Octubre está marcado en la historia de Cuba como el mes en que se decidió su honor, y por lo que vale considerar el bautismo de su nacionalidad, cuando el 10 de ese mes de 1868 desató Carlos Manuel de Céspedes la insurrección que él concibió con dos fines fundamentales: alcanzar la independencia y abrir las puertas a una justicia social que empezaba por la abolición de la esclavitud. Ese camino sufriría calamidades y atascos, y tendría replanteamientos exigidos por las circunstancias; pero continúa trazando el heroico empeño emancipador, revolucionario, que no cesa.
Cuando en 2023 el pueblo cubano llega a la conmemoración de ese hito, sigue enfrentando enemigos afanados en hacer naufragar ese empeño, y tiene el deber de impedir el naufragio, aunque lo favorezcan tormentas. La más tenebrosa es la hostilidad del gobierno de los Estados Unidos, que halla en la resistencia de Cuba un valladar contra el afán de reimponerle la condición neocolonial en que la sumió de 1898 a 1958.
Que, fiel a su historia, Cuba alcanzara su soberanía en 1959, arreció en la voraz potencia el afán por doblegarla por todos los medios: con acciones armadas en que descolló la invasión de 1961 por Playa Girón, bandas de alzados —mercenarios como los invasores— diseminadas por el país y, entre otros muchos vandalismos, la voladura de un avión civil en vuelo con más de setenta pasajeros a bordo. Encima de todo eso, mantiene el ilegal bloqueo impuesto poco después del triunfo de la Revolución.
Ante lo escasamente conocido que para no pocas personas parece ser, vale insistir en denunciar un documento que evidencia la naturaleza del bloqueo: el memorando en que el 6 abril de 1960, un año antes de Girón, el vicesecretario de Estado asistente para los Asuntos Interamericanos de los Estados Unidos, Lester D. Mallory, expuso los propósitos del bloqueo, sucesivamente reforzado con medidas cada vez más aberrantes.
El memorando, desclasificado en 1991, delineó el guion que el gobierno de aquella potencia viene ejecutando minuciosamente, y que estos fragmentos ilustran: “La mayoría de los cubanos apoyan a Castro […] el único modo previsible de restarle apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales […] una línea de acción que […] logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”.
Propias del inmoral pragmatismo inherente a la mentalidad capitalista, de manera especial en los Estados Unidos, tales recomendaciones partían de un cálculo: el apoyo mayoritario a la Revolución se fundaba en los beneficios que el pueblo hallaba en ella: logros como los alcanzados en la educación, la salud pública, el empleo, las artes y el deporte, y otros menos fáciles de medir pero esenciales: dignidad, soberanía y justicia social en desarrollo con la búsqueda de la equidad. Todo eso el imperialismo se afanaría en deshacerlo con el bloqueo, para que el pueblo se desencantara del proyecto revolucionario y dejara de apoyar a su gobierno.
Semejante engendro pone a Cuba y sus instituciones, a sus órganos de dirección y sus medios comunicacionales, en la necesidad de seguir acometiendo o emprender tareas medulares. Una consiste en continuar denunciando el genocidio anunciado y puesto en práctica. Es necesario hacerlo para que se conozca la verdad y nadie caiga por ignorancia en las redes del crimen, aunque exista la ignorancia voluntaria por parte de quienes prefieren no pronunciarse ni —menos aún— actuar contra él.
Hay otra tarea, la más importante de las que deben cumplir quienes sufren el bloqueo, y en especial quienes ocupan responsabilidades y tienen poder de decisión para realizarla: hacer todo lo posible, y hasta lo “imposible”, para no contribuir ni tantito así al agravamiento de las penurias que el bloqueo le ocasiona al pueblo.
La realidad exige trabajo y más trabajo, y también inteligencia, creatividad, capacidad organizativa, previsión y acierto en cuanto se haga. Eso implica luchar contra males en los que figuran —con grave costo para el país bloqueado— la corrupción en todas sus expresiones y guaridas, y el burocratismo que puede ser cómplice de ella, además de causar por sí mismo daños que todo lo complican aún más.
Aunque sea rigurosamente literal, no metafórico, el argumento de que solo en el uno por ciento de las causas los apagones obedecen a errores internos y en el 99 por ciento al bloqueo, no vale resignarse a ese uno por ciento, ni arrinconarlo en lo que, por “pequeño”, alguna jerga estadística estime “despreciable”. Nada merece ese calificativo cuando se decide el bienestar que el pueblo trabajador merece.
El hecho de que haya quienes vivan sin trabajar apunta a la responsabilidad que la dirección del país y sus instituciones —como parte del pueblo y junto a él— tienen de impedir que la vagancia siga dando razones al sabio José Antonio Saco, autor, en el siglo XIX, de la célebre Memoria sobre esa lacra en Cuba.
Pero, si la cifra del uno por ciento aplicada al tormento de los apagones fuese un dato exacto, no un recurso pedagógico, ¿podría trasladarse la misma proporción a la realidad toda del país? En ella hay, junto a fallas explicables y hasta comprensibles, deformaciones de las que aquí no se ponen ejemplos por conocidas, y porque podrían atiborrar el texto.
Aunque no fuera más del uno por ciento, el cinco por ciento, el 10 por ciento, sería inaceptable ante la urgencia de arreglar el funcionamiento del país, meta ineludible y para la que no cabe esperar a que los imperialistas levanten el bloqueo. Si lo hicieran, ¿no sería porque ya considerasen a Cuba muerta, o para engullirla por otros caminos? Para quienes querían ver, lo evidenció Barack Obama al proclamar que ese leviatán no había logrado sus propósitos.
Es mucha desvergüenza decir eso pese a los daños causados ya a Cuba por el bloqueo: solo le falta estrangularla, finalidad que entre el “republicano” Donald Trump y el —al igual que Obama— “demócrata” Joseph Biden reforzarían como para darle candela al jarro. En eso hallaron de su lado la denominada Ley Helms-Burton, puesta en vigor en 1996 por el presidente “demócrata” William Clinton.
Destruir a Cuba es el propósito de las fuerzas que en aquel país intentan acabar ya con ella, y cuentan con quienes, nacidos aquí, gritan pidiendo que aprieten a su pueblo “hasta que se le salgan los ojos”. Para calzar esas maquinaciones terroristas el gobierno estadounidense incluye descaradamente a Cuba entre los países que él tilda de patrocinadores o cómplices del terrorismo.
En tales maniobras se siente representada no solamente lo más antinacional de la emigración cubana, sobre todo en los Estados Unidos: la parte que más se hace notar, aunque no sea mayoritaria. También pueden sentirse representados quienes, nacidos y residentes en la nación que sufre el bloqueo, buscan aliados en los terroristas de allá para su éxito con la propiedad privada en suelo cubano. ¿Serán un mínimo porcentaje de quienes emprenden hoy negocios de esa índole? Probablemente lo sean, pero en eso tampoco hay cifras despreciables, aunque haya personas que lo son.
Con tales alianzas muestran su naturaleza quienes desean que Cuba y su Revolución sean estranguladas, y se inscriben en la orientación dominante de los Estados Unidos. Durante décadas ese gobierno se ha burlado de la más que palmaria condena que el bloqueo ha recibido en la Asamblea General de la ONU. Incluso ha menospreciado los indicios de que el bloqueo puede aislar a su país. Tal preocupación figuró al menos en lo expuesto por “el hermano Obama” en su discurso del 17 de diciembre de 2014, al anunciar la presunta normalización de las relaciones entre su país y Cuba.
¿Levantarán los Estados Unidos el bloqueo cuando parece estarles dando los resultados que buscan con él desde que lo instauraron? La respuesta parece obvia, pero cualquiera que ella fuese, o sea, al gobierno y al pueblo de Cuba les corresponde trabajar por el desarrollo del país y su felicidad, venciendo por todos los caminos imaginables y hasta inimaginables los escollos que el bloqueo impone, y dure ese crimen lo que dure.
Solo así se salvarán los logros que le dieron a la Revolución el apoyo del pueblo, y se rendirá digno homenaje a quienes desde el 10 de Octubre de 1868, y desde antes, han derramado su sudor y su sangre para que Cuba sea un país libre y soberano, y cultivador de la justicia social, un país urgido de conjurar el peligro sobre el cual le advirtió su Líder, Fidel Castro, el 17 de noviembre de 2005: el peligro de autodestruirse.
El “Libertad o Muerte” sembrado con las guerras por la independencia, después de 1959 y en respuesta a las agresiones imperialistas se convirtió en “Patria o Muerte”, y ahí no se detuvo: lo completa, con vital voluntad creadora, el irrenunciable “¡Venceremos!”
Foto de portada: Tomada de Futuro cubano
Excelente. Lo comparto.