Estuve leyendo un comentario en Cubadebate donde se expresan criterios —acertados y necesarios— en relación con un tema muy actual pero no nuevo: la migración de deportistas que han ganado títulos mundiales, panamericanos y otros —en todos los casos formados en el país que los vio nacer y donde su educación y preparación nunca requirió del aporte monetario de él o su familia. Más claro: ha sido y es totalmente gratis: un derecho del pueblo.
El colega Joel García, autor del artículo, une el análisis y la crítica del fenómeno en cuestión, hace sugerencias y recuerda que no se trata de «tirar el sofá». Nuestro deporte, con altas y bajas, es uno de los frutos del sistema revolucionario cubano, al que, como en muchas otras cosas, tenemos que aplicar aquella máxima de Fidel, en el concepto de Revolución de “cambiar todo lo que debe ser cambiado”.
El disparo de arrancada para hacerlo no debe esperar más.
Un aparte en el tema es lo que me ha motivado a escribir estas líneas, porque he leído y oído algunos comentarios donde se hacen las “sugerencias salvadoras” para estos y otros problemas, actuales o más viejos, y se desliza alguna que otra palabra como privatización, encubierta en casos como el del deporte con “hacerlo profesional”, “clubes en vez de equipos”, entre otros.
Nada más parecido al revoloteo de buitres que apuestan por desmontar el sistema cubano, esos que llevan décadas y más décadas gastando dinero, cifras millonarias de los contribuyentes de Estados Unidos, y baten palmas cada vez que un deportista emigra o un equipo cubano pierde una lid.
La propia receta la he escuchado mientras esperaba por la realización de un electrocardiograma u otro proceder médico.
Y en esa “sabia” solución a la crisis económica, se identifican los que, ante las insuficiencias y falta de medicinas e insumos de todo tipo en el sector de la Salud —el sagrado SECTOR DE LA SALUD—, hasta hablan de aplicar la medicina privada, quizás faltándole el valor agregado de que se salven quienes puedan pagarla y los demás…
Por estos días, he meditado sobre estos y otros temas. Una vez más he sido llevado al quirófano para un procedimiento en mi lesionado corazón. Sufrí de los pinchazos para la anestesia o para aplicarme en vena el antibiótico necesario. También recibí, como en las ocasiones anteriores, la más valiosa de todas las medicinas, el aliento y el cariño, esta vez de cinco personas, dos médicos y otras tres, entre enfermeras y técnicos.
Recuerdo con nitidez a una muchacha con su cara semi tapada por el nasobuco y el pelo cubierto, que, mientras los galenos cumplían su complicada misión alrededor de mi órgano dañado, ella, con mi brazo tomado, me “llevaba” en un viaje imaginario hasta la playa de Varadero y cuando le pregunté ¿y me vas a dejar aquí?, me contestó: es que ya los médicos terminaron y tenemos que regresar. Confieso que hasta las molestias y el dolor los había olvidado.
Me despedí de ella con la sugerencia de que “continué así, alternando la enfermería y el trabajo como guía imaginaria de Transtur”.
La doctora Yoanna, ¡qué ser humano tan especial!, una diestra joven cardióloga, confirmaba el fin del proceso y me aseguraba que “todo salió bien” pero que “los próximos días son fundamentales. Del cuidado suyo y el cumplimiento del plan de medicación, dependerá que no haya retroceso”, me dijo.
Desde hace doce años he sido atendido en el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular. En todas las ocasiones que me llevaron al salón o a la sala de hemodinamia, —y han sido nueve—, ha estado presente, haciéndolo él o dirigiendo a quienes lo hacen, un ser humano excepcional — de esos que bien han ganado el honor de que algún día se le distinga como Héroe Nacional del Trabajo. Me refiero al Doctor Lorenzo Llerena, una verdadera institución en su labor, con la ética como premisa.
Y no es esta entidad de salud una excepción en el drenaje de profesionales que han emigrado. Pero los que se mantienen y los nuevos que se incorporan, sostienen muy en alto el estandarte como baluarte de ese ejército de batas blancas, salvadores de vidas y poseedores de valores inculcados por la Revolución.
A ellos, he dedicado estas pocas líneas, salidas de lo más íntimo de quien está convencido de que el país puede, no solo impulsar los planes y programas de desarrollo necesarios para nuestra población, sino que también posee grandes valores, capaces de acabar con el pesimismo y la apatía.
Y, en todo caso, siempre el análisis periodístico, la crítica oportuna y con fundamento, nos harán profesionales más comprometidos con lo que hacemos y también con lo que dejamos de hacer y debemos revertirlo.
La celebración, en noviembre próximo del XI Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), puede constituir, más que una pausa en el largo y difícil rol de informar al pueblo, un punto inflexión, un compromiso y una demostración de que, también los profesionales de la prensa, como los médicos o los deportistas, sabremos salvar a Cuba.
Necesario, profundamente meditado y valientemente expuesto, vale la pena leer este comentario del experto colega en temas internacionales y cardiovasculares. La honestidad de sus planteamientos, más que opnión sobre un tema del cual se discute en cualquier casa y sin horario preferido, expresa el reconocimiento a profesionales y trabajadores de servicios que salvan vidas , sin ponerle precio a su labor ni disponer de las mínimas condiciones para alejar de sus mentes problemas cotidianos agobiantes en nuestra vida cotidiana.