Presentado en el Centro Fidel Castro, que lo publicó en sus Ediciones Alejandro, ya circula el volumen Fidel Castro. La visión de un canadiense, obra de Arnold August (Montreal, 1944). El autor es reconocido por su asidua atención a Cuba, país al que ha dedicado varios de los libros que en su amplia obra —tanto en inglés como en español, o en ambas lenguas— evidencian su dominio del tema, y su seriedad, inseparable de la toma de partido por las causas justas: Democracy in Cuba and the 1997-98 Elections, Cuba y sus vecinos. Democracia en movimiento y, en especial, Relaciones Cuba-Estados Unidos. ¿Qué ha cambiado?
El último de esos volúmenes es una sólida aportación, con ediciones no solo en las lenguas mencionadas, sino asimismo en farsi. Ha iluminado un tramo importante de las discusiones y los esclarecimientos necesarios ante supuestos cambios de táctica hacia Cuba —o anuncios de ellos más bien— expuestos por Barack Obama y demolidos por sus sucesores, el “republicano” Donald Trump y Joseph Biden, “demócrata” al igual que Obama, a quien había acompañado como vicepresidente.
La continuidad entre ellos, abrupta en apariencia, y orgánica en su fondo, evidenció una vez más la naturaleza distintiva de un imperio regido por la apetencia cesárea, ante el cual no caben confusiones ni ingenuidad. Si alguien se encargó de recordarlo, y marcó pautas para el entendimiento del tema antes de que Trump llegara a la Casa Blanca —o en medio incluso de lo que para algunos pareció ser una engañosa ola de “euforia obamista”—, fue el Comandante Fidel Castro con su artículo “El hermano Obama”.
Ahora la visión de un canadiense enriquece los estudios sobre la vida, la obra y el pensamiento del líder de la Revolución Cubana —el líder no solo mientras vivió—, y condensa lo que en el sucinto prólogo el historiador René González Barrios, director del Centro Fidel Castro, define como “un aporte a la biografía” del Comandante. Al igual que otras suyas, estas nuevas páginas de August ratifican la honradez solidaria con que ha defendido a la Cuba protagonista de la transformación que hizo de ella el primer territorio libre en América, y escenario del primer proyecto de construcción socialista en el hemisferio y en el ámbito de la lengua española. Por todo eso Cuba ha sido y es una trinchera de la lucha antimperialista, lo que August destaca lúcidamente.
El volumen nació, apunta el prologuista, de la convocatoria que —ya inaugurado el Centro— él mismo le hizo al autor: “escribir sobre la presencia de Fidel en Canadá, el impacto de su viaje en 1959 y la visión que había quedado del héroe cubano en el imaginario canadiense”. Pero el texto desborda lo circunstancial asociable a una invitación de esa índole: su masa conceptual y su factura lo ubican en el orgánico desvelo con que August había venido siguiendo —y apoyando— la brega revolucionaria cubana. Lo ha hecho desde sus años de estudiante universitario en Montreal, donde continúa residiendo, aunque podría parafrasear una confesión célebre y decir: “Si me pierdo de Montreal, búsquenme en La Habana”.
El propio August declara que el libro no existiría “sin el escrito de 2016”, con lo cual se refiere a la atinada semblanza Fidel Castro, Guerrillero, en inglés, francés y español, que escribió tras la muerte del Comandante, ante la que reaccionó tomando el primer vuelo disponible que halló para viajar de Montreal a La Habana. Pudo así ver la marcha del cortejo fúnebre que trasladó desde La Habana hasta el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, las cenizas del revolucionario paradigmático, insustituible.
El desfile, impresionante, lo presenció el combativo científico social en una esquina de la calle Paseo, de El Vedado, muy cerca de donde se erigiría el Centro que lleva el nombre del héroe—, y sobre esa experiencia testimonia: “vislumbré la posibilidad de que mi próximo libro tratara de Fidel”. Ya la previsión se ha hecho realidad palpable, leíble, y se agradece.
No cometerá esta mera reseña la impertinencia de pretender “contar” en detalles el libro, ni el modo eficiente como August cumplió su tarea. Ese placer queda para el público lector que no le faltará a páginas como las que muestran la visión de un canadiense sobre Fidel Castro. Recorrerlas ofrece un rico panorama de las relaciones entre Canadá y Cuba, en la estela con que en las Américas y en todo el planeta se ha hecho sentir la Revolución que puso al país caribeño en el centro de atención del mundo.
August ha ubica el inicio de esas relaciones en el devenir histórico donde vivió y combatió William Albert Charles Ryan (1843-1873), a quien dedica el libro. Mambí canadiense, fue uno de los ejemplos de solidaridad internacionalista que mereció la lucha de Cuba por su independencia, en cuya defensa murió el bravo Ryan, quien había combatido por la independencia de las Trece Colonias norteamericanas, que se libraron del yugo británico y fueron el origen de los expansionistas y rapaces Estados Unidos.
La presencia en Cuba de ese mambí canadiense habla de un resorte medular en las relaciones de simpatía fundadas entre este país y Canadá: la experiencia de ambos como víctimas de opresión colonial: británica y francesa, en el caso de Canadá. El triunfo de la Revolución Cubana en 1959 liberó a Cuba de la opresión estadounidense, que en 1898 había sucedido a la española. Ya sea en lo visible o en lo insondable, esa historia aportó energía particular a los vínculos entre las dos naciones, en los cuales tendría un lugar prominente Quebec, región francófona de Canadá presente de modo particular, aunque no siempre explícito, en el libro de August.
Jalonada por hechos y personas que la matizaron y enriquecieron —que hicieron de ella lo que fue y lo que sembró para el futuro— esa historia incluye señaladamente los nexos entre Fidel Castro y Pierre Elliott Trudeau. Este político, también intelectual de gran calibre, llegó a ser primer ministro de Canadá, y con esa investidura contribuyó a fortalecer los lazos de amistad entre su país y Cuba.
Por ese camino avanza el nuevo libro de Arnold August, quien a su solidaridad con la Revolución Cubana —solidaridad que cultiva asimismo con los proyectos revolucionarios de Venezuela y Nicaragua, y de otros pueblos, no solo en América— aúna su natural condición de revolucionario canadienses y los derechos y deberes que esa condición le otorgan al valorar la realidad de su país. Le duele que el Canadá guiado por el lúcido y corajudo Trudeau no haya tenido la continuidad que merecía el linaje político y moral, y biológico, de ese líder. Como canadiense, Arnold August puede decirlo con soltura, y lo ha hecho en espacios públicos diversos, sin sentirse limitado por nociones de protocolo diplomático o prudencia política.
Y el libro no se cierra en los lazos entre los políticos que con sus respectivos desempeños, y con la relación personal entre ellos, marcaron la historia y la vida de sus países, de sus pueblos. August sitúa el tema en la trama de relaciones internacionales y desafíos geopolíticos de un mundo en que la lucha contra el imperialismo, por la emancipación de los pueblos y por la justicia social permanece entre los reclamos decisivos que tiene ante sí la humanidad.
Si fuera necesario citar un ejemplo de esa permanencia, bastaría mencionar el genocidio con que el pueblo palestino está siendo masacrado por el sionismo israelí, que tiene de su lado la complicidad de los Estados Unidos y de otros poderes al servicio de las relaciones imperialistas que amenazan con estrangular a la especie humana. En la solidaridad con Palestina es imborrable el ejemplo del revolucionario a quien August recuerda en su nuevo libro.