los golpes las azotan; resultan mejores guerreras que la Palas Atenea en que se inspiró un escultor para la representación de la República, moldeada a partir de dos cuerpos… de cubanas; llevan dentro mayor brillo, pese a no tener las tres capas de oro deslumbrante de la estatua; en ellas puede encontrarse el diamante que jamás se va a perder ni habrá de ser custodiado en más bóveda que no sea el alma nacional.
Como millones de otras de este archipiélago con nombre femenino —¡Cuba se llama esta tierra de valientes!—, las periodistas componen con su obra un salón de los pasos encontrados; amansan los diablos rebeldes, ensanchan salones de gloria como el Bolívar, el Jimaguayú, el Yara, el Guáimaro, el Duaba, el Peralejo y el de los escudos.
¿Qué más escudo que el esculpido con las hebras aún fértiles de bronce del vientre de Mariana? De cara a la ciberguerra, una de esas periodistas anónimas puede resultar nuestra mambisa desconocida para pelear junto al bravo que descansa en una cripta en el Capitolio.
Como los viejos planos la dieron al Capitolio, las mujeres del gremio aseguran la simetría del cuerpo de la nación. Ellas son otra bandera para ondear en estos cielos la majestad de esa vieja bandera de la gesta de 1895 guardada como viva reliquia en uno de los salones.
«No se valen grabadoras, agendas ni mucha preguntadera», parecía sugerir el protocolo de este homenaje, aunque algunas lo violaron. No les tocaba buscar noticias sino posar esta vez —¡unas pocas horas quietas, por favor…!— para una crónica silente de charla, abrazo y postal.
Tras nutrirse de Historia, compartieron un almuerzo cuasi milagroso —ya no hay, en Cuba, «logística» sencilla— para hablarse y quererse. En un momento, Ronquillo regresó con ellas y Bolivia Tamara Cruz, la mujer de la presidencia profesional de la UPEC, completó un encuentro que contó con unas cuantas cumbres del periodismo.
Todas pueden enseñarnos un par de cosas de esta profesión, pero vaya apenas la estampa de dos grandes abrazadas: Juana Carrasco, la Premio José Martí casi histórica, y Arleen Rodríguez Derivet, que al recibirlo este demuestra lo que sabemos: con nuestras compañeras, en la redacción más pequeña se puede levantar un Capitolio de dignidad informativa.
Fotos: Tony Hernández Mena