Un amigo, Juan Mesa, ha contado una de las inolvidables salidas de su singularísima tocaya, con quien, ¡Dios mío!, a este patón que soy le tocó una vez bailar en la UNEAC.
Durante un tiempo fuimos vecinos en el edificio donde vivo, y en el que ella también se hizo notar con todo lo que vale llamar su personalísimo ¿glamur?: su imagen. A veces bajaba al vestíbulo con todos sus brillos, tacones y guantes, y alguna de sus rotundas pamelas, aunque solo fuera para conversar con el custodio de la entrada.
A quienes aquí la tratamos, como en cualquier otra parte, no nos faltarán recuerdos de la que creo que hay quienes (y no juzgo con qué razones ni grado de acierto) llaman o consideran algo así como “diva del pueblo”. Sí aseguro que de ella recibí un trato respetuoso y cordial, que naturalmente disfruté reciprocarle.
También es cierto que —y supe que no era el único en tener esa experiencia—, cuando me veía con alguna mujer, que podía ser mi esposa, o una amiga, se dirigía solamente a mí con un saludo de este corte: “¿Cómo está, caballero?” (o “señor”). Y a mi acompañante la ignoraba olímpicamente.
Cuando supe que había dejado el edificio (ya no estaba como para seguir viviendo sola), lamenté haberme quedado con las ganas de cumplimentar su invitación a visitarla para mostrarme su colección de fotos, de las que percibí que le interesaban en particular las que daban testimonio de su condición de revolucionaria y patriota. Refiriéndose a fotos suyas con Fidel que me dijo tener, me soltó como quien confía un secreto, casi en un susurro, contrastante con su habitual desenfado: “Ese es mi marido”. Era su forma de decirme que lo amaba.
A raíz de mi experiencia como su ocasional “pareja de baile”, coincidimos en el ascensor del edificio y con visible interés me preguntó mi opinión sobre el grupo musical que la había acompañado en la UNEAC. Empecé diciéndole que me parecía bueno en general, y cuando fui a hablarle de uno de los instrumentistas de quien no tenía el mismo criterio, ella me interrumpió: “No es bueno. Yo lo tengo ahí para que se defienda, porque lo necesita”, y añadió algunos elementos de índole musical que me sembraron una duda o sospecha: ¿hasta dónde sus antológicas ocurrencias disparatadas (como la que ha recordado Mesa) eran realmente erráticas o recursos conscientes de una “diva del pueblo”?
No tengo la respuesta, ni es el momento para “disquisiciones teóricas”. Solamente quiero aportar mi pedacito de recuerdo a las reacciones suscitadas por la muerte de un ser fuera de serie, que cosechó entusiasmo y hasta fervor, sin descartar rechazo asimismo apasionado, pero ante quien no cabía indiferencia. Adiós, Juana.
Gracias por compartir su bonita y respetuosa experiencia.