¿Ya ha llegado el fascismo a Estados Unidos? ¿Está por llegar? ¿O lleva muchos años campando a sus anchas? Estas son las preguntas que guían los doce ensayos reunidos en Fascism in America: Past and Present (El fascismo en Estados Unidos: pasado y presente), un libro editado por Gavriel Rosenfeld y Janet Ward, dos destacados historiadores del Holocausto, que se publicará en septiembre.
Rosenfeld, profesor de la Universidad de Fairfield, dirige el Centro de Historia Judía de Nueva York. Ward, profesora de la Universidad de Oklahoma, es expresidenta de la Asociación de Estudios Alemanes. Su libro combina ensayos que abordan cuestiones urgentes sobre el presente político —específicamente, si cabe caracterizar al trumpismo como una forma de fascismo— con capítulos sobre movimientos históricos de índole fascista en Estados Unidos, desde el KKK y los Vigilantes de Oregón hasta el movimiento America First. Hablamos en julio, por videoconferencia.
—¿A qué público lector va dirigido su libro?
Janet Ward (JW): Como historiadores universitarios, nuestro público por defecto suele ser académico. Sin embargo, en este caso no es necesariamente así. Siempre hemos sido conscientes de que operamos en un contexto social y político concreto, pero desde 2016 muchos de nosotros nos hemos visto obligados a considerar más directamente cómo nuestro trabajo puede ayudar a sostener y proteger la democracia. Eso también ha significado romper la barrera entre el público académico y otros públicos, como han hecho Timothy Snyder y otros en los últimos años. En última instancia, y hablando como madre de adolescentes, diría que nos dirigimos a la generación de nuestros hijos y a sus profesores de secundaria. La radicalización de la juventud estadounidense, especialmente durante la pandemia de Covid, es un hecho preocupante, como señaló recientemente en la radio pública norteamericana nuestra colaboradora Cynthia Miller-Idriss, que dirige el Laboratorio de Investigación sobre Polarización y Extremismo (PERIL) en la American University en Washington, DC. Esperamos que los profesores puedan aprovechar el material que aportamos.
Gavriel Rosenfeld (GR): Además de dirigirnos a un público multigeneracional, tanto académico como no, hemos querido apelar a personas interesadas en las conexiones entre la historia europea y la estadounidense. En el volumen reunimos a estudiosos de la historia alemana, italiana y estadounidense. Entre todas y todos, aportan una gama diversa de perspectivas.
—Ambos son veteranos del campo, pero con este libro parecen hacer algo nuevo.
JW: Es cierto que tanto Gavriel como yo hemos estado enseñando la Alemania nazi y la historia del Holocausto desde la oleada de interés por esos temas en Estados Unidos que surgió a principios de los años noventa, con la apertura del Museo Conmemorativo del Holocausto en Washington DC y el estreno de La lista de Schindler. Treinta años después, el terreno ha cambiado. Si no queremos que el proyecto conmemorativo del Holocausto fracase, tendremos que empezar a enseñar el tema de otra manera.
—¿Qué ha cambiado?
JW: En primer lugar, hemos asistido a una radicalización derechista de la sociedad. Pero también hay que tener en cuenta la desaparición de los testigos directos. La digitalización de la memoria del Holocausto ha sido crucial para el acervo histórico, pero también puede reducir la autenticidad y, peor, utilizarse para fabricar pruebas falsas al servicio de esa misma radicalización de la derecha. El verdadero cambio, creo, es que, como docentes, ya no podemos enseñar el ascenso del fascismo de mediados del siglo XX como un episodio contenido en el pasado. Hoy nos toca enseñarlo como un peligro presente. Solíamos suponer que la gente se volvería más tolerante porque aprendía su historia o visitaba lugares históricos donde se perpetraron atrocidades. Pero cuando una extrema derecha globalizada está trabajando con gran éxito para construir una forma alternativa de ver esos lugares y la evidencia que representan, esto ya no puede darse por sentado.
GR: Y aunque es fácil para nosotros pensar que la conciencia del Holocausto ha estado con nosotros desde siempre, en realidad es un fenómeno reciente. Desde la década de 1990, la atención se ha centrado menos en la forma en que Hitler ascendió al poder que en el creciente espectro de víctimas del Holocausto. Sin duda, se trata de una importante agenda moral y humanitaria. Hoy, sin embargo, necesitamos una mejor comprensión de cómo la educación sobre el Holocausto enlaza con la forma en que las democracias liberales se desmoronan y cómo su vitalidad está vinculada a movimientos sociales más amplios, como lo ha sido en estos últimos años Black Lives Matter.
—Muchos de sus colaboradores detectan claras amenazas a la democracia en la historia de Estados Unidos.
JW: En efecto. No es casual que el capítulo de Linda Gordon sobre el Ku Klux Klan se titule Los fascistas americanos. El ensayo de Bradley Hart muestra cómo un grupo de cargos electos estadounidenses fueron reclutados directamente por el fascismo en la década de 1930. Richard Steigmann-Gall escribe sobre los Silver Shirts (Camisas de Plata), un movimiento fascista nacido en este país. Matthew Specter y Varsha Venkatasubramanian trazan la historia de America First, un término con cuya prehistoria la mayoría de la gente no está familiarizada. Cuando en la manifestación de la alt-right en Charlottesville en 2017 se gritaba «Los judíos no nos reemplazarán», la mayoría de la gente no entendía que no se trataba de una frase importada de la Alemania nazi, sino que se remontaba a antiguas tradiciones estadounidenses antisemitas y xenófobas.
GR: Además de los capítulos centrados en la historia que ha mencionado Janet, otros abordan cómo el consabido “debate sobre el fascismo” ha venido configurando las percepciones de nuestro momento político actual. Así, las contribuciones de Thomas Weber y Ruth Ben-Ghiat discuten directamente la relación de Trump con el fascismo, mientras que el ensayo de Marla Stone aborda el debate sobre si los centros de detención de migrantes del expresidente Trump en la frontera entre Estados Unidos y México eran similares a los campos de concentración. Y mi propio ensayo sobre la representación contrafáctica en recientes series de streaming de gran presupuesto (The Plot Against America, The Man in the High Castle, etc.), en las que los nazis se apoderan de Estados Unidos, muestra cómo el miedo al fascismo está impregnando el discurso cultural actual.
—En su introducción, explican que el libro nació de varias reuniones académicas, incluido un seminario de tres días en Portland.
GR: En ese seminario, en el congreso de la Asociación de Estudios Alemanes en 2019, pretendíamos comparar el nazismo histórico con lo que estaba ocurriendo en Estados Unidos en ese momento, en un primer intento de tender un puente entre los académicos que trabajan sobre Alemania y los que trabajan sobre Estados Unidos.
—No puede haber sido casual que esto ocurriera a tres años de la presidencia de Trump. Geoff Eley, en el capítulo inicial, aboga por el uso del término “fascismo” para entender ciertos fenómenos políticos actuales en los Estados Unidos y el mundo. Aun así, como buenos historiadores, ustedes en su introducción advierten contra el “presentismo”, la tentación de enfatizar en exceso los paralelismos entre el pasado y el presente.
GR: Por eso es tan importante que los doce ensayos, cada uno de una manera diferente, se centren en los orígenes históricos reales del fascismo estadounidense. Por supuesto, todos lidiamos a nuestro modo con los inevitables aspectos políticos, por no mencionar las emociones que conlleva el tema. Pero se trata de debates genuinos en los que nuestros colaboradores adoptan posturas a veces bastante divergentes. Como editores, hemos evitado a propósito adoptar una posición determinada. En su lugar, hemos hecho lo posible por explicar cómo son esas distintas posturas, cuáles son las agendas y qué está en juego.
—Aun así, algunos de los puntos centrales del debate pueden parecer poco relevantes para un público no académico. Me refiero, por ejemplo, a la polémica sobre la definición exacta de “fascismo”. O la cuestión de si el fascismo debe considerarse una importación extranjera o una ideología estadounidense autóctona.
JW: Yo diría que la segunda cuestión en particular es bastante relevante más allá del mundo académico. Lo digo porque la idea de que lo que dio lugar a la Alemania nazi es algo ajeno a la identidad estadounidense constituye un escollo para comprender la historia tanto alemana como estadounidense. Ahora sabemos, por ejemplo, que la eugenesia en Estados Unidos y sus leyes de inmigración influyeron no poco en la génesis de los crímenes de guerra nazis en Alemania. Lo mismo puede decirse de las leyes raciales de Nüremberg que allanaron el camino para esos crímenes y que, como han demostrado James Whitman y otros, se inspiraron en la legislación racial estadounidense. Lo que ocurrió en la Alemania nazi y en la Segunda Guerra Mundial, en otras palabras, no fue un peligro exterior que los estadounidenses superaran involucrándose activamente como un esfuerzo bélico de los Aliados.
GR: Al mismo tiempo, tampoco se puede exagerar ese argumento, porque se correría el riesgo de exculpar a los alemanes, haciendo caso omiso de las raíces específicamente alemanas del nazismo. En fin, es una cuestión de énfasis y equilibrio. Cuando hablamos del fascismo estadounidense y sus orígenes, por otra parte, no estamos descubriendo un territorio totalmente desconocido. Lo que ocurre es que ahora tenemos un contexto político más urgente, también en la percepción del gran público. Todos estos debates han adquirido una relevancia nueva.
—Hablando de relevancia: ¿cómo se imagina a los profesores de secundaria abordando estos temas en cualquiera de los Estados, como Florida, que han adoptado leyes que prohíben la enseñanza de “temas divisorios”? “Los orígenes del fascismo estadounidense” no me parece un tema inocente, precisamente.
JW: Yo, por mi parte, creo que hay formas en las que los profesores pueden enseñar este material sin incumplir esas nuevas leyes. Por ejemplo, centrándose en fuentes periodísticas e históricas narradas en primera persona, acompañadas de preguntas estructuradas sobre esas fuentes que contesten las y los alumnos. Otro enfoque que ha tenido éxito durante mucho tiempo en los museos del Holocausto es abordar la historia a través de la experiencia en primera persona de las o los niños. Es una forma en que los profesores eviten las conexiones directas con cuestiones partidistas o políticamente divisivas en el presente: por ejemplo, quién estaba en el lado correcto o incorrecto en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021.
—Ustedes dos son germanistas. ¿Qué han aprendido de sus colegas especialistas en historia norteamericana?
GR: Me gustó mucho cómo Bradley Hart cuestionó los fundamentos deterministas de la narrativa de la Good War (guerra buena), según la cual la democracia estadounidense estaba más o menos destinada a triunfar sobre el fascismo alemán, mostrando cómo un número realmente elevado de funcionarios estadounidenses simpatizaban con las ideas nazis y traicionaron la democracia estadounidense al colaborar con el Tercer Reich.
JW: Yo he aprendido mucho sobre la historia del activismo antifascista negro en Estados Unidos que Anna Duensing y Ousmane Power-Greene analizan en sus contribuciones. También he aprendido del análisis que hace Alexander Reid Ross de la larga historia del vigilantism en Oregón.
—Como historiadores, ¿cuál dirían que es la mejor protección contra la amenaza fascista? ¿Es suficiente una defensa de principios de la democracia liberal? ¿O es demasiado fácil que el liberalismo caiga en la complacencia o la complicidad con el fascismo si no se ve obligado a rendir cuentas ante formas más militantes de antifascismo a su izquierda?
GR: La conexión entre fascismo y liberalismo es una cuestión histórica fascinante. ¿Es el fascismo una consecuencia del liberalismo, o está más arraigado en los esfuerzos de los conservadores por torpedear el sistema liberal en contra de los deseos de los liberales? Pero no es una cuestión que nuestro libro aborde realmente.
JW: Bueno, si los últimos años de la República de Weimar nos muestran una cosa, es que las disputas entre las izquierdas no ayudaron a responder de manera eficiente o eficaz al ascenso del fascismo. Es una lección que probablemente deberíamos tener en cuenta.
GR: Yo simpatizo mucho con la idea de que la militancia ha de formar parte de la respuesta política al fascismo, pero quiero mantener la mente abierta a los matices. Al leer todos estos capítulos sobre los años treinta, me anima el hecho de que, al menos en la época del Frente Popular, se dio una fructífera colaboración antifascista entre la izquierda y ciertos liberales.
(Tomado de CTXT. Una versión en inglés de esta entrevista saldrá en el número de septiembre de The Volunteer, la revista de los Archivos de la Brigada Abraham Lincoln.