Ella es parte del recuerdo de muchos, de la imagen de tantos. Ella nos creció. Georgina Botta Díaz es el rostro de la pantalla oriental, uno de los símbolos de ese capítulo imprescindible de nuestra cultura en la última media centuria: la fundación del canal Tele Rebelde en Santiago de Cuba, el 22 de julio de 1968.
Cuando intenta atrapar esos momentos, llegan las lágrimas. Llora con la lozanía de sus 75 años. Todo se agolpa. Hay silencios para aquellos que no han podido llegar hasta aquí, hay palabras para los que permanecen. Gracias es la palabra que la recorre, una y otra vez: «La televisión tiene éxitos individuales, pero es un trabajo en equipo y yo tuve el privilegio de compartir escenario y de trabajar día a día, con compañeros que pasaron luego a ser profesores de las nuevas generaciones».
Sentí alivio con la noticia. Hace mucho, Georgina (Yoyi) merecía el Premio Nacional de Televisión. Ese galardón, en verdad, nos premia a todos. Ella, con su elegancia y su talento, acompañó la gesta ―es la palabra exacta― de aquellos soñadores que con cámaras de uso y un entusiasmo por arrobas, salieron a conquistar la imagen de su territorio. Y siguió allí, con los que llegaron después, con la nueva técnica, mostrando, enseñando, haciéndose dueña de revistas y noticieros, cuando el canal Tele Rebelde dio paso al primer telecentro del país, Tele Turquino.
Después de jubilada, en 2009, Georgina nunca se ha detenido. No sería ella. Ha sido miembro de la Comisión Nacional de Evaluación de la Televisión. Ha seguido brindando su experiencia en talleres, simposios y eventos. Ha seguido…
Los pequeños y los grandes pasos
Siempre hay una primera vez. La suya, ante un micrófono, fue en el Batallón Femenino (Bon) de la Milicia como instructora del tránsito, fue la primera divulgadora en la antigua provincia de Oriente, 1967. Luego llegó la radio. Entró a los estudios de la emisora CMKC a grabar las orientaciones de los carros parlantes para peatones, choferes. Al escucharla… los musicalizadores Manolito Bell y José Estíu, no dejaron pasar la ocasión y su voz comenzó a escucharse en el espacio En alas del recuerdo, de poesía y música romántica.
Todos los organismos debían dar sus propuestas para crear la plantilla de trabajadores del naciente Tele Rebelde y su compleja programación que incluía dramatizados, musicales, infantiles, informativos, cobertura remota… Jesús Cabrera fue el artífice. Es 1968. Georgina fue apoyada a dos bandas:
«Era miliciana y presté servicio en el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP). Ya me habían escuchado en los carros altoparlantes. El Departamento de Orientación Revolucionaria del Partido en aquella época ―por la relación establecida para la atención a las delegaciones que arribaban a la ciudad― pensó en mí para la televisión. Recuerdo que Francisco Muñiz me hizo la prueba:
Lee aquí, y leí… Haz como si estuvieras presentando un número musical, y lo hice… Bueno, ahora estás en una esquina, imagínate que ha surgido un accidente y tienes que pegar un grito de horror… y lo pegué. Estás aprobada me dijo… ¡Pero, ¿ya soy locutora?!, pregunté…
«Resultó por otro lado, que se iba a hacer un crecimiento en el Ministerio del Interior y Joaquín Méndez Cominches —su delegado en Oriente―, tiene mi expediente en la mano. Y esa fue su propuesta para la televisión. Ambas se habían hecho a mis espaldas, y eso cambió mi vida para siempre. Yo pensé ser arquitecta…
«Al llegar a la televisión, justo seis días después de la inauguración, Carlos Bastida, profesional de mucho talento, se ocupaba del Noticiero. Yo hacía cabina y los cambios de programación y las promociones, todo en off, junto con Noel Pérez, pues en esa primera etapa, el grueso de la programación era responsabilidad de los locutores que habían venido de La Habana.
Cuando esa misión terminó y regresaron a la capital, comencé con los programas que hacía Dinorah del Real, excelente profesional y buena amiga. Me tocó animar espacios musicales, entre ellos Voces. La primera vez que fui a un Control Remoto, creo que los atenuadores reventaron. Di un… ¡¡Voces!! durante la presentación de ese programa musical, como si no tuviera micrófono.
«La habilidad la fui adquiriendo escuchando a un locutorazo como Noel Pérez, también a Carlos Bastida, aunque este último por muy poco tiempo porque, lamentablemente, falleció en un accidente de tránsito. Eva Rodríguez hizo desde Santiago varias veces, el popular programa Juntos a las nueve. Me gustaba su manera de decir, y en ocasiones, también tuve la oportunidad de hacerlo, bajo la dirección de Manolo Rifat. Recibí muy buenos consejos de Germán Pinelli. Lo consideré siempre como el más grande animador que tuvo este país.
Yo era entonces la única locutora femenina de la planta, lo que hizo que fuera contrapartida por muchos años de toda la programación, allí donde hiciera falta una pareja de locutores».
¿Cómo asumir todo ese peso en una etapa de pleno aprendizaje, sobre todo, junto a figuras del calibre de las que ha mencionado?
«Fue terrible ese primer momento, no creas. La televisión, independientemente de lo que cualquiera se imagine, tiene un misterio que, incluso aquel acostumbrado a un público, se coacciona ante la cámara. Hablar con un objeto inanimado y conocer que detrás de esa pantalla hay miles de personas, es algo serio. Y si no comunicas y no eres natural, de poco sirve la preparación que tengas.
«Una vez le pregunté a Pinelli: ¿cómo es que usted no se pone nervioso cuando sale en pantalla, y sale así, con esa alegría? Me respondió algo que nunca olvidaré: ¿Y quién te dijo a ti eso, Georgina? Yo me pongo que soy un temblor, fíjate que no me gusta que me presenten. Cuando me presentan, se me desgracia el día. Yo tengo que entrar así, a la desbandada pero, de todas formas, si algún día descubres cómo no ponerse nervioso ante la cámara, no dejes de avisarme».
Asumo que descubrió el secreto… porque cuando la veíamos aparecer en pantalla, en los noticieros, por ejemplo, no había asomo de nervios por ningún lugar…
«No… eso no se descubre nunca, no importa el tiempo que lleves en la profesión. Claro, fueron muchos años haciendo espacios informativos y ese entrenamiento de todos los días ayuda, aunque uno nunca se confía. Estás tensa esperando que te digan: ¡viene! Cuando empiezas a hablar, el estudio te pertenece, ya te sientes en familia, pero locutor que no sienta ese temor de no quedar bien, no respeta su trabajo. Nunca puedes desprenderte de ese nerviosismo. Tú le hablas a la gente que puede no saber de técnica de locución, pero que sabe mucho más que tú de otros temas. Le hablas a todo el mundo y el público te evalúa constantemente».
¿Con qué programas se quedaría de esos primeros años de Tele Rebelde?
«Recuerdo mucho Arte y Folclor, con el doctor Francisco Prat Puig. Era un programa en el que uno aprendía en cada emisión: trataba de las rejas, de los techos, de la arquitectura en general, de todo lo que tuviera que ver con la cultura y las raíces. Había un programa muy completo, Todo Música, con José Julián Padilla, un conocedor de la materia; y si pasamos a la ciencia, diría lo mismo de El hombre en su mundo con Fernando Boytel, un investigador incansable. ¿Y qué decir de La trova, con Ramón Cisneros Jústiz? Era fabuloso escucharle aquellas historias del Santiago cotidiano y de sus tradiciones. Me encanta la letra de las canciones de la trova, y su melodía, pues soy, eminentemente, romántica. La conducción con él, fue otra escuela».
¿Locutora, presentadora o animadora?
«Estuve obligada a hacerlo todo y a tratar de hacerlo bien. La locución es la base. Para ser un locutor de primer nivel, tienes que poder asumir todos los géneros y desdoblarte. El locutor, en principio, tiene que saber cómo es la locución de un noticiero, animar un programa variado o musical, despedir un duelo, manejar los géneros periodísticos o narrar un desfile, aunque sientas preferencia por alguna de esas variantes.
«Tuve que hacer noticieros desde muy temprano, aunque en los primeros años por tener tanta programación, estos fueron responsabilidad de otros locutores que vinieron como Andrés Houdayer, Navarro Cuello, y de periodistas como Sonia Franco. Hice animación en espectáculos teatrales y a tarima abierta, programas de panel, presentaciones de primeros ministros, actos políticos, desfiles del Primero de Mayo…
«También transité por la animación de cabaret, en el Tropicana Santiago, algo que nunca me pasó por la mente. Estuve casi tres años y pico, a principios de los noventa. Irma Shelton era la animadora oficial y yo la sustituía, cuando por alguna razón no podía estar, y me mantenía siempre en la presentación del artista invitado. Hay quienes se aprenden el texto en inglés, pero hay que conocer el idioma, porque si te toca improvisar ante cualquier situación… ¿qué haces? ¿adónde acudes?”
¿Existe una regla de oro para el locutor?
«Ser estudioso, estar informado sobre lo nacional y lo más importante que pueda estar sucediendo en el mundo. Un locutor tiene que ser orgánico, creíble, y por supuesto, tener una imprescindible relación con lo que te rodea, con tu gente, que es, en definitiva, tu razón de ser. El locutor tiene que hacer una valoración del texto, porque cada tema tiene su lectura propia. Y no es posible ser locutor, lo cual es una responsabilidad tremenda, y que no tengas una conducta apropiada socialmente. Por eso, debe cuidar con esmero, la imagen pública».
¿Hay una manera particular de hacer la locución en el Oriente cubano?
«Si te refieres al hablante, al habla coloquial, claro que existen palabras y formas de decir que caracterizan a una región determinada del país, pero si hablamos de locución, de la forma de emitir el mensaje, debe ser igual de San Antonio a Maisí. La Lingüística es una ciencia y se rige por leyes que el locutor tiene que respetar. Si no conoces personalmente al locutor, no tienes porqué distinguir por su forma de hablar cual región del país representa. Es sencillamente un locutor cubano».
Momentos de esos que tocan para toda la vida…
«El noticiero que hice al lado de Manolo Ortega desde Santiago de Cuba. Fue un momento sobrecogedor, el de la invasión a Granada… y se decide transmitir para todo el país desde los estudios de Tele Rebelde. Manolo estaba aquí y la magnitud del acontecimiento, lo reclamaba. Tenerle al lado con toda aquella carga emotiva, escuchar su voz inmensa, sentir su personalidad, resulta inolvidable. Se unieron la emoción de compartir con Manolo Ortega, y la angustia del tema que trataba. Fue un día grande…
«Otro momento difícil fue cuando parte de La Habana quedó a oscuras por efectos de un ciclón, se dañaron los transmisores y desde Santiago de Cuba hubo que asumir la señal de los dos canales que tenía entonces la televisión cubana. Fue una decisión de un momento a otro. José Raúl Castillo ―mi compañero habitual―, estaba de vacaciones, y Ángel Miguel Alea y yo terminábamos la Revista Santiago, cuando nos dijeron que teníamos que quedarnos…
«Hubo que tomar materiales de manera urgente, jugarse todo a la memoria, improvisar. Recuerdo que mandé a buscar la prensa nacional, revistas y cuanto hubiera… Mientras Alea presentaba algo, yo iba preparando pequeñas notas informativas, adecuándolas a mi manera de decir. Así fuimos alternando. Fueron dos horas interminables. Rebajé, me costó días recuperarme. ¿Sabes lo que representa cada minuto en esas circunstancias? Fue una prueba de fuego, pero se pasó».
Actuar en Tele Rebelde para Georgina fue una «circunstancia», pero una circunstancia que se repitió más de una vez. Incluso, me han comentado de cierto pasaje junto al actor Luis Lloró…
«Desde niña, jugaba a montar pequeñas obras con los amiguitos del barrio, sin ninguna otra pretensión. Nunca estudié actuación, aunque pertenecí a un grupo de teatro en el Pre Universitario Cuqui Bosch, donde incluso tuve la oportunidad de interpretar a la Bernarda en la obra de Lorca. Esa era toda mi experiencia…
«Ya en la televisión, dada la falta de un elenco artístico para cubrir una programación tan amplia, asumí el reto. Lo primero que hice fue un papel secundario junto a Obelia Blanco. Después, todos fueron papeles principales, tuve esa suerte. Recuerdo La doble vida de Julia, dirigida y actuada por Miguel Sanabria. Era una mujer de doble personalidad, cabaretera de noche y muy circunspecta de día. Hice la Mariana en El Arquero, también con Sanabria, todo eso al mismo tiempo que la locución. Incluso, fui la reina Ana de Austria en Los tres mosqueteros. Mi obra preferida fue Réquiem para una reclusa, con una carga dramática tremenda, junto a Félix Pérez y Yolanda Guillot, excelente actriz holguinera ya desaparecida.
«En el teatro Gracias, doctor, está la historia junto a Luis Lloró… Yo era la siquiatra y él mi paciente. Mi personaje tenía ¡350 bocadillos… en vivo! Apenas tuve tiempo para aprendérmelos, fue un desafío a la memoria. El director, Silvano Suárez, me dijo primero que yo podía hacerlo, y después… que yo misma no sabía lo que había hecho. Esas son cosas que se dan una sola vez. Miro ahora ese pasaje de mi vida y no me lo creo».
¿Cuánto quedó del paso de aquel Tele Rebelde fundador, surgido a finales de los sesenta ―y que tanto se suele evocar―, al telecentro Tele Turquino, creado a mediados de los ochenta?
«Mucho público perdido. No es lo mismo trabajar para todo Oriente que para Santiago de Cuba. Perdimos programación como canal, perdimos el cuadro dramático.
Fue para nosotros muy duro, todavía los que creamos todo aquello, sentimos esa añoranza infinita. Ganamos en la técnica, eso sí; pero como locutor, tienes que hacer tu trabajo con la misma seriedad, independientemente de quién está más allá de la cámara, si una persona o quinientas».
El premio mayor
Años ochenta. La revista Bohemia no es ajena al magnetismo de Georgina Botta, al contacto permanente que se establece desde Santiago de Cuba con la popular Revista de la Mañana, en la capital. Los renglones hablan de «una cabina muy conocida por los televidentes del país» y de «la figura agradable de la locutora Georgina Botta con algún material santiaguero». ¿Cómo evocar esos encuentros?
«Muy placenteros. Recuerdo la pareja de Eddy Martín y Mariana Rodríguez Corría, a Héctor Rodríguez, los detalles del coordinador Popa… La Revista de la Mañana daba la posibilidad de ampliar el horizonte, de poder comunicarte con toda la isla, desde Santiago de Cuba. Uno nunca imagina cuánto permanece en la gente lo que uno hace en la televisión. He tenido pruebas, y eso es muy reconfortante».
La Revista Santiago que salió al aire en 1982, fue un capítulo de su vida profesional que todos recuerdan, y por supuesto, aquel dueto inolvidable con José Raúl Castillo… Si pudiera quedarse con un instante de sus emisiones, uno de esos como para fotografiarlo… ¿Cuál escogería?
«En un reportaje de Bohemia, tras una visita a Santiago, se aclaró que José Raúl Castillo y yo no éramos una pareja en la vida real, sencillamente nos llevábamos muy bien en pantalla. Todo eso había llegado por el efecto del diálogo en la conducción de la Revista. A los televidentes les encantaban las polémicas y hasta las bromas que nos hacíamos. Las personas creían que estaban montadas, y en realidad, todo surgía al calor de la improvisación.
«Recuerdo un suceso particularmente entrañable. Teníamos una sección donde mostrábamos los dibujos que los niños nos enviaban. Uno de ellos, que escribía desde el Hospital Infantil Sur, había tomado una sustancia tóxica y tenía un buen tiempo de estar ingresado. Yo mostraba sus dibujos con cariño… y un día quiso venir a conocerme: lo trajeron en una ambulancia, pero yo no estaba. Al otro día, fui al hospital a visitarlo. No lo conocía, pero vi avanzar a un niño que tendría escasamente siete u ocho años, y me dio un abrazo tan fuerte, tan sincero. Esa es una de las cosas más grandes que me sucedieron en la Revista Santiago».
¿Qué hace un locutor cuando no está de acuerdo con la redacción de lo que debe leer, o cuando le sorprende algún imprevisto en cámara?
«Para eso hay un trabajo de mesa, pero si todavía así encuentras que la redacción no es la mejor para abordar un tema, tienes que darle la vuelta. Cuando se está delante de una cámara de televisión siempre estás sujeta a cualquier imprevisto. Te conviertes en el centro, y si hay algún ponche inadecuado de la cámara, alguna dificultad técnica o de otra índole, hay que saber manejarlo. Es una dosis de responsabilidad que le cae al locutor. En ocasiones, asumimos errores que no son nuestros, por ejemplo, si para terminar un programa presentas un musical con un artista, y sale otro, aparentemente, fue el locutor el que se equivocó, ¿qué vas a hacer? No hay tiempo para dar explicaciones.
«Cuando el error es de factura propia, hay que valorar qué clase de error es. Pinelli me dijo una vez, que cuando el error no es problemático, hay que valorar si rectificarlo o no, porque un error rectificado, es cometerlo dos veces. Mi experiencia es que siempre que se pueda rectificar, se rectifica; pero valorando si es algo que pasó fugaz o si es algo importante que valga la pena enmendar. Cuando vemos la televisión, lo mismo nos levantamos a abrir la puerta que a tomar agua o a conversar con una visita, y no nos damos cuenta de muchos detalles».
¿Cómo asumió el paso por la pantalla durante más de cuatro décadas, de la juventud a la madurez?
«Esa es una valoración particular de cada quien, y la respeto. En mi caso, no me haría una cirugía estética por nada, salvo que tuviera un accidente. Me quedo con mi rostro, con el que tenga. Puede que haya un director de programa que se quiera regir por normas absurdas, mas porque te salgan dos arrugas, no quiere decir que dejas de comunicar. La noticia tiene sus características, y eso es universal. La credibilidad está más en la madurez que en los años mozos.
«La vida tiene etapas y hay que saber transitarlas todas con dignidad. Si no hubiera llegado, gracias a Dios, a esta etapa de la vida, no podría disfrutar de la satisfacción de haber podido ayudar en la formación de generaciones de locutores, ni de mi hijo Andrés, de mis nietos María Celia, la mayor, y de dos más pequeños, Adriana y Andrés, ni de mi biznieto, Álvaro Darío, una familia a la que adoro.
«Es cierto que hay que dar paso a la juventud, es ley de vida; pero no a bulto. Una televisión deslumbrada por la belleza y que no valore al mismo tiempo otros requisitos, es de temer. No se puede subir un escalón sin que tu superación te impulse, y esa superación nunca termina. Lo que se adquiere fácil, no se valora lo suficiente».
Georgina Botta se ha convertido en el rostro de la televisión en Santiago de Cuba. Es una ciudad, es su gente, es una época. Un reconocimiento de tal magnitud, casi asusta. El Premio Nacional de Televisión por la obra de toda la vida, viene a refrendarlo. ¿Ha podido meditar sobre eso?
«Creo que si fuera así como dices, si lo fuera… se lo debo al momento histórico que me tocó vivir y que me mantuvo por cuarenta y dos años en la pantalla. El hecho de estar en el Museo de la Imagen, que alguien como Bebo Muñiz haya considerado que debía estar allí, representando a la televisión de Santiago y a Santiago en la televisión, me hace sentir conmovida.
«He podido representar a la televisión cubana en México, Colombia y Alemania. Haber recibido la Distinción por la Cultura Nacional, por ejemplo, es un gran reconocimiento. Haber sido invitada a recibir en La Habana el Sello de Laureado del Sindicato Nacional de la Cultura, cuando se otorgó por primera vez, fue una deferencia. Ahora, por supuesto, el Premio Nacional de Televisión, otros galardones como el Pequeña Pantalla y el Artista de Mérito… pero sentirme a diario reconocida por la gente más que por cualquier otra instancia, ese es el premio mayor». (Tomado de La Jiribilla).
Imagen de portada: Revista Santiago y su antológico dueto en la conducción con José Raúl Castillo. Foto: Archivo de la entrevistada.