Alicia García Santana
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«El sacerdocio de preservar nuestra cultura»

Es impresionante la trayectoria vital de esta eminente mujer que ha tenido una formación muy profunda en la historia del arte y el patrimonio de Cuba. Bajo la tutela y el magisterio de Francisco Prat Puig, creció su avidez por la investigación y el conocimiento de nuestra Patria. Historiadora, investigadora y ensayista, es Doctora en Ciencias del Arte e Investigadora Titular, miembro de honor de la Academia de Ciencias de Cuba y en 2019 recibió el Premio Nacional de Patrimonio Cultural.

Cada vez que hablamos con Alicia García Santana, estamos prestos a aprender. Es una especie de reservorio infinito sobre los más mínimos detalles del patrimonio cubano. Y de tan preparada para descifrar la belleza en sus códigos históricos, es una defensora rabiosa de los conjuntos urbanísticos, los inmuebles y bienes muebles, así como de las tradiciones y expresiones inmateriales criollas. Sigue siendo tan aguda y crítica, o más, como en sus tiempos de juventud.

La producción bibliográfica de Alicia es extraordinaria; una colección ensayística con temáticas tan necesarias y poco estudiadas, como la casa cubana de herencia española y luego acriollada con otras múltiples influencias; el urbanismo de nuestras ciudades; la relación de la historia y el entorno sociopolítico con el desarrollo del patrimonio en las villas fundacionales. Se trata de una mujer de mente muy poderosa, pero de una humildad y modestia conmovedoras; que se alegra y asombra ante cada hallazgo investigativo.

Habanera de nacimiento «porque mis padres estaban estudiando aquí, pero a los 18 días ya estaba en Trinidad, y a los 18 meses en Madruga, que es donde vivo». De tal suerte se considera «trinitaria, madruguera y matancera por adopción», porque adora Matanzas.

Sin embargo, en Trinidad parecen hallarse todas las explicaciones de su pasión por el patrimonio: «creo que nadie que tenga la vivencia cotidiana de esa ciudad deja de preguntarse por qué es distinta a las demás. Además, la vida en Trinidad es totalmente diferente, por ejemplo, a los rituales de Madruga, porque no es lo mismo tener más de 500 años de existencia que cien».

¿Fue la niña Alicia García Santana ese mismo ser adulto de curiosidades infinitas y de pasión por lo cubano?

—Vengo de una familia de raíz cubana, tremendamente cubana. Máximo Gómez fue quien le dio los grados de capitán a mi abuelo paterno; mi bisabuela fue mambisa y, a pesar de tener una hemiplejia, iba a caballo hacia la manigua para llevar y traer cartas. Todo esto era motivo de orgullo familiar.

«Mi abuelo materno, hombre brillante y muy interesante, fue historiador autodidacta. También uno de sus abuelos había sido parte de los complotados en la Revolución de 1848 y había estado preso en Ceuta. O sea, la historia de mi familia ha sido motivo de orgullo desde mi niñez. Creo que desde que estaba en la barriga de mi madre sabía que iba a ser historiadora».

¿Qué tiene la historia, Alicia, que es tan apasionante?

A mí la historia pura no me interesa, por ese motivo, me fue difícil encontrar el elemento histórico exacto que me ayudara a comprender la sociedad y que me guiara por los caminos de la vida cotidiana, nuestra manera de ser, lo que nos define como país y como cultura.

«Mi formación de base es la literatura. Estudié Filosofía y Letras en la Universidad Central de Las Villas. Esa universidad formó muchos investigadores.

«El claustro de profesores se enfocaba en brindarnos todas las herramientas necesarias para la investigación, ya fuera lingüística, literaria, histórica, etcétera. En mi opinión, la influencia y el papel de la figura de Samuel Feijóo fue determinante.

«La creación del Departamento de Estudios Folklóricos fue un paso significativo para la carrera de Letras de la Universidad Central de Las Villas. Feijóo hacía trabajo de campo y salía a investigar todo lo concerniente a la cultura campesina, a la cultura y herencia africanas, los problemas lingüísticos, las tradiciones literarias…; realizó, además, una admirable gestión editorial».

¿Por cuáles caminos llegó a ese modo suyo tan peculiar de contar la vida cubana donde se articulan el entorno político, histórico y sociocultural?

—Eso sucedió cuando conocí a Francisco Prat Puig. Al iniciar el quinto año, una compañera de estudios, la Doctora Lilia Martín Brito, también alumna y discípula de Prat, me llevó a conocer al profesor, quien estaba de paso por la Universidad Central con motivo del viaje por la Isla que todos los años realizaba con sus alumnos de Santiago de Cuba. El maestro nos propuso sumarnos al recorrido.

«Prat era un hombre de una inteligencia extraordinaria. Al término del viaje, llegué a la conclusión de que yo no sabía de qué hablaba Prat, pero quería dedicarme a eso. A partir de ese momento, se unen la formación recibida en la escuela y lo aprendido con Prat.

«Él era arqueólogo; yo no. Los arqueólogos trabajan con la evidencia física, pero no con la documental. Yo necesito las dos. Me gusta trabajar con el archivo. No creo en fuentes secundarias; considero que para trabajar patrimonio es imprescindible la fuente primaria que sorprende. ¿Qué quiero decir con esto?: sin papeles no podemos trabajar. No podemos recurrir solo a la comparación tipológica y el dato físico.

«Si algo retrata y simboliza una sociedad, en toda su medida, es la vivienda y la ciudad. Los problemas que tenemos hoy están escritos, cual testimonio, en la ciudad: es el palimpsesto de la historia. Entender ese pasado es la misión y es lo que nos ayuda a comprendernos como cultura y como nación».

Eso nos lleva al camino de la casa cubana por la cual hay en usted una obsesión, por cómo se acriollaron estilos y tendencias que provenían de múltiples sitios. Nos ha enseñado que la casa cubana es única, pero ¿por qué?

—El primer traspaso, por supuesto, viene de España. Muchas veces asumimos, no solo en Cuba, sino en Hispanoamérica en general, criterios equivocados para la interpretación de la casa. Partimos, sobre todo, de la influencia andaluza. Nadie niega su importancia —ahí está Pedro de Medina, por ejemplo, que es barroco gaditano, pero, antes de eso, hay una etapa prebarroca que es, en realidad, el punto de partida de nuestra vivienda.

«¿De dónde viene eso? ¿Cuáles son sus características? ¿Qué es lo que se parece o no? ¿En qué medida ese modelo se adaptó, o no, y cuándo lo hizo? Esos temas son tratados en Los modelos españoles de la casa cubana. El libro estudia la tipología de casa-patio, desde su surgimiento hasta el siglo XV, y su evolución a partir del comienzo de la historia de América con los españoles. Ellos nos trajeron el trazado regular y la casa-patio. En España ambos modelos andaban separados. Las ciudades de tipo regular, como Santa Fe, en Granada, no tienen casa-patio; esta tipología estará presente, sin embargo, en toda la España cristiana.

«¡Ah!, pero en Cuba traza regular y casa-patio se fundieron en un modelo que es el soporte de la ciudad indiana. ¿Por qué? Porque América es un proyecto de colonización y se utiliza, por tanto, un modelo regular de ciudad, de urbanismo, que no es una forma, sino una entidad jurídica que sirve para administrar el territorio que se está conquistando.

«Por otro lado, los españoles que vienen para acá eran hidalgos por idiosincrasia; son los hombres que, una vez finalizada la Reconquista y perdidos todos sus bienes, realizaron la conquista y colonización de América. Son ellos quienes trasladan los valores. ¿Y qué es la casa hidalga?: la casa de patio. Un hidalgo tiene que vivir en casa-patio. En muchas ocasiones, los arquitectos dicen que la casa de patio es ecológica. Pregunto: ¿dónde es ecológica?, ¿en El Cuzco?, ¿en el frío?, ¿en la lluviosa Cuba?, ¿en la Patagonia?

«La casa de patio fue ecológica allá, en el desierto del Medio Oriente, donde nació. Después devino modelo ideológico. Ese modelo ideológico se replicó en El Cuzco, en Cartagena, en La Habana, en San Agustín de la Florida y dondequiera que hubiera un español de base hidalga. Se trata de un modo de gobernación. El urbanismo, por cierto, también fue un instrumento de dominación».

—¿Cómo era Prat Puig?

—Prat era la virtud, la generosidad intelectual absoluta. Era el maestro. Escribió, investigó, pero fue, por encima de todo, maestro y promotor. Amó a Cuba como un cubano y se identificó plenamente con nuestro patrimonio. Hizo por nosotros cuanto le fue posible; sabía que su vida terminaba e intentó, por todos los medios, legar su conocimiento, para que, en nosotros, él tuviera continuidad. Y sí la tuvo. Fue un pionero y abrió el camino de muchos estudios, investigaciones y temas relacionados con el patrimonio de la nación.

¿Qué le enseñó que no podemos hacer con el patrimonio?

Transformarlo sin saber. Él tenía obsesión por la verdad y por el mensaje que hay detrás de estas estructuras. Exigía el estudio no solo arqueológico, sino también documental, histórico, político, social y de todos los criterios que pueden incidir en el proceso de conservación y restauración.

Y, ¿cuáles son los mayores dolores de Alicia García Santana cuando recorre el país y ve el patrimonio, su patrimonio?

—Puedo decirte que, en lugares como Trinidad, apenas salgo ya a la calle. No podrán convencerme jamás —lo dije hace poco en una entrevista, ante varios funcionarios del Gobierno y el Partido— de que nadie haya visto el hueco que tiene el Palacio Cantero en la segunda crujía. El Palacio Cantero no es solo un bien cultural, Patrimonio de la Humanidad, sino también una fuente de notable ingreso económico en el país. ¡¿Cómo vamos a permitir que se caiga?!

«En mi época —cuando alguien dice “en mi época” es porque está viejo ya—, cualquier cosa que pasara en un bien patrimonial movilizaba a todos, sin importar a qué sector perteneciera. Era responsabilidad colectiva encontrar la solución».

Son las urgencias del patrimonio, lo que no podemos dejar para mañana en medio de tantas necesidades…

—¡Exacto! Son bienes de alto valor cultural. Enfrente tiene el Palacio Iznaga, que ha tenido una historia fatal. En el siglo XIX ocurre un fenómeno verdaderamente interesante: a partir de una tradición criolla bien consolidada, viene el proceso de adaptación de modelos de raíz hispánica a nuestro suelo. Para empezar, los hidalgos en España no trabajaban con las manos ni hacían comercio —estaba prohibido—.

«Cuando llegaron aquí comenzaron a hacerlo. La vivienda se adaptó a eso. Allá la vivienda de un noble no estaba preparada para el inquilinato, para el comercio, para los talleres, para las tiendas, etcétera; aquí, sin embargo, al ser el comercio uno de los principales elementos de la acumulación de capital en la ciudad, las viviendas se van a transformar. Sí, todo vino de allá, pero aquí se va a transformar y a utilizar de manera diferente.

«En el siglo XIX comienzan a entrar otras influencias que no son hispánicas, vienen de Francia, de Estados Unidos y de otros lugares; justamente la relación de esa tradición criolla con las nuevas incidencias no hispánicas es lo que llamamos lo cubano. El Palacio Iznaga es, tal vez, el primer edificio del país que sufre, en planta, las transformaciones en que ese fenómeno se manifiesta».

—En su opinión, ¿a qué se debe la complejidad de La Habana, incluso, para intervenirla y conservarla?

—La Habana es la puerta de entrada de las más importantes y decisivas incidencias que operan en nuestra arquitectura, y en otras esferas también. La Habana es la fuente que nutre al resto del país. La importancia de La Habana es suprema. Quien no conoce La Habana no puede trabajar ni Baracoa, ni Bayamo, ni Camagüey, ni Matanzas, ni Gibara…

«Muchos jóvenes están un poco encerrados en el lugar que trabajan. Son capaces de decir, por ejemplo, rasgos que tiene Santa Clara y calificarlos como únicos. Nada es único. Sí existen elementos de adaptación local, incluso, influencias regionales. Hay zonas que, también, funcionaron como difusores de segundas influencias, tal es el caso del centro del país, donde se reunieron tres villas coloniales fundacionales, dos ciudades nuevas fundadas en el siglo XVIII y algunas de las ciudades más importantes del siglo XIX cubano. Por supuesto, eso está irradiando para todos lados. Pero, ¿qué hace difícil La Habana? Yo diría que el nivel de transformación que tiene».

Doctora, ¿a qué se debe que escriba tan bien? Sé de sus estudios universitarios y de que ha tenido excelentes editores como Silvana Garriga, pero sus libros y artículos logran transmitir al lector la misma intensidad y pasión que siente por nuestro pasado.

—Trato de convencer. Quiero hacer las cosas fáciles y transparentes; quiero que la gente lo sienta, porque la única y verdadera fuerza para la conservación de un patrimonio y de una ciudad es el convencimiento del valor. Muchas de las cosas que nosotros hemos perdido han sido, al menos eso creo yo, por ignorancia.

Resulta indisoluble de su trabajo escritural ese dúo que conforma con Julio Larramendi, en el que las fotografías van dando un camino visual a lo que usted va contando. ¿Cómo construye esa armonía entre texto e imagen?

—Los libros tienen sus buenas y sus malas intenciones. Si ojeamos el último libro que hicimos juntos Julio y yo, Los modelos españoles de la casa cubana, notaremos el enorme peso que tiene la imagen. El lector puede entender lo que ahí se dice sin leer una palabra. Las imágenes van contando la historia. La imagen también nos anuncia la historia aún por contar.

«Yo he tenido mucha suerte, Magda. Quiero hacer un recuento de mis ángeles tutelares. Ya he hablado de Prat, pero en esa ñ en la historiografía clásica cubana. Me ayudó mucho, incluso, fichaba archivos para mí y me los hacía llegar a Trinidad. Podrán imaginar, entonces, mi admiración y gratitud.

«Después apareció Marta Arjona en mi camino, quien nos apoyó en todo el trabajo que hacíamos en Trinidad. Fue quien me ayudó a recorrer la Isla completa, ciudad por ciudad, durante casi tres años. Y ahí conozco a Julio. Sinceramente, todo esto jamás hubiera sido posible sin su labor. Nos hemos convertido en dos socios de trabajo; nos entendemos y retroalimentamos constantemente. Ha sido una suerte tenerlo en mi vida».

Hay una foto preciosa donde aparecen Eusebio Leal y usted mirándose de manera cómplice. ¿Cómo fue esa relación?

—Mi admiración por Leal es real. Leal prestó una atención muy especial a todo lo que nosotros hicimos y se tomó el trabajo de hacer las presentaciones y los prólogos de todos esos libros. Nunca hizo nada por «salir del paso», sino para apoyar el trabajo del otro. Esa es la verdad. Leal vivió al servicio de su nación y de su patria, con la estrella en la frente, como comenté en una ocasión. Todo lo que hizo fue impulsar a otros.

Alicia García Santana junto a Eusebio Leal
La destacada investigadora reconoce que Leal nunca hizo nada por «salir del paso», sino para apoyar el trabajo del otro. Foto: Julio Larramendi

—Habló del servicio realizado por Leal a la Patria y también considero que usted ha hecho un gran servicio a Cuba. ¿Qué es ser patriota cubano?

—Decía Gertrudis Gómez de Avellaneda que la Patria y lo cubano se sentían porque uno no tenía que explicarse, porque uno pertenecía a eso. Eso es la Patria: no tener que explicarse ni justificar, ante nada, una manera de ser y actuar, porque existe un código que nos identifica a todos y por el cual nos entendemos. Eso es la cubanía.

«Esa razón de ser se va a manifestar a través de la historia y, por supuesto, es un proceso de formulación constante. Quienes nos dedicamos a la conservación y el estudio del patrimonio tenemos una especie de sentido mesiánico, de sacerdocio y devoción; nos arrodillamos siempre ante ese altar para tratar, con todas las fuerzas, de preservar y salvar nuestra cultura.

«Leal —al igual que Prat— tenía obsesión por una palabra: la virtud. Se trata de aspirar, Magda, a la virtud».

Tomado de Juventud Rebelde

Foto de portada: Julio Larramendi

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Magda Resik
Directora, conductora y guionista de espacios televisivos y radiales. Obtuvo el Premio de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro, por la obra de toda una vida de trabajo en la prensa en Cuba. Licenciada en Periodismo en la Universidad de La Habana.

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