Un hombre legítimamente libre, ese fue Ernesto Vera. Porque al cabo como dijera Bolívar: “No hay libertad legítima sino cuando esta se dirige a honrar a la humanidad y perfeccionar su suerte”. Y Ernesto honró a la humanidad y dedicó su vida a perfeccionar su suerte.
Ernesto Vera fue un revolucionario que antes del triunfo de la Revolución Cubana construyó minuto a minuto –también en la clandestinidad- esa explosión de pueblo que conmovió la historia con Fidel a la cabeza, en aquella memorable entrada a La Habana, en ese ingreso a las luchas más gloriosas por la emancipación de los hombres y los pueblos.
Ernesto Vera fue un constructor de verdades colectivas, de esperanzas amasadas en las tácticas y las estrategias. Un hombre de una bondad de hierro, sostenida en convicciones ideológicas que defendiera con pasión, porque fue un convencido de que “las ideas pueden asumir la misma energía de las fuerzas materiales”, como lo aseguraba Marx.
Sí, fue periodista, escritor, docente, líder de la Upec, de la Felap, de la OIP. Sí. Pero fue mucho más que todo eso. Muchísimo más. Fue un combatiente imbatible. Un ejemplo de vida. Fue la palabra exacta, en el momento justo. Un luchador por la verdad, contra la mentira organizada.
Ernesto fue un ser integro que amó la Revolución, que la defendió sin dobleces, aportándole su capacidad intelectual y su andar infatigable por toda Latinoamérica y el Caribe y por diferentes países, sosteniendo sin desmayos que otro mundo, un mundo mejor, es posible: haciéndose cargo a cada instante sin siquiera pretenderlo, y sin siquiera creérselo, que él era “el hombre nuevo”. Ese que soñara el Che.
Tomado de Utpba