Rafael Acosta
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Rafael Acosta con Céspedes, “por aquel paraje de la sierra oriental…”

Asistió en lo interior de su mente al misterio divino del
surgimiento de un pueblo.
José Martí

La expresión ciudadana de Carlos Manuel de Céspedes, como protagonista del nacimiento de una construcción nacional que asumiría el 10 de octubre de 1868 como la fecha madre de la nación cubana, fue consecuencia natural de un largo proceso incubado durante siglos en un curso inagotable como fuerza transmitida entre muchas variantes, como las sucesivas generaciones de criollos nacidos de los colonizadores, o los que conformaron el mestizaje, primero con las comunidades aborígenes y después con la trata de africanos; el contrabando y el corso; la rebelión de los vegueros; el cimarronaje; los movimientos precursores del antiesclavismo y el separatismo; el desarrollo de una cultura y un pensamiento liberal y emancipador; que en el parteaguas entre los siglos XVIII y XIX, con figuras precursoras como Varela, Luz y Caballero, Aponte, Heredia, fue orientando a la isla en el mapa de su propia identidad en los albores de lo que sería nuestro “siglo de las luces”.

El convite que concurre —para todos los que somos amantes de nuestra historia— con esta nueva publicación de Los silencios quebrados de San Lorenzo (Ediciones Boloña, 2023) de Rafael Acosta de Arriba, guarda correspondencia con ese legado patrio, y con lo que en su momento escribiera sobre este libro ese cubano a tiempo completo que fue Eusebio Leal Spengler: “Al concluir, finalmente, la lectura meditada del precioso libro Los silencios quebrados de San Lorenzo, mi espíritu ha quedado, luego, como sobrecogido por la misma emoción que se percibe al caminar por aquel paraje de la sierra oriental, que prevaleció con muy pocas transformaciones desde los días en que el ser evocado habitaba en él”. [1]

Los libros hacen sus propios viajes desde sus autores y hasta las manos de sus lectores potenciales más cuando abordan, en el enlace entre los supuestos y la realidad, las ocurrencias de la historia. Como nos recuerda Acosta de Arriba, entre la primera y la cuarta edición de este título hay justo un cuarto de siglo, ediciones sucesivas en corte cabalístico de diez, diez y cinco años. A los nueve asientos que aparecen en la primera edición —incluyendo el apéndice—, añadiría tres en la segunda y otros nueve, sumando el prólogo actual, en la más reciente, dos de ellos —“La sangre memoriosa como lente” y “Una reivindicación a destiempo”—, que dimos a conocer por primera vez en La Gaceta de Cuba. Esta última edición que hoy comentamos, con nuevos textos que la enriquecen —amén de la revisión y actualización de los que ya existían—, rematan un compacto volumen de 370 páginas, cuya edición y diseño merecen celebrarse. Como puntualiza el autor: “Toda investigación historiográfica que se respete posee acciones y gestos del autor que quedan diluidos en los textos y pasan a ser la operatoria silenciosa detrás del resultado. Solo las conoce el propio autor.

Rafael Acosta, autor de Los silencios quebrados de San Lorenzo
Rafael Acosta, autor de Los silencios quebrados de San Lorenzo, durante la presentación de este texto esencial, años atrás, en un Sábado del Libro, hecho cultural que devino acontecimiento multitudinario.

En mi caso, los casi 40 años dedicados a estudiar, buscar y perseguir datos sobre la vida y la obra de Carlos Manuel de Céspedes, tuvieron un momento especial. Me refiero a la noche a finales de 1988 en que pernocté en San Lorenzo, a la intemperie… Esas horas de meditación en el lugar de su muerte” [2], provocarían las indagaciones y hallazgos posteriores, dialogando con el pasaje onírico e íntimo de Eusebio que aquí comentamos. Por eso tal vez cobre más sentido la alusión en la dedicatoria que me hizo hace años Rafael, al reconocer en estas páginas sus “desvelos cespedianos”.

El estudio laborioso de su ideario es, sin dudas, la contribución principal del investigador al conocimiento en nuestra historia de la figura de Carlos Manuel de Céspedes, trazando una parábola progresiva desde la primera a la presente edición, en la que se fueron redondeando y madurando las tesis originales. Por ejemplo, el ensayo “La revolución de 1868-78 y el desarrollo de las ideas en Cuba” —uno de los más antiguos y que fue publicado en la Revista Cubana de Ciencias Sociales en 1991— es el germen de un razonamiento que tiene su resultado mayor en el texto “Los primeros ciudadanos cubanos”, en el que se describe mejor el liberalismo y republicanismo del que bebieron los hombres del 68.

Esta es sin dudas una de las claves más importantes a tener en cuenta, siempre con la asociación cívica de la sociedad por regentar. Desde el punto de vista “hechológico”, al no haber aparecido nuevos documentos relativos al Padre de la Patria, el autor ha explorado hasta la saciedad los hasta hoy existentes con la interpretación que le permite haber alcanzado un dominio indiscutible de este campo de estudio. Corrobora estos presupuestos el haber mantenido sostenidamente su aplicación e investigación de la figura histórica y su contexto. Lo prueban los incrementos de textos en cada edición del libro que, como anillos concéntricos, han ido conformando los prolegómenos de una biografía ambiciosa que pudiera fijar las claves de vida, obra y pensamiento del patricio bayamés-manzanillero, desafío y proeza de su escritura que hace tiempo le reclamamos especialistas, lectores y amigos.

Entre los varios aportes fundamentales a las páginas aquí de nuevo reunidas, merece destacarse el Índice Onomástico, herramienta que ayuda al lector en una exploración más cabal en el manojo de textos que tiene ante sus ojos. En cuanto a la repercusión de estos ensayos, que han convertido hace años a Rafael en una voz autorizada en el tema, el prólogo al libro de Roberto Hernández (“Una mirada….”) es un ejemplo más (como pueden ser su asesoría en una novela; un filme; un dossier; o diversos ejercicios académicos) del reconocimiento consensuado hace años del autor como, a mi entender, el principal especialista cespediano vivo, de ahí que varios son los interesados que le consultan de manera general, o que constituya referencia imprescindible como fuente en sus aparatos críticos.

Como comentará en su momento la destacada bibliógrafa Araceli García Carranza —amiga y testigo privilegiada de su quehacer historiográfico—, la estrategia investigativa del autor de elaborar al inicio de sus exposiciones sobre el Padre de la Patria una bibliografía [3] de la figura, es muy importante metodológicamente, al crear de manera natural sólidos cimientos para los procesos sucesivos. Constituye sin dudas la piedra angular de lo que ha logrado hasta el presente, y sedimento para el futuro.

Estas páginas, y más tratándose del ideario del patricio de La Demajagua, no eluden para nada la polémica tan consustancial a su figura, cuestionada como ninguna otra entre nuestros principales próceres. Un ejemplo lo reconocemos, de manera medular y provocadora, en un texto necesario como es “Dos temas cespedianos”. Allí aborda discrepancias con lo señalado en su momento por Raúl Cepero Bonilla y Enrique Patterson —con signos diferentes desde posturas ideológicas plenamente antagónicas—, donde ambos pecaron de prejuicios extremistas y/o tendenciosos, salvando la gran diferencia entre los dos autores.

Cepero Bonilla es uno de nuestros brillantes historiadores con un libro radical como Azúcar y abolición, relectura del conocido texto del maestro Ramiro Guerra —Azúcar y población, al que Carlos Rafael Rodríguez definiría como “la Biblia de los marxistas cubanos”—. “Ya sabemos cómo (…) enjuició drásticamente a Céspedes en su libro antológico Azúcar y abolición, donde consignó que la revolución fue iniciada por elementos procedentes de los grupos o sectores reformistas hasta que se radicalizó pasado 1869. Para Cepero Bonilla, esta radicalización equivale al declive de la influencia de la clase esclavista en el seno de la revolución, y no a la concepción abolicionista propia de Céspedes y otros dirigentes, es decir, a la dinámica propia de la guerra” [4]. Y abunda Rafael al respecto, “…las tesis de Cepero Bonilla ya analizadas sobre la coincidencia de las posiciones cespedistas con la de los reformistas y sobre el conservadurismo ante la abolición”, fueron rebatidas y criticadas en su momento por otro historiador marxista de la talla de Julio Le Riverend. [5]

Diferente es el caso de Enrique Patterson, quien “en su artículo ‘Cuba: discurso sobre la identidad’ (…) plantea que Céspedes, en el momento que inicia la guerra de independencia contra España, le da la libertad a los esclavos. El acto, más que altruista, según Patterson, es práctico. La libertad fue la promesa y la condición emocional para la incorporación de los negros a la tropa. Los negros, sigue diciendo, fueron siempre necesarios para cortar algo: cañas o cabezas en los campos de caña o de batalla” [6]. Tesis repetida en más de una lectura reduccionista y negadora, condicionada por el interés de discrepar por motivos extracadémicos.

Otro tema polémico, que encontrara su dramático final en San Lorenzo, es su duro bregar entre discrepancias con caudillos locales, compañeros de armas o sobre todo la Cámara de Representantes. Como es consensuado por varios estudiosos, “las fuerzas que se desencadenaron al destituir a Céspedes condujeron a la revolución al Pacto del Zanjón” [7]. Al decir medular de Jorge Ibarra Cuesta: “La conocida observación de Enrique Collazo: ‘La deposición de Céspedes es el hecho culminante de la Revolución Cubana y el punto de partida de nuestras desventuras’, parece inobjetable desde la perspectiva histórica (…) Por último, en todas aquellas pugnas desempeñaron un rol decisivo las dificilísimas circunstancias que significaron los años de alumbramiento de un pueblo en la historia” [8], recordando las sabias y amorosas palabras de Martí, de que de la mano y el pensamiento del hombre de La Demajagua, asistíamos “al misterio divino del surgimiento de un pueblo”.

El estudio de Céspedes, así como la pasión demostrada durante muchos años en esa dirección, deviene la viga maestra del Rafael Acosta como investigador. En todo lo que ha estudiado y escrito sobre el Padre de la Patria toma cuerpo la idea —no por dicha y repetida menos cierta— de que la historia como escritura es, a la vez, savia y continente del resto de su universo y para, al decir del historiador, “armar nuestra propia imagen del hombre”.

Soy testigo de cómo cespedistas emblemáticos como Hortensia Pichardo y Eusebio Leal, reconocieron en Acosta a unos de los principales conocedores de la vida y la obra del hombre de La Demajagua. Repaso en la memoria una visita a casa de la Pichardo, cuando en presencia de un Rafael entonces treintañero, la historiadora se dirigió a mí para subrayar la confianza que tenía en definirlo con generosidad como un continuador natural de los estudios de los que ella y su esposo Fernando Portuondo eran, sin dudas, las voces más autorizadas.

En el prefacio de la primera publicación de Los silencios…, el historiador apunta con relación al manifiesto interés de un amplio sector de la sociedad en acercarse al Padre de la Patria: “Recuerdo cómo los tres tomos de sus escritos, compilados por Hortensia Pichardo y Fernando Portuondo (…), desaparecían de los estantes a poco tiempo de reeditarse, un fenómeno escasamente advertido en su momento” [9].

Al presentarse hace cuatro años, en un Sábado del Libro, la tercera edición de su principal estudio, el evento se convirtió en un suceso multitudinario, donde no alcanzaron los cientos de ejemplares que estaban a la venta. En ese libro poliédrico está de cuerpo presente el hombre de San Lorenzo y del diario póstumo, aquel que escribió, como anticipo a la sabiduría y al humanismo martiano, estas palabras que por agónicas y perturbadoras no dejan de investir la savia de la vida: “yo conozco el placer de la tristeza”. Creo, y se lo he comentado más de una vez, que por estas razones, entre otras muchas, Rafael está llamado a escribir la biografía definitiva de esta figura fundacional, rica, polémica e imprescindible en la forja de nuestra identidad.

En más de un escrito o comparecencia académica, ha reconocido la importancia de este género, que tiene a mi entender grandes deudas en nuestra literatura: “La biografía es la historia individual y las historias individuales se enmarcan en los procesos sociales, de ahí que sea necesario distinguirla como un método de estudio en el que confluyan la exégesis historiográfica y la poesía: la imaginación llenando los vacíos y los silencios del tiempo” [10].

Como antes señalé, y con toda intención peco de redundante, le he reclamado fraternalmente a Rafael que tiene pendiente esa biografía referencial —hasta donde pueda serla—, que nos seguimos debiendo, más allá de algunos limitados estudios biográficos, y de la audacia recreativa de la ficción, como en la novela de Evelio Traba [11]. A tenor de esto, mucho me complace que en fecha reciente se comprometiera con ese futuro proyecto: “Creo que va siendo el momento de que comience a escribir la biografía de Carlos Manuel de Céspedes (…) Lo fui posponiendo con la idea (…) de madurar las reflexiones sobre el hombre y su contexto”, pues él “merece este libro y la historiografía cubana también” [12].

Por eso me gustaría recordar a Manuel Moreno Fraginals, al que Rafael conoció cuando comenzaba su investigación, y que en aquella primera entrevista, cito: Moreno “me preguntó si yo era graduado de Historia, a lo que yo respondí que no, que era graduado de Matemáticas y el eminente historiador me dijo para mi sorpresa, ‘ah, entonces creo que sí podrás escribir tu libro sobre Céspedes’. Es una anécdota deliciosa y que retrata a un investigador de mucho reconocimiento que siempre ponderó a las matemáticas y las estadísticas como herramientas fundamentales para la indagación historiográfica” [13].

Si reconocí a su rigurosa Biobibliografía de Carlos Manuel de Céspedes —publicada a fines del pasado siglo— como la mayoría de edad del investigador, considero que hace tiempo posee las herramientas y las virtudes en su escritura, como obra consagratoria, para argumentar con justicia sobre la figura histórica y donde sobresalga el lado íntimo y más humano del hombre del 10 de Octubre.

Lo temporal y la historia acompañan también a Rafael desde la crítica, las vanguardias, los contextos, toda esa retroalimentación que confluye en la visión que el estudioso y poeta avisado toma de sus modelos literarios, y que se emparenta en la hechura poética, más allá del descubrimiento, que implica el riesgo y sus desafíos.

Por eso quisiera concluir con la palabra de Jorge Ibarra —un intelectual para nada complaciente—, que así valora, en texto que aparece en la contracubierta de la presente edición, lo hecho por Acosta de Arriba: “Un primer hecho que se destaca en este libro es el estilo depurado con que está escrito (…) sus ensayos y estudios críticos, escritos en un tono elocuente, sobrio y ameno ataviado con una prosa rica (…) ha vinculado felizmente en su discurso el giro literario expresivo con fecundas conjeturas sobre el hecho histórico”.

Notas:

[1] Rafael Acosta de Arriba. Los silencios quebrados de San Lorenzo (Ediciones Boloña, 2023, cuarta edición), p. 9.

[2] Rafael Acosta de Arriba. Los silencios quebrados de San Lorenzo (Cuarta edición, Ob. cit.), p. 12.

[3] Rafael Acosta de Arriba, Biobibliografía de Carlos Manuel de Céspedes, Instituto Juan Marinello-Editorial José Martí, La Habana, 1994.

[4] Rafael Acosta de Arriba. Los silencios quebrados de San Lorenzo (Cuarta edición, Ob. Cit.), p. 193.

[5] Rafael Acosta de Arriba. Los silencios quebrados de San Lorenzo (Cuarta edición, Ob. Cit.), p. 195.

[6] Rafael Acosta de Arriba. Los silencios quebrados de San Lorenzo (Cuarta edición, Ob. Cit.), p. 197.

[7] Rafael Acosta de Arriba. Los silencios quebrados de San Lorenzo (Cuarta edición, Ob. Cit.), p. 209.

[8] Rafael Acosta de Arriba. Los silencios quebrados de San Lorenzo (Cuarta edición, Ob. Cit.), p. 209.

[9] Rafael Acosta de Arriba. Los silencios quebrados de San Lorenzo (Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, segunda edición, 2008), p. 12.

[10] Rafael Acosta de Arriba. Los silencios quebrados de San Lorenzo (Segunda edición. Ob. Cit.), p. 16.

[11] Evelio Traba. El camino de la desobediencia, Ediciones Boloña, La Habana, 2016.

[12] Rafael Acosta de Arriba. Los silencios quebrados de San Lorenzo (Cuarta edición, Ob. Cit.), p. 13.

[13] Estrella Díaz. “Rafael Acosta de Arriba: desesperadamente curioso”. (Revista digital La Jiribilla, 18 de abril de 2022).

Foto de portada: Acosta de Arriba entrega a Hortensia Pichardo un ejemplar de Biobibliografía de Carlos Manuel de Céspedes, libro que vio la luz con prólogo de esta reconocida historiadora cubana.

Tomado de La jiribilla

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Norberto Codina
Poeta y editor. Es director de La Gaceta de Cuba, publicación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

One thought on “Rafael Acosta con Céspedes, “por aquel paraje de la sierra oriental…”

  1. Un saludo a Rafael de un colega historiador de la actividad policial en Cuba, que tampoco estudio Historia, sino Geografía, en el mismo centro.

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