El pasado 6 de noviembre vino a mi oído Gilad Atzmon en el Día Mundial del Saxofonista, jornada que honra a lo largo y ancho del planeta a quienes se han empleado a fondo por exaltar la belleza del sonido del instrumento creado por Adolphe Sax.
Pude, y de hecho así fue, evocar a muchos virtuosos más, entre los más Charlie Parker. Atzmon, desde luego, no fue una sorpresa. Lo escuché nuevamente reinventando el sonido cool de Nostálgico, álbum en el que saldó deudas con el viejo estilo, pero de manera particular revisité las sesiones que grabó el trío al que nombró en Londres dos décadas atrás The Orient House Ensemble, y en el que figura una pieza emblemática de su repertorio, Gaza mon amour.
La música de Gilad intenta reunir discursos convergentes que nunca deberían estar divorciados: la marca hebrea, ciertos códigos panárabes y la herencia otomana que se filtra en varias especies sonoras del Este europeo, todo ello sazonados por los aires libertarios del jazz.
Él tampoco se siente divorciado de su realidad, pero se ha propuesto asumirla con absoluta coherencia y compromiso con los valores humanistas.
Nació hace sesenta años en el distrito Ramat Gan, Tel Aviv. Estudió música en la academia Rubin, más interesado por las ciencias sociales y filosóficas matriculó en universidades de Israel y Estados Unidos. Ha alternado la música con la escritura de libros y artículos en los que discurre sobre el entorno político que le ha tocado vivir.
Para él las cosas están claras: es israelí, antisionista y cree en la necesidad de un espacio de convivencia entre hebreos y palestinos. Como su defensa de los derechos humanos de sus vecinos ha trascendido a la esfera pública para molestia e irritación de los sectores hegemónicos israelíes, dedicados a torpedear inútilmente la bien ganada reputación de Gilad como compositor y saxofonista, el músico rompió lanas, renunció a su nacionalidad y adoptó la británica.
A nivel metafórico resumió la deriva sionista de las clases dominantes en el estado israelí –Likud, Netanhayu, extrema derecha, ortodoxia intransigente, y en el arrastre una parte secuestrada del pensamiento liberal que podía haber sido contraparte de lo que ha venido sucediendo en los últimos 75 años— con una muy penetrante observación: la esquizofrenia de ser al mismo tiempo David y Goliat.
En lo otro que el músico ha plantado cara a las corrientes mediáticas predominantes luego de los ataques del 11-S en Estados Unidos es a la idea de que el Islam, por sí mismo, es condenable y por carácter, ser árabe, palestino o persa deviene cualidad descalificante para los patrones occidentales.
“Por muy horrorosas que sean algunas de las atrocidades cometidas en nombre del Islam o la Yihad –escribió Atzmon mucho antes de que se desataran los actuales acontecimientos en Gaza—, ningún político occidental, ni activista prosionista ni filósofo neoconservador ha podido presentar ni un solo argumento que desprestigie un sistema humanista de creencias universales e inculpar a los mil millones de seguidores”.
En cuanto a una solución definitiva de la explosiva y prolongada situación entre Israel y Palestina, propone un principio ético: “El robo no puede ser la manera de avanzar. Ya se trate de palestinos, de iraquíes, de la banca mundial, del propio zar, el robo implica un rechazo categórico al Otro. Por eso cualquier avance debe basarse en la rectitud moral. El robo y el saqueo se contradicen con la noción de la igualdad humana”.
Obviamente nunca ha habido ni habrá en las élites sionistas, ni en sus patrocinadores estadounidenses ni europeos, ni un ápice de rectitud moral. El músico lo lamenta y se duele desde la distancia que lo separa físicamente de su tierra natal, patria de la que lo han expatriado.
En la actualidad trabaja en Atenas, donde con un trío de virtuosos griegos protagoniza en un club popular descargas nocturnas, en las que no faltan, como ha sido su credo, visiones integradoras de las culturas sonoras, mientras sigue espantado del horror desatado sobre las comunidades palestinas.
¿Quiere Israel poner fin a la masacre y facilitar un corredor humanitario para los gazatíes?, se pregunta en jazzista: “Devuelvan a Palestina lo que le pertenece”, escribió a un mes de la sangrienta escalada. Gaza mon amour no deja de ser una promesa en medio de la catástrofe. La seguiré escuchando.
Foto de portada: Tomada de Bandcamp