Hace años el expediente de Arleen venía venciendo etapas en la selección del jurado del Premio José Martí. Yo sabía que un día le tocaría, todos lo sabíamos; y si no venció antes, no fue por falta de merecimiento. A veces los jurados se equivocan, o nos equivocamos; y otras, aparece alguien más, también con méritos suficientes para ganar. Lo realmente penoso es que reciba el premio alguien que no lo merezca. Como también es cierto que el “fatalismo” de la edad pesa en algunas decisiones: “es joven aún, todavía tiene tiempo”. No tengo pruebas de que eso definiera nada nunca, pero el fantasma del almanaque se cierne sobre las cabezas y… ¡nadie sabe el tiempo de vida que tiene!
Hay que decirlo: tampoco el Premio marca el ocaso de una obra, ni es el Sumun Vital. No lo es. Y sé –porque la conozco– que Arleen no será diferente a partir de ahora, ni ha sido la “monstra” de periodista que es en busca de otro santo grial que no sea el de la verdad a prueba de incomprensiones, y el apego a contar a Cuba desde la sensibilidad más genuina de su gente. De todas las gentes.
Difícilmente haya un periodista cubano tan eficientemente multimedial y tan humanamente querido como Arleen Rodríguez Derivet. Mujer apasionada, amiga a tiempo completo, fidelista confesa, defensora eterna de las causas justas y maestra de cuantos llegamos imberbes a esta profesión en busca de referentes, y la encontramos allí, hecha y derecha, ajena a su grandeza, pero firme y presta al consejo, la crítica o el abrazo.
No podré olvidar nunca la primera vez que compartimos en aquel cabaret holguinero, donde cantó desde el público y rió y bebió y fue feliz. Y todos con ella. ¡Bendita Mesa Redonda que nos unió tanto! Después nos ha tocado compartir el “campo de batalla” que es el ejercicio periodístico en Cuba, en el que Arleen ha mostrado poseer una visión sui géneris de las cosas, primero por todo lo vivido, que no es poco, y luego por esa capacidad tan suya de sentir lo que late dentro de otros, y trasmitirlo, usando el medio que escoja, da igual si hay –o no– una luz en lo oscuro.
La última vez que nos vimos, intentamos deshacer entuertos familiares. Ella, que es atrevidamente única, hizo suyo mi problema, y un rato después ya me estaba llamando, pues había encontrado una solución en otro corazón que tocó con sus maneras. Las maneras de Arleen, sin pelos en la lengua, con una transparencia rayana en la locura, con amigos en todas partes, y supongo que enemigos también, pero este no es un post para esos últimos.
Este es un post para Arleen, y me di el gusto de abrir y cerrar el Noticiero con su sonrisa en mi espalda, y pedir permiso a la audiencia para, de modo personal, felicitarte a ti, amiga querida, por este Premio que me hace muy feliz y que ha arrancado una lágrima tuya en medio de tantas sonrisas. ¡Viva el jurado! ¡Y que vivas tú!
Tomado del perfil en Facebook del autor