Discurso pronunciado por Ricardo Ronquillo Bello, presidente de la UPEC, en el acto por el aniversario 60 de la organización, el 14 de julio de 2023
Casi podemos imaginar la agitación de un día como hoy, hace 60 años, en la víspera de la que entonces fue reconocida como la asamblea nacional de constitución de la Unión de Periodistas de Cuba.
Es posible esta tarde, y desde este teatro, suponer la atmósfera de expectativa y de júbilo de los 277 convocados al Salón Sierra Maestra del hotel Habana Libre, que encajaba perfectamente en la atmósfera política de entonces en el país.
Cuatro años antes, la Revolución —tan sorprendente como radical— cambiaba el curso de todas las brújulas y ponía el horizonte en un cambio político, económico, moral y espiritual que rompía las fronteras del país, para subyugar los amores y los ardores del continente y del planeta.
Se venía abajo un mundo decadente, que por etapas se transfiguraba en tiránico, contra el que se había levantado una decorosa generación martiana con los asaltos del 26 de julio de 1953 como Termópilas antillanas. Todo estaba por fundarse, hasta la unidad de las vanguardias revolucionarias que, por vez primera, triunfaban tan rotundamente en Cuba.
No se navegó por un arroyo manso hasta aquel 15 de julio, cuando los trabajadores de la prensa se reunían —o se juntaban para decirlo de manera más precisa y preciosa— para escalar hacia cumbres muy elevadas de responsabilidad social y política.
En aquella fecha no solo nació una organización absolutamente nueva por su naturaleza en el continente, como resaltaba Ernesto Vera, artesano del acto constitutivo y uno de nuestros presidentes, sino que además se proponía el sueño de fundar un tipo distinto de periodismo: aquel en que se dejaba de servir al provecho de los de arriba para defender los derechos de los de abajo, de aquella masa “sufrida” que Fidel había reivindicado en su alegato La historia me absolverá.
La gran rebelión comenzó cuando los dueños de los medios de comunicación capitalistas vieron clavarse sobre el morrillo de su parloteada libertad de prensa a la famosa coletilla. Los hincaba ahora la banderilla de sus antiguos asalariados.
Comenzaba así, con esa singularidad providencial de nuestras insurrecciones, el inicio de la socialización de los medios privados en Cuba. Desde entonces la libertad de prensa en este país comenzaría a tener otro sentido; ese que muchos años después la lucidez del maestro Julio García Luis definiría como el derecho de la sociedad organizada a tener medios, que no podría ser otro que el derecho del pueblo a poseerlos para expresarse en libertad.
La historia de la Unión de Periodistas de Cuba es parte inseparable de las luchas del pueblo cubano, de estas nació y a estas se debe. Es imposible hablar de la historia de esta tierra, del surgimiento de una conciencia nacional, patriótica y de justicia social, sin referirnos a la historia del periodismo y de sus más encumbrados representantes.
Somos herederos de una tradición que comenzó por el Padre Félix Varela y continuó, en sucesión honrosa, con el Apóstol, Juan Gualberto Gómez, Julio Antonio Mella, Pablo de la Torriente Brau, Ernesto Guevara y Fidel Castro.
Por ello Tubal Páez Hernández, presidente de honor de nuestra Upec, tiene razón al aclarar que los periodistas no acompañan a la Revolución, los periodistas son también la Revolución. Solo lo anterior explica los sacrificios que, junto al pueblo, y en aras de su causa, afrontan en su nombre.
Además de sus cronistas, defensores de su verdad, su limpieza moral y ética, han sido y son sus hacedores, desde los días de fundación hasta estos tiempos de reajustes y rectificación. Cambiar todo lo que tenga que ser cambiado, como defendió Fidel, para que la Revolución no sea cambiada, en el sentido en que su líder histórico lo alertó desde el Aula Magna de la Universidad de La Habana.
En la búsqueda de un periodismo nuevo, como el que se plantearon los constituyentes de nuestra Upec, la Revolución tuvo aciertos mayúsculos, de lo contrario no existiría frente a la maquinaria de odio y manipulación que probó todas las bajezas contra ella— pero también desaciertos y distorsiones nada minúsculos.
Algunos de esos errores fueron señalados en los últimos congresos del Partido, como demostración de la conciencia creciente de que no podría avanzarse hacia un socialismo más pleno, democrático e irreversible sin cambiar nuestro periodismo. Con gran acierto, el V Congreso de la UPEC, en 1985, fue convocado con la frase: “Sin rectificación en la prensa, no hay rectificación en la sociedad”.
El periodismo nuevo que nos pusieron como dorado los fundadores es todavía una causa inconclusa contra el secretismo, la necesidad de promover la transparencia y la rendición de cuentas en la gestión pública, el debate y la crítica socialmente saneadoras, que deberían tener en el socialismo su ambiente natural.
Fidel, quien nos pediría y nos hizo sentirlo como uno de nosotros, consideró siempre que el error es preferible al silencio en la Revolución. La mudez, el vacío de nuestras posturas, el triunfalismo paralizante, acomodaticio y desmovilizador o la propaganda vacía, sin conexión con la complejidad de la vida real, es el mejor regalo que podemos hacerle hoy a la narrativa neocolonizadora contra cuba.
La condición de medios fundamentales, tan certeramente recogida en la tercera Constitución del período socialista, no se da solo por derecho en una sociedad en red, con más de siete millones de internautas como es ya la cubana. Precisa pelearse cada segundo en una contienda simbólica sin precedentes con instantaneidad, hondura, belleza, modernidad estilística y discursiva, ciencia y conciencia.
Para deshacernos de cualquier lastre del pasado contamos ahora con la Política de Comunicación del Estado y del Gobierno; con la comunicación concebida como uno de los ejes estratégicos de la gestión gubernamental; con la Ley de Comunicación social y el impulso a un experimento para cambiar los modelos de gestión editorial, económica y tecnológica de nuestros medios. Son estos los instrumentos políticos, institucionales y legales para avanzar hacia un nuevo modelo de comunicación y de prensa pública para nuestro socialismo.
Las anteriores son transformaciones que exige el pueblo a nuestro periodismo en medio de las presiones de este cambio de época y de una inclemente guerra cognitiva, con la comunicación como centro de la escalada.
No tenemos derecho a fallarnos, ni a fallarle a ese pueblo, o a quienes en el continente y en el mundo, como los que integran la Federación Latinoamericana de Periodistas, o los que en los dos últimos años participaron en el Coloquio Internacional Patria, siguen teniendo en Cuba un referente de concertación, de búsquedas y de utopía irrenunciables.
El mundo y el país son otros, la escala de los desafíos cambió, nos debemos muchas respuestas para inquietantes preguntas, pero sesenta años después de aquel 15 de julio de 1963, con la Revolución en el poder y nosotros con ella, lo que no puede cambiar es la energía, el arresto y la esperanza de nuestros fundadores.
Esa es la garantía de nuestra Unión en la era de la fragmentación.
¡Vivan los periodistas cubanos!
¡Viva la Revolución que los unió!
¡Vivan la ética, la dignidad, el sentido de la justicia y el patriotismo que distingue a la Unión de Periodistas de Cuba!