Ni medicinas, ni agua, ni electricidad, ni combustible. El hambre y la desesperación como arma política. «Estamos combatiendo contra animales y actuamos en consecuencia», dijo hace nada el ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, al anunciar el cerco total contra la franja de Gaza.
Hay un hilo de acero que une la retórica genocida del comandante israelí con los arquitectos del bloqueo de Estados Unidos contra Cuba. Lester Mallory, subsecretario del Departamento de Estado, esgrimió argumentos similares en 1962, como antes lo hizo Joseph Goebbels tras visitar el gueto de Lodz, en 1939: «Éstos ya no son hombres, son animales. Por eso no se trata de una tarea humanitaria, sino quirúrgica. Hay que hacer incisiones aquí y enteramente radicales», escribió en su diario el ministro de Propaganda nazi.
La amenaza de Gallant va en serio.
Euro-Med Monitor, organización con sede en Ginebra, registró en los primeros cuatro días de guerra declarada la muerte de 880 palestinos, de los cuales 59 por ciento eran civiles, incluidos 185 niños y 120 mujeres. Alrededor de cinco mil personas más han resultado heridas y cientos permanecen atrapadas bajo los escombros a lo largo de las zonas fronterizas. Israel afirma centrarse en objetivos militares, pero alcanza edificios residenciales, hospitales y mezquitas, donde no hay refugios ni forma de protegerse de los bombardeos sin previo aviso que ya han provocado la muerte de familias enteras.
La nueva escalada empezó esta vez con el ataque de Hamas, pero el revanchismo y el ánimo de venganza que reina ahora en medios y redes, y que naturaliza la concepción de los palestinos como animales dignos de llevar al matadero, olvida por completo que Israel ha aumentado por años el fuego a la olla de presión y esta finalmente reventó el sábado pasado. El Foreign Policy in Focus ha comparado la situación actual en Gaza con el motín en la cárcel de Attica, Nueva York, en 1971, que terminó en un baño de sangre: «Si metes a los prisioneros en una jaula y los torturas, se rebelarán».
El ruido ensordecedor en favor de Israel en esta guerra ha enterrado, junto con las víctimas palestinas, la historia de ese pueblo, la tragedia que ha vivido durante décadas y la ironía grotesca de que los originales y legales propietarios de la tierra israelí viven hoy en Gaza. La única explicación de que exista la franja es porque los palestinos fueron desposeídos de sus tierras en 1948, cuando se creó Israel. Ellos —o sus hijos y nietos— están entre los dos millones de refugiados palestinos atiborrados en el territorio más densamente poblado del planeta, donde 80 por ciento de sus habitantes proviene de familias que vivieron en lo que ahora es Israel. La mayoría de la gente de Gaza no es de ahí. Son refugiados que han sido víctimas de la deshumanización desde hace ya demasiado tiempo.
«Es el lugar más aterrador que he visto», escribió el intelectual Edward Said, después de uno de los innumerables bombardeos contra Gaza, en 2001. «Es un lugar horriblemente triste a causa de la desesperación y de la miseria en que vive la gente. No estaba preparado para ver los campos de refugiados, que son mucho peores que cualquier cosa que vi en Sudáfrica». No fue un intelectual de izquierda, por cierto, sino Amnistía Internacional, quien declaró hace unos meses que «el esquema de dominación de los palestinos por Israel constituye un sistema de apartheid», y que se trata de «un crimen contra la humanidad».
El alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Volker Türk, ha emitido un comunicado este martes donde reitera que «la imposición de asedios que ponen en peligro la vida de civiles al privarlos de bienes esenciales para su supervivencia está prohibida por el derecho internacional humanitario».
Habría que añadir solamente que el bloqueo no aparece ahora a consecuencia de esta guerra. Lleva décadas. Es el largo prólogo del castigo y la deshumanización forzada de un pueblo para crear la coartada perfecta que lleve a su aniquilación. Lo conocemos muy bien los cubanos. En este caso en concreto, hay capas sobre capas de dolor por el secuestro de miles de palestinos a los que los soldados israelíes se llevaron sin dejar huella, por la desolación y el desamparo de cientos de miles de personas comunes y corrientes que han intentado sobrevivir entre ruinas, por los cortes de electricidad y agua, por los interminables toques de queda, por la escasez de alimentos y medicinas, por los heridos desangrados hasta morir, por los ataques sistemáticos contra ambulancias y personal humanitario, por los adolescentes agredidos con perros del ejército de Tel Aviv, por los niños y las niñas asesinados…
La verdad por su nombre. Es genocidio y viene de lejos.
(Imagen tomada de Le Monde Diplomatique. Texto: La Jornada)