Entonces no habría podido entender las vueltas del destino. Tenía apenas 25 años, toda una juventud por delante, y la vida me conducía por caminos extraños, al parecer equívocos: un título de filóloga en la especialidad Idioma Ruso y Literatura, recién graduada de la antigua URSS; un periódico con seis años de existencia, del que apenas tenía noticias, una provincia ajena, a la que había llegado hacía poco, y una niña menor de un año por criar. Cuatro años después vendrían, a la par, dos niñas más. Ellas fueron apenas tres niñas de los muchos niños hijos de Escambray.
La propia vida se encargaría de demostrarme que no había equívoco alguno, a mí y a los compañeros que, como yo, se fueron enrolando en la aventura que este 4 de enero nos tiene aquí sentados, sin tener al comienzo la menor idea de lo que se trataba: algo exclusivo, gratificante, noble; algo digno de repetir en otras vidas, si fuera posible.
De los ocho compañeros reconocidos hoy con la moneda 60 Aniversario de la Upec, solo dos, Pepe y Rosario, traían consigo sus títulos de periodista al momento de entrar al mundo reporteril. Los demás nos fuimos aclimatando poco a poco a las funciones que se nos demandaban, y creciendo, eso sí, con cada experiencia, con cada propuesta de superación que nos ponía delante la Upec, con cada peripecia cotidiana, con cada escollo, y esos no han sido pocos. Siempre en familia, siempre apoyándonos unos a otros y también unos en otros, hasta en los momentos más duros, esos a los que no se puede pasar página.
Creo no equivocarme si hablo también en nombre de los ya mencionados y de Pastor, Xiomara, Carmen, Brito y Reidel. A todos nos enamoró en su momento el nivel de entrega humana, profesionalidad, osadía y constancia de un medio de prensa impresa que ha marcado pautas dentro del periodismo cubano, para orgullo nuestro y para bien de esos lectores que fueron desde el comienzo mismo su razón de ser.
En lo personal, no me sentí parte del gremio hasta una década después, cuando ya había tratado centenares de asuntos y más asuntos de esos que han puesto siempre en nuestra agenda las personas del pueblo, en su confianza infinita en que la prensa puede, cuando menos, echar luz sobre los problemas para ayudarlos a resolver.
Miles de cartas de los lectores pasaron por mis manos, mayormente en papel, enfundadas en sobres repletos de gratitud. En épocas de crisis la correspondencia merma. Sucedió cuando el llamado período especial y sucede ahora. Pero Escambray no claudica, sino que escudriña e indaga, para seguir siendo fiel a sus públicos, desde aquella lejana década de los 90 también a través de su versión digital, que hoy llega a todo el mundo.
En ese camino nos tocó pasar de la hoja en blanco y las teclas de la máquina de escribir a la pantalla que al comienzo no nos inspiró; del plomo al texto digital, del diario al semanario, y a la página web. Muchos son los nombres de quienes han hecho, y están o no están. Tuvimos, quiero decir, tenemos un Quijote moderno, más bien de futuro, que nos espoleó, animó, convenció de que sí es posible la utopía, que se puede lograr más desde este, el mejor oficio del mundo, que todo está en el cómo a la hora de contar las historias, con una escritura derecha, al decir de él, entiéndase, de manera gramatical y sintácticamente correcta.
Pronto se completarán cuatro décadas de aquel comienzo extraño. Mirando desde la distancia las aparentes incongruencias, no me queda otro remedio que concluir, como la protagonista de la novela en versos Eugenio Oneguin, de Alexander Pushkin, en una vehemente carta a su enamorado que traduzco libremente: “Toda mi vida fue la promesa de un encuentro seguro entre nosotros”. Eso le digo hoy a Escambray, que todavía me encanta, me atrapa, me convoca.
Tras cerrar un ciclo en el que he dejado abierta una hendija para asomarme al mundo, desde la pluma, a través de mi periódico, tengo que agradecerle a la vida, a la Upec, a Escambray y a sus públicos. También agradezco, de manera muy especial, a Juan Antonio Borrego, nuestro Quijote.
Ahora me resulta fácil hallar las puntas de la madeja que comenzó a tejerse en aquel lejano 1985. Entonces, definitivamente, no habría podido entender las vueltas del destino.
Tomado de Escambray
Genial tu cronica amiga, has narrado parte de tu vida y la manera en que lo hicistes impactó a todo el auditorio