Chimel es casi nada en la geografía centroamericana, un punto del Uspatán guatemalteco, un pobladito de origen maya-quiché: allí nació, el nueve de enero de 1959, Rigoberta Menchú Tum, líder defensora de los derechos humanos y embajadora de los pueblos indígenas de la UNESCO, cuya trayectoria se coronó con el Premio Nobel de la Paz de 1992, en reconocimiento a su lucha por la justicia social y la reconciliación etno cultural.
Primera indígena y persona más joven en ganarlo, en el discurso de acepción lo consideró una conquista de la lucha por la paz, los derechos humanos y de los pueblos indígenas que han sido divididos, fragmentados, y sufrido genocidio, represión y discriminación; con los recursos recibidos del Premio Nobel, abrió la fundación Rigoberta Menchú Tum, con sedes en Guatemala, México y Nueva York.
Durante el Seminario Internacional Periodismo y Democracia: Globalización e Integración Regional, celebrado en abril de 1999 en Santo Domingo, República Dominicana, auspiciado por la Federación Latinoamericana de Periodistas, la líder guatemalteca me concedió una breve entrevista en medio de diversas obligaciones. Ella tenía un motivo: “Usted es cubana, y a los amigos se les atiende con deferencia y especialmente”.
Hablamos de un milenio que llegaba con el Año Internacional de la Cultura de Paz y No Violencia, y los Premios Nobel de la Paz redactaron en ese entonces el Manifiesto 2000 para promover tales presupuestos. Más de 100 millones de firmas fueron recogidas con el propósito de, abierta la centuria, entregarlas a la Asamblea General de las Naciones Unidas como documento afirmativo de quienes hoy -y somos todos- estamos responsabilizados con preservar este Planeta Azul.
El hacer fundamental de la Menchú está encauzado a desarrollar e impulsar a naciones, personas y sectores para que se apoderen de la construcción de un nuevo código de ética para un milenio de paz, y ello implica que no hay democracia sin justicia, justicia sin equidad, equidad sin desarrollo y desarrollo sin respeto a la identidad de la diversidad de los pueblos. Para esta mujer, la paz no es solo el silencio de las armas.
– ¿Qué es justamente su concepto de cultura de paz y lucha contra la violencia?
“Siento que es necesario tomar en serio el tema de la cultura de paz y la lucha contra la violencia, entendiendo ambos como conceptos mucho más amplios, rescatando sus valores perdidos a la luz de la crisis general.
“Para este milenio he convocado la necesidad de un código de ética de paz, especialmente para condenar el fracaso de la humanidad de que todavía no resuelve los conflictos con el diálogo y la negociación, sino con violencia.
“Este milenio debe constituir un reinicio en la construcción de un diferente escenario humano desde los niveles locales hasta el mundial. A mi entender, la guerra no es producto de la paz ni la paz consecuencia de la guerra. Justamente he reiterado la necesidad de revalorizar la humanidad y sus bienes, tanto materiales como espirituales, y ojalá entendamos la paz como resultado de la convivencia respetuosa y armónica.”
-¿Qué impacto tiene para los países tercermundistas la globalización?
“Vemos cada vez más la insensibilidad de las instituciones que tienen el poder y los recursos, el mandato secuestrado a su favor, y nos imponen medidas económicas cuando quieren y también sociales para evitar transformaciones y cambios en nuestros países.
“Me refiero a las comisiones que ponen a los préstamos, los créditos, para los cuales estas naciones tienen que ceder mucho si aspiran a gozar de una gota de confianza por parte de tales potencias. Y no digamos de la carrera armamentista, que ha borrado todo tipo de diálogo y de negociación.
“Tenemos una profunda necesidad de abanderar, dirigir, orientar e involucrarnos en el tema del equilibrio. Si no lo hacemos, las grandes mayorías seguiremos excluidas y nosotros tenemos derecho, no solo a la memoria histórica, sino también al futuro.”
-En particular en América Latina, la globalización barre culturas, historias, tradiciones. Es un área donde el futuro se arriesga.
“Una de las cosas más terribles es la privatización de los recursos del Estado. A medida que dejamos a este débil, se mina la gobernabilidad y la participación ciudadana.
“Dejar huérfanos a los Estados de sus propios recursos, coincido que es un riesgo tremendo del futuro. Se ha enriquecido más a sectores selectos y a otros nuevos que se integran a la globalización. Mucha de esa participación es desleal y no respeta en lo más mínimo las normas nacionales.
“Creo también que la cultura se está vendiendo para que la juventud adopte cualquier cosa como parte de su identidad y socava los valores de esa pertenencia nacional, étnica, cultural, que han sido como un muro muy fuerte para resguardar en sí sabidurías, conocimientos, ciencias.”
-En el contexto de la región, ¿cuál es su valoración sobre Cuba?
“Aprovecho para expresar mi cariñosa amistad con Cuba que, como siempre, la he tenido como un símbolo de resistencia muy fuerte. Creo que su país entró como los grandes que cruzan el milenio, con una real afirmación de sus valores de autodeterminación y de defensa a la identidad.
“Sé que los problemas con los Estados Unidos son ya de necedad, de capricho, porque hay muchos sectores cada vez más interesados en que cese el chantaje contra Cuba. Su país ha respondido de una manera impresionante”.
Rigoberta Menchú Tum, continuadora de la cultura milenaria maya-quiché, ha dicho: “El tesoro más grande que tengo en la vida es la capacidad de soñar. En los momentos más difíciles, en las situaciones más duras y complejas he sido capaz de soñar con un futuro más hermoso”.
Foto de portada: Tomada de Interview Her