Guillermo “El Genio” Cabrera (¡que la gloria lo tenga en la tierra!) me alertaba un día a poner atención en aquellas personas que suelen hablar mucho y no aportan una sola idea. Fidel Castro, hasta su muerte, vindicó la palabra y las ideas revolucionarias como atributos inseparables del compromiso, la verdad, el honor y la valentía para defenderlas. Quizás en eso radiquen los hilos afectivos que los unieron.
Está ampliamente documentada, aunque no agotada, la presencia de Fidel en la prensa cubana radial, cinematográfica y televisiva antes y después del triunfo de la Revolución. Me atrevo a afirmar que él tenía un concepto mediático de la vida política, por los recursos y las técnicas de exposición y composición para hacer más atractivos y persuasivos el discurso periodístico y la comunicación.
En la república burguesa neocolonial, ya sea como noticia sobre sus luchas para adecentar el clima estudiantil en la Universidad de La Habana o, una vez graduado de abogado, defender a las víctimas de los abusos consustanciales al sistema de injusticia social y acusar a los grandes ladrones que saqueaban las arcas públicas.
Durante la etapa universitaria, los antecedentes en su formación en el entorno familiar y educacional nutrieron de inquietudes sociales a un joven inteligente con una avidez insaciable de conocimientos de la historia nacional, latinoamericana y universal, que convergieron en un cuestionamiento crítico de la realidad económica y social del país.
El nombre, la voz, la firma o la presencia de Fidel Castro eran cada vez más frecuentes en la prensa cubana, ya sea para destacar la herencia patriótica de los fundadores de la nación o denunciar públicamente a quienes la traicionaban durante los gobiernos del llamado autenticismo y del régimen impuesto tras el golpe de Estado de Fulgencio Batista que abolió la constitución de la República.
Fidel fue un motor de creación de ideas, argumentos e imágenes que fue ganando en potencia en la medida en que la lucha revolucionaria lo acercaba cada vez más al alma de los desesperanzados e inconformes, y se distanciaba de los rejuegos de la politiquería tradicional, que pronto pondrían al joven luchador en la mirilla de fuego para desacreditarlo o sacarlo físicamente de la escena política nacional.
En su intensa labor en el exilio en México luego del excarcelamiento de los moncadistas, en medio los preparativos y dificultades para preparar en secreto la expedición en el yate Granma y cumplir con la palabra empeñada, debió dedicar tiempo a defenderse de los ataques a su persona y a la única opción que quedaba al proyecto colosal de regenerar a Cuba.
Para Bohemia escribió, en diciembre de 1955, un extenso artículo que tituló “¡Frente a todos!”, en el que recuerda que: “Renuncié desde el primer instante a toda aspiración electoral; a la presidencia de la Asamblea Municipal de La Habana que me ofreció el Partido Ortodoxo, codiciada antesala de una postulación a la segunda posición de la república; renuncié a un cargo en el consejo director que me ofrecieron simultáneamente en el mismo partido (…); a un sueldo de 500 pesos mensuales que me ofreció una compañía de seguros, porque yo no lucro con mi prestigio, que no es mío sino de una causa..”
“Renuncié ─continuó Fidel─ al sueldo de un periódico importante de la capital para que fuese colaborador suyo, y me puse a escribir en el periódico de Luis Orlando que no podía pagarle un centavo a nadie; renuncié a todo lo que significase tranquilidad y seguridad personal; renuncié al silencio, cómodo refugio de los timoratos contra la difamación o el peligro; denuncié los crímenes, desenmascaré a los asesinos y puse los puntos sobre las íes de todo lo ocurrido en el Moncada.”
Bien pudieran considerarse estas palabras como elementos insoslayables de la ética y los principios del periodismo revolucionario.
En el juicio inicial a los acusados de participar en los asaltos del 26 de julio de 1953, otro abogado que se defendía también a sí mismo de la acusación de ser el autor intelectual de la Revolución, se dirigió a Fidel para que dijera si ello era cierto, y este le respondió tranquilo y firme: “Nadie debe preocuparse de que lo acusen de ser autor intelectual de la Revolución, porque el único autor intelectual del asalto al Moncada es José Martí”.
Realmente, en las circunstancias sociales, de opresión y deterioro profundo del clima político en la Cuba del Centenario del Apóstol, un regreso nacional al ideario martiano resultaba altamente subversivo. También a los ojos de España, en octubre de 1869, habían sido consideradas sediciosas las palabras escritas por Martí en la carta donde calificó como apóstata ─y mencionó el castigo merecido─ a un compañero que cambió de bando.
La misiva fue ocupada por las autoridades de la metrópoli y el suscribiente encarcelado. Ante el tribunal, el Martí adolescente argumentó sus ideas y asumió la autoría del hecho, por lo que fue sancionado a seis años de prisión. Ya en enero de aquel año había publicado su posición independentista, subrayada con la alternativa de: “O Yara o Madrid”.
Tanto Martí como Fidel coincidieron en que las palabras carecen de autenticidad y sentido si no están respaldadas por el valor de asumir cualesquiera riesgos por pronunciarlas, escribirlas y principalmente por liberarlas al conocimiento público, para que por sí mismas puedan establecer sus propios combates en el corazón y la mente de cada cual.
El juicio a los acusados se había iniciado el 21 de septiembre de 1953 en la Audiencia de Oriente en Santiago de Cuba, pero dos días después el tribunal decidió ventilar la responsabilidad del principal encartado el 16 de octubre en una pequeña sala del hospital Saturnino Lora en la propia ciudad.
Los sancionados fueron trasladados a cumplir las condenas en sus respectivas prisiones, incluidas Haydée Santamaría y Melba Hernández, mas Fidel quedó solo la mayor parte del tiempo en su celda de la cárcel de Boniato, impedido del acceder a textos solicitados, como las obras principales de José Martí.
La palabra clara, firme, directa, sincera, valiente, persuasiva y profunda, más sabia y experimentada con el tiempo, acompañó a Fidel durante toda su vida de jefe militar en la guerra en las montañas o como líder al frente de su país y estadista mundial tras el triunfo de 1959.
Varias generaciones de cubanos y personas en otras partes del mundo, admiraron su oratoria y su conducta ─desafiante y optimista─ ante los colosales retos que implicaba para una pequeña nación la decisión ser independiente frente a la potencia más poderosa y agresiva de la historia, empeñada en negarle su derecho; sin embargo, perdurará por siempre el discurso de Fidel ante el Tribunal de Urgencia que lo juzgó en Santiago de Cuba.
Después de pronunciado el alegato en el que denunció los cobardes tormentos y los asesinatos a sangre fría de decenas de sus compañeros apresados, analizó la triste realidad económica, política y social del país, y detalló el conjunto de medidas de beneficio económico y social que darían solución a males heredados (algunos desde la colonia), como el problema de la tierra, la vivienda, la salud y la industrialización.
Los juicios concluyeron, pero la verdad se mantenía oculta. La censura de prensa impedía a los medios publicar los reportes de los pocos periodistas presentes en las vistas, y solo se autorizaban las versiones de los altos mandos del ejército, del gobierno y los sectores afines a la dictadura que ejercían presión para mantener un mutismo absoluto alrededor del tema.
Fidel fue enviado al presidio en Isla de Pinos y de inmediato se dedicó a reconstruir el texto de sus palabras en el juicio, y estableció las vías clandestinas para hacerlo llegar al exterior, principalmente a través de las visitas de familiares a los encarcelados. Muchas páginas tuvo que escribirlas pacientemente con zumo de limón, para hacerlas invisibles entre las líneas de las cartas.
Cuba y el mundo no conocían la realidad de lo sucedido. Se imponía urgentemente abrirles senderos a las palabras portadoras de la verdad y ponerlas ante los ojos del pueblo, de los revolucionarios y simpatizantes; de los reporteros y directores o propietarios de los medios de prensa, de las organizaciones enfrentadas a régimen y hacerlas llegar también a los grupos de exiliados para su reproducción en el exterior.
Había dado, por las vías secretas, instrucciones precisas a Melba y Haydée, ya excarceladas, a quienes responsabilizó con el diseño, impresión y distribución de una alta cifra de folletos de La Historia me Absolverá, y de la posterior comprobación de que realmente habían llegado a su destino. La tarea de las dos heroínas se hacía más difícil porque no podían vincularse directamente en las acciones ante la estrecha vigilancia de que eran objeto por parte de los cuerpos represivos.
Les correspondió a ellas con la participación de Lidia Castro, hermana de Fidel, comprometer a un grupo de amigos y simpatizantes, de alta confiabilidad, en la misión de localizar las posibles imprentas, el papel y otros insumos y después hacer llegar los paquetes a sus lugares de destino en toda la isla, todo con fachadas paralelas que pudieran satisfacer a los curiosos.
Mensajeros y destinatarios eran de la misma cantera de los combatientes del Moncada. Celia Sánchez, Vilma Espín, dos de los hermanos Ameijeiras y otros del movimiento clandestino fueron de los primeros en tener el alegato en sus manos y apoderarse de su fuerza argumental para el trabajo.
De su repercusión en el pueblo, ocurrió algo poco divulgado. A inicios de mayo de 1958, en Güira de Melena, a menos de 50 kilómetros al sur de La Habana, combatientes clandestinos del 26 de Julio lograron que los torcedores de una tabaquería rechazaran democráticamente la lectura de una detestable biografía de Batista y en su lugar aprobaran de forma mayoritaria la de La Historia me Absolverá.
La noticia corrió por la localidad y muchos vecinos del pueblo se congregaron ante las ventanas y la puerta de la fábrica para escuchar con gran interés, durante varios días, lo dicho por Fidel en el juicio. Terminada la lectura, soldados y oficiales del ejército irrumpieron en el local, interrogaron a varios, pero no lograron detener al instigador que buscaban.
Semanas antes, había fracasado la huelga del 9 de abril, y envalentonada la tiranía comenzaba la ofensiva militar de 10 000 hombres y todas las armas contra el principal bastión rebelde en la Sierra Maestra. Por eso días, el Comandante en Jefe preparaba sus fuerzas para resistir y vencer, y entre sus preocupaciones estaba la alimentación de la población campesina en caso de que se estableciera un largo bloqueo a las montañas. Tanto en Güira de Melena como más arriba, los militares subestimaron el poder de las palabras y las ideas de Fidel.
Principales fuentes consultadas:
“Pequeña Gigante, Historia de La Historia me absolverá”, de Martha Rojas, editorial Ciencias Sociales, La Habana 2010.
“Alegato peligroso entre torcedores”, de Luis Hernández Serrano, Periódico el habanero, La Habana, 29 de mayo de 1991.
Foto de portada: En Nueva York, Osvaldo Salas (1955)