Niños cubanos viajaron por primera vez a Williamsport, Pensilvania, para participar en la Serie Mundial de Ligas Pequeñas de Beisbol, que se celebra desde 1947 y que fue rehén, como tantos hechos en Estados Unidos, de los rigores de la guerra fría.
Este miércoles se disputó el juego entre el equipo caribeño y el japonés con jugadores cuyas edades oscilan entre ocho y 12 años. Media Cuba ha estado pendiente de estos muchachos, porque el beisbol (sin acento, como se dice en buen cubano y ha aceptado la Real Academia Española) es un elemento de identidad nacional que mueve pasiones y que es considerado patrimonio cultural en la isla, con giros en el habla popular que todo el que haya nacido en Cuba reconoce y utiliza: “lo pusieron en tres y dos”, “lo cogieron movido”, “quédate quieto en base” o “dobló por tercera”, que sirve lo mismo para describir una acción audaz que para referirse a una persona que agoniza.
No ha habido músico, pintor, escritor o poeta indiferente a la pelota, como se conoce el deporte nacional, que llegó a Cuba a principios del siglo XIX con el intenso tráfico de marinos y emigrantes provenientes del norte que desembarcaban en los puertos cubanos. Después de la guerra de independencia contra la metrópoli española, la pelota incluso se convirtió en símbolo de las aspiraciones de futuro de una Cuba moderna, desvinculada ya del colonialismo.
El beisbol es, también, la zona menos beligerante y la que ha propiciado en los años duros del bloqueo el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos. Con Trump en la Casa Blanca, se acabaron los juegos amistosos y murió la posibilidad de un acuerdo entre las Grandes Ligas y la Federación Cubana de Béisbol (FCB), forjado en la era Obama, que permitiría la contratación de peloteros desde la isla para jugar en EU. Pero el entusiasmo compartido por este deporte, hilo subterráneo que une a las dos orillas, se ha mantenido inalterable por encima de las diferencias políticas y los aires gélidos de Washington.
Sin embargo, los isleños han tardado 76 años en llegar a las célebres competencias infantiles con las que sueñan las pequeñas ligas formadas en 80 países. Cuando recientemente las autoridades de esta Serie Mundial se animaron a invitar a los cubanos para que enviaran un equipo que los representara en Pensilvania, hubo cientos de competencias escolares por toda Cuba. Ganó el campeonato el equipo de Bayamo, ciudad del Oriente insular, integrado por 12 niños y tres entrenadores que asistieron a la apertura oficial de los juegos en Williamsport en una carroza con banderas cubanas, que fue ovacionada a su paso. “¡Bienvenidos a Pensilvania! ¡Fue un largo camino para llegar aquí!”, celebró en Twitter la cuenta oficial de la Little League World Series.
En el juego de ayer, perdieron los cubanitos ante los japoneses que han ganado 11 veces esta liga mundial. En esta serie, el equipo que no gana en la primera presentación queda eliminado. Sin embargo, la sensación no es de derrota. El recibimiento cariñoso en Pensilvania, las ovaciones y las expresiones de respeto y solidaridad hacia los visitantes, contrasta con el espectáculo deplorable que vivieron los peloteros cubanos, algunos de ellos emigrados, durante el Clásico Mundial de Beisbol celebrado en Miami, en marzo pasado.
Los millones de aficionados a la pelota quedaron en choque ante la agresividad en el estadio LoanDepot Park, de Miami, que se convirtió en un manicomio de violencia verbal y gráfica contra los peloteros que portaban la camiseta nacional cubana, con la complicidad de las autoridades locales. En vez de castigar al gobierno de La Habana, como pretendieron quienes planificaron esta provocación política, lo ocurrido generó tal indignación en Cuba que el sentimiento de desagravio fue una de las variables que favorecieron la concurrencia masiva a las elecciones nacionales en la isla, celebradas una semana después del juego, el 26 de marzo.
La belleza del beisbol es que nadie tiene que renunciar a aquello en lo que su infancia y su entorno les ha convertido. El hecho de ser diferente se reconoce, también, porque se aplican las mismas reglas a todos cuando se enfrentan en el terreno. Por eso les salió el tiro por la culata a los grupos ultraderechistas de Miami, una ciudad secuestrada por gente enquistada de odio contra Cuba, Meca ideológica del derechismo salvaje que olvida que la pelota es mucho más que un espectáculo multitudinario donde se defiende una camiseta: es memoria afectiva, educación, identidad, cultura compartida, culto y compromiso.
Por suerte Pensilvania demuestra, una vez más, que Miami no es Estados Unidos.
(Tomado de La Jornada. Foto de portada: Caleb Craig/ AP).