Mientras en el ahora llamado Sur Global los pueblos pujan porque su inteligencia natural, plena en pobreza y en arroyos de sabiduría, les alcance para poner un vaso de leche sobre la mesa, las naciones saqueadoras del Norte se ven ante un dilema inédito: evitar que la imparable inteligencia artificial rebase la copa de la prudencia humana.
Literalmente, la mejor película de este asunto es el desenlace, tras 148 días de huelga, de la protesta de los guionistas de Hollywood, que ya no solo se sienten amenazados por talento llegado desde otras cinematografías, sino también por la competencia que pueden representar obras escritas por… inteligencia artificial.
Muy dada a los informes farragosos —en cambio la nuestra, la criolla, funciona más bien con lacónicos maltratos—, la burocracia típicamente estadounidense necesitó 94 páginas para plasmar el acuerdo entre el Writers Guild of America (WGA), sindicato que representa a 11 500 escritores de esa industria, y la AMPTP, poderosa patronal del cine y la televisión.
En concreto, el objetivo de los huelguistas no era otro que impedir que la inteligencia artificial, y sus promotores en la meca del entretenimiento, se pasaran de listos. Total, si el capitalismo patentó la codicia, también alumbró la huelga.
El acuerdo prohíbe a las productoras audiovisuales emplear inteligencia artificial para escribir o reescribir guiones y establece que, si se usa contenido generado por ordenador, no será considerado material original digno de copyright. Ya se sabe que en ese mundo, por patente, crédito y derecho de autor la guerra mundial puede brincar de lejana ficción a pura realidad.
Los guionistas luchan porque ninguna producción robótica califique como «material literario» o «fuente», porque esos títulos pueden abrirles a otros la codiciada caja de pagos por derechos de autor, en detrimento de ya sabemos quiénes. A estas alturas del capital, nadie ignora que los patrones buscan mayor rentabilidad incluso a costa del resultado artístico.
El primer round —porque esta «pelea» será eterna— no fue malo para los campeones defensores que se aferran a la faja que pretende quitarle este inesperado retador. Los estudios no podrán obligar a los guionistas a utilizar inteligencia artificial y el sindicato tendrá derecho a reclamar si las productoras toman trabajos de sus afiliados para entrenar programas de la tecnología en ascenso.
De paso, el parón reivindicó el reclamo del empleo de varios guionistas con miras a prevenir la explotación laboral que uno suele imaginar solo en escenarios como las viejas plantaciones de algodón y las grandes fábricas en serie.
El temor de ser reemplazados por competidores tan «peculiares» no carece de fundamento. A inicios de mayo, la Casa Blanca reunió a los gigantes de la tecnología para evaluar los riesgos que entraña que programas como el ChatGPT imiten el diálogo humano. ¿Cómo sería, de hecho, una discusión de campaña electoral —hecha por I.A.— entre esos dos ancianos execrables: el trastabillante Joe Biden y el irascible Donald Trump?
Ya veremos. De momento, Eric Heisserer, guionista de la exitosa película A ciegas, ha dicho que «el arte no puede ser creado por una máquina», porque «perdemos el corazón y el alma de la historia». A su juicio, debe hacerse una precisión esencial: «La primera palabra —de A.I., por sus siglas en inglés— sigue siendo “artificial”».
Aunque paradójica —el hombre trabaja intensamente por crear la tecnología que insensiblemente puede quitarle el trabajo— la preocupación no es gratuita. A inicios de mayo, en la conferencia global del Instituto Milken, en Beverly Hills, el productor de cine Todd Lieberman pronosticó: «En los próximos tres años verán una película escrita por I.A., (y será) una buena película».
El avance del nuevo «empleado» no parece tener muros. Rob Wade, un ejecutivo de la cadena Fox, señaló que la inteligencia artificial se empleará también para el montaje, los guiones gráficos, «cualquier cosa».
Ello explica las reservas al respecto de la escritora Leila Cohan —guionista de la serie Bridgerton—, a quien le preocupa que los estudios echen mano a borradores «increíblemente malos», hechos con inteligencia artificial, para después contratar —bajo pago menor, se infiere— a profesionales humanos que los reescriban. Ellos serían como los correctores de estilo del talento tecnológico.
Ni siquiera su especialización en los guiones de ciencia ficción impide a Ben Ripley considerar que la inteligencia artificial «es la antítesis de la originalidad».
Otro cariz es el del «entrenamiento» de estos programas a partir de la obra y el talento real de artistas que, una vez «atracados» silenciosamente, se tornan prescindibles. Probablemente, el caso más notorio hasta ahora es el del reconocido actor británico Stephen Fry —protagonista, entre otras, de la película V de Vendetta y narrador de los audiolibros de Harry Potter—, quien denunció hace muy poco que una inteligencia le robó su voz y comenzó a utilizarla sin su consentimiento.
Todavía anonadado, Fry comentó que sus lecturas de los siete libros sobre Harry Potter fueron empleadas como base de una nueva obra, un documental histórico supuestamente narrado por él, sin su permiso: «¡No dije ninguna de estas palabras, fue una máquina!», protestó.
Dicha sombra no solo se cierne sobre la «pluma» y la voz. Disímiles actores y actrices sienten la amenaza de ser sustituidos en escena por estas «estrellas emergentes» con las que no pueden ni siquiera arreglar cuentas con una mundana gresca a las afueras del camerino.
El problema no queda en los estudios fílmicos; también se infiltra en los musicales. Realmente no sé cómo suena, pero puedo decirles que ya Noonoouri, la primera cantante creada con inteligencia artificial, firmó un contrato con Warner Music.
Su saga parece humana: tras iniciarse en el glamour de la moda, la «¿jovencita?» lanzó en septiembre una colaboración con un importante DJ alemán y se volvió un fenómeno en las redes sociales. Se dice que entre sus seguidores se encuentra nada menos que Kim Kardashian, sin dudas una gran especialista —de carne y hueso… y silicona— en el negocio de los atributos artificiales.
Yo no me atrevería a apostar por el futuro de todos los guionistas de Hollywood, pero a Noonoouri le pronostico buena ventura: prepárense a ver sus telenovelas, series y hasta películas y un día puede apostarse en nuestros teléfonos firmando autógrafos.
Aunque por estos tiempos me siento en el sur del Sur…, estas peripecias no me resultan distantes. Las escribo y pienso en la suerte del periodismo, y en la mía, pero de todos modos les recomiendo no confíen demasiado en mi crédito: es posible que este descargo filosófico haya sido escrito por una inteligencia artificial que se ha robado mis letras y un día se animará hasta a acusarme de plagio.