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Ricardo Piglia y su manía de escribir para salvar al mundo

“¿Cómo se convierte alguien en escritor –o es convertido en escritor–?”, se preguntó Ricardo Piglia en el relato de Emilio Renzi, su alter ego. “No es una vocación, a quién se le ocurre, no es una decisión tampoco, se parece más bien a una manía, un hábito, una adicción, si uno deja de hacerlo, se siente peor, pero tener que hacerlo es ridículo, y al final se convierte en un modo de vivir (como cualquier otro)”.

Huidizo de las confesiones en primera persona, Ricardo Emilio Piglia Renzi, el periodista, el escritor, el crítico literario argentino considerado un clásico de la literatura actual en lengua española, obviaría cada una de esas presentaciones para dejarle voz y letras a Emilio Renzi, un personaje fugaz y reiterado en algunas de sus obras.

Huidizo de las confesiones en primera persona, Ricardo Piglia cuenta su vida a través de la voz de Emilio Renzi, su alter ego. Imagen tomada de La Voz

Desde hacía décadas, en un juego de espejos, Piglia a través de Renzi comenzó a darle forma a su universo vital compartido, a esa multiplicación microscópica de gestos, texturas, lugares, fluidos fraccionados ante un sistema abierto a las recurrencias del pasado que delinearon la originalidad de un hecho: transcribir y reordenar, en un diario de tres volúmenes (Años de formaciónLos años felices Un día en la vida), la historia de su vida, cronometrada por una esclerosis lateral amiotrófica, la cual reducía a la mínima expresión bajo la frase “un poco embromado de salud”, jamás enfermo.

El sábado 1 de febrero de 2014, como parte del Hay Festival, en Cartagena, Colombia, Piglia contó, frente a la audiencia reunida en el teatro Adolfo Mejía, en qué consistía su plan (el de Renzi) para redactar una autobiografía futura con la misma potencia de recuerdos que destila una cicatriz.

“Estar solo en un cuarto de hotel, ver su cara en un fotomatón, subir a un taxi, besar a una mujer, levantar la vista de la página y mirar por la ventana (…) la repetición de las conversaciones con los amigos en un bar”, el empecinamiento de temas y situaciones en una secuencia flexible que se dilata y contrae en la imitación de circunstancias.

De esa emulación de pequeños incidentes, a Renzi, es decir a Piglia, le interesaba una línea en particular: reconstruir la serie de los libros, “Los libros de mi vida”, dijo; los libros que había leído, no los que había escrito.

Enseguida comenzaron a flotar títulos, autores, pasajes, puntos de vista, el proyecto de una vida serial. Escena tras escena. La radiografía de su espíritu obtenida al exponerse a “la prehistoria de una imaginación personal” que había sido alimentada por aquellos volúmenes de los que recordaba “con nitidez la situación, y el momento en que los estaba leyendo”.

Son los libros que le dejaron una marca, paradójicamente, “no los mejores ni los más influyentes”, solo los que le devuelven su imagen leyéndolos, el vértigo de atravesar y burlar al tiempo, de distanciarse y de mirarse como si fuera otro.

“Me gustaría contar mi vida siguiendo esas escenas, como quien -declaró- sigue las señas en un mapa para guiarse en una ciudad desconocida y orientarse en la multiplicidad caótica de las calles, sin saber muy bien a dónde quiere llegar”.

Es como lanzarse al torbellino del tráfico de las experiencias vividas y de todas ellas seleccionar una que rompa la ligereza del resto y trace el inicio del cuento. Para Piglia, la primera imagen debía mostrarlo leyendo un libro en el umbral de la casa de su infancia, en una zona tranquila cercana a la estación de ferrocarril, en Adrogué, provincia de Buenos Aires. Y así fue.

Tras el intento de disolver la intriga que le provocaba ver al abuelo Emilio leyendo inmóvil sobre un sillón de cuero, el pequeño Piglia, de apenas tres años, bajó de una de las estanterías de la biblioteca un libro azul y se dispuso a “leerlo” a la vista de los transeúntes, muchos de los cuales eran recién llegados de la capital.

El aviso de que tenía el libro al revés vino de parte de una larga sombra que se inclinó sobre él. Renzi piensa que debió haber sido Borges, “¿a quién si no al viejo Borges se le puede ocurrir hacerle esa advertencia a un chico de tres años?”, escribió.

A partir del libro al revés empieza la línea secreta de su vida que asila también a Corazón y a La cognizione del dolore, de Carlo Emilio Gadda, “¡un vidente!”, de quien le hubiera gustado ser su sobrino.

Entrevistado por la periodista argentina Leila Guerriero, en diciembre de 2015, Piglia redondeó una de las certezas más rotundas que explican la amplitud de su obra: “Uno escribe y elige lo imaginario porque está desajustado en relación con la vida. Esto no supone ningún privilegio ni garantiza profundidad, es una grieta entre la experiencia y el sentido, no entiendo cómo se produce y de dónde viene ese pensar de más y esas leves alucinaciones y por eso tal vez escribo un diario, para mantener a raya esa extrañeza”.

Dos libros de relatos (La invasión, Nombre falso), sus ficciones Respiración Artificial (1980), La ciudad ausente (1992), Plata quemada (1997), Blanco nocturno (2010), El camino de Ida (2013); sus ensayos, conferencias y conversaciones reunidos en Crtica y ficción (1996), Formas breves (2000), El último lector (2005) y La forma inicial; las compilaciones Conversaciones en Princeton (2015, Eterna Cadencia), Antología personal (2014); dos ciclos en la Televisión pública: Escenas de la novela argentina, en 2012 y Borges por Piglia, en 2013, entre otras muchas muestras de su capacidad de multiplicación profesional, hablan por ese escribir al límite sin otorgarle toda la importancia a la realidad y por un Piglia que además de escritor fue un gran maestro de lectores.

La línea secreta de su vida comienza a partir de los libros que le dejaron una marca. Imagen tomada de La Tercera

El escritor y periodista argentino Juan Forn lo dijo: “Hay escritores que nos enseñan a leer: después de leerlos, leemos mejor. Lo que nos enseñan, en realidad es que todos los buenos escritores enseñan a leer (…) Piglia era de esa categoría”. Quizás por su recio credo en que la literatura tiene mucho que enseñar sobre la vida o por su teoría sobre los tres modos de leer de un escritor.

El primero tiende a ver la construcción antes que la interpretación; el segundo, se concentra en una lectura estratégica desde adentro de todo un sistema literario y el tercero, con el cual se identificaba, reflexiona sobre la literatura en las mismas novelas.

En Formas breves (Premio Bartolomé March a la Crítica), por ejemplo, se pregunta si es posible hablar de una novela argentina. “La novela argentina – escribió- sería una novela polaca traducida a un español futuro, en un café de Buenos Aires, por una banda de conspiradores liderados por un conde apócrifo”, un complot construido con los nombres de Macedonio Fernández, Witold Gombrowicz, Roberto Arlt y Jorge Luis Borges.

Antes de morir, el 6 de enero de 2017, consciente de haber encarnado la experiencia de la injusticia absoluta, de haberse preguntado “¿por qué a mí?”, de haber encontrado ridículas todas las respuestas y de haberse rebelado y “persistir en la lucha” contra la enfermedad que le venció el cuerpo a los 75 años de edad, Piglia, quizás sin enterarse, también había construido su vida como un cuento borgiano con estructura de oráculo.

Una trama maniobrada en secreto con los materiales de otra vida visible, la ambigüedad de escuchar esa vida que escribió, que se narra con su arte de presentir lo inesperado y se lee en voz alta con un final -como lo quiso- ocultado y abierto – “¡un sueño!”- que no termina con su muerte.

2 thoughts on “Ricardo Piglia y su manía de escribir para salvar al mundo

    1. As noted in the article, for Ricardo Piglia writing is a habit, a mania that, as shown, spanned his entire life. Without his books, reviews, essays… journalism (and why not, the world of letters) would have lost an invaluable work. Greetings! and thanks for reading

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