Tras leer una exquisita acta de jurado que constituía en sí misma un premio adicional al Premio José Martí por la Obra de la Vida (la vida en obra de Arleen Rodríguez Derivet), Maribel Acosta invitó a hablar al presidente y, en efecto, habló el presidente, pero no el de la UPEC, como contemplaba el guion, sino… ¡el del país!
Pues resultó que, lejos de mostrarse sorprendido, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, el presidente de los periodistas como de todos los cubanos, demostró estar preparado desde hacía décadas para decir lo que dijo, porque hablaba de una hermana de causa y afectos.
Ricardo Ronquillo, el presidente (de la UPEC) que se quedó sin hablar, fue el primero en celebrar que Díaz-Canel elogiara en público la estatura de esta cubana con la cual el jefe de Estado se ha relacionado de cerca, «en las buenas y en las malas», desde los tiempos de la UJC, el Partido y ahora en la conducción de un pueblo y un país.
En pleno Memorial José Martí, de cara a las doctrinas del Maestro y frente a unos cuantos colegas y dirigentes del Partido, el Gobierno y varias organizaciones, Díaz-Canel dijo no solo que Arleen es buena persona, buena cubana y guantanamera, sino que es también una revolucionaria cabal. «Está siempre criticándome para bien, moviéndome los sentimientos y el pensamiento», confesó en un tono que rebasaba, para bien también, como la crítica de Arleen, los márgenes a veces rígidos del protocolo.
«Tengo mucho que agradecerle —añadió Díaz-Canel—: su aporte a la Revolución, a la prensa cubana, al trabajo del Partido…». Bueno, con ese elogio, el diploma y el acta, ya eran tres premios.
Cualquiera conoce el talento de esta periodista —incluso los que la atacan; o mejor dicho, sobre todo ellos—, de modo que era natural que desgranara un discurso sensible, difícil de seguir a bolígrafo, por los picos y honduras humanas que reunía en su limpio agradecimiento. Uno, que estaba allí para «cubrir la noticia», hubiera preferido simplemente cubrirse el alma con tales ideas.
Arleen demostró, citándolo desde el pecho, por qué José Martí es el intelectual que más caló en su formación, desde niña, al punto de que aun el Apóstol le sigue trayendo de vuelta a su madre. Tiene que ser grande la periodista que, a la hora de su premio, cambia el foco para echar más luz sobre los soles sagrados de La Edad de Oro, Nuestra América y la carta —¡una carta señores!— a Manuel Mercado.
Tiene que tener ese Premio la colega que no saca de su maleta de viajes cierta edición de las Obras Escogidas del Héroe Nacional —su Biblia martiana, insiste— y que asegura que solo él y el Gabo la sacan de sus crisis creativas (¿¡eso existe para ti, Arleen Rodríguez!?).
En su crónica (mal) disfrazada de discurso, Arleen nos paseó por sus trillos personales, desde la cuna guantanamera y el amor por Juventud Rebelde, comparable solo al que cierto colega mencionadísimo sentía por Patria. Y dibujó a Fidel en aquella redacción, dándoles, más que exclusivas, profecías que más tarde habrían de cumplirse.
Varios días después de conocer la noticia, su noticia, ella insiste en dedicar el Premio a esos otros colegas que, a su juicio, lo merecen. Se atrevió a decir tres nombres: Tubal Páez, Pablo Soroa e Hilda Pupo, pero dejó claro que hay más.
Así es esta mujer que se pasa de audaz para llegar a valiente: «Asumo el riesgo de echar la pelea por la verdad», recordó aludiendo al enemigo que lo apuesta todo a nuestra hora final como nación.
En el acto nacional por el 14 de marzo, Día de la Prensa Cubana, hubo de todo: fueron entregados los premios Juan Gualberto Gómez, por la Obra del año 2023; y los de la Innovación Periodística Juan Antonio Borrego y el del Proyecto que más contribuyó a la transformación de la prensa. Fueron muy aplaudidas las actuaciones de jóvenes del Conservatorio Amadeo Roldán y abundaron al final los reencuentros de colegas, los selfies y las anécdotas.
Pero este fue «el año» de Arleen, así que desde los dos presidentes —el que habló y el que no, pero pensaba lo mismo que aquel— a los altos dirigentes y reporteros multimediales, todos agradecieron el magisterio de esta colega que ubica en un fragmento del ensayo Nuestra América los pilares donde descansa su compromiso con el oficio.
«Solo la luz es comparable a la felicidad cuando pienso en el periodismo», dijo y ya no se podía distinguir si hablaba ella o hablaba José Martí, pero eso no importaba mucho: tantos abrazos no hacen más que confirmar que Arleen Rodríguez Derivet tiene el respeto de todo un gremio. Un cuarto premio… ¡y contando!