«Las mejores imágenes son aquellas que retienen su fuerza e impacto a través de los años,
a pesar del número de veces que son vistas»
Anne Geddes
Había escuchado hablar de Roberto Salas y conocía muchas de sus fotografías, pero no lo había visto nunca ni en retratos. Una tarde coincidimos en el Memorial José Martí en una actividad cultural. Cuando nos vimos, nos saludamos como si nos conociéramos de toda la vida. Recuerdo que me dijo tocayo, como todavía lo hace a veces. Desde ese momento iniciamos una amistad que fue creciendo con el tiempo y que perdura hasta nuestros días. Salitas, como también se le conoce en el gremio, y su padre Osvaldo Salas, un grande del lente, junto a Alberto Korda, Raúl Corrales, Liborio Noval, Ernesto Fernández y otros, captaron brillantemente los primeros años de la Revolución cubana.
—Cuando hicimos aquellas fotografías no pensamos ni remotamente que las imágenes iban a tener una trascendencia histórica. Entonces no pensábamos en la posteridad y en la importancia de las fotografías. Solo pretendíamos hacer bien nuestro trabajo cotidiano.
Salitas no se limitó a documentar la Revolución y retratar a sus principales líderes. Su obra se extendió a otros géneros de la fotografía. En todos desbordó su talento y su creatividad y nos entregó verdaderas obras de arte que han trascendido el tiempo para convertirse en “imágenes de la memoria”, título de su más reciente libro de fotografías.
El doctor en Ciencias Históricas Rafael Acosta de Arriba, uno de los principales especialistas en fotografía del gremio de la crítica y la academia en Cuba, refirió en el prólogo del mencionado libro:
“Roberto Salas, testigo de su tiempo, pertenece a un selecto grupo de fotógrafos (más allá de aquel grupo extraordinario de la épica) que ha contribuido a que la fotografía cubana sea considerada arte. La obra de Salas es un poliédrico, profundo y visceral retrato de Cuba. Su mirada abarcadora, incisiva, inteligente y dueña de una exquisita sensibilidad instruida, ha examinado su entorno con curiosidad y avidez.”
La obra -en continua evolución- de este artista, quien ya rebasa los 80 años, no puede encasillarse en géneros ni especialidades, una vez que no se anquilosa, sino que se extiende y rebasa los límites de cualquier modalidad de la fotografía.
—Aún pienso en lo que me falta por hacer. Creo que mi guía ha sido una respuesta a una frase que mi padre usaba cuando alguien le preguntaba: «Salas, ¿cuál es tu mejor fotografía?» Y siempre decía, «¿mi mejor fotografía? Creo que la haré mañana»
Será difícil que Salas pueda superarse, tal vez si hurgamos en sus archivos encontremos fotografías inéditas tan logradas y expresivas como las ya conocidas, pero, aunque los años pesan, Salas no mira hacia atrás, por eso no dudo que en algún momento nos sorprenda con otra propuesta artística, de esas suyas que invitan a reflexionar y a soñar. Si lo hace, no será para ganar aplausos ni galardones, sino para satisfacer sus instintos creativos y esa incurable necesidad de expresar su alma a través de la fotografía.
—Salas, comenzaste en la fotografía casi desde niño. Cuando naciste tu padre ya era fotógrafo ¿Llegaste a la fotografía o se puede decir que la fotografía llegó a ti?
—Nací en Nueva York rodeado de ampliadoras, cubetas, química, papeles fotográficos, casi podría decir que nací en medio de un laboratorio. Antes del triunfo de la Revolución, ya me había iniciado como fotógrafo gracias a mi padre, fotógrafo de pies a cabeza. O sea, que la fotografía me entró por gravedad o, digamos, por herencia. Entonces, no fui yo quien llegó a ella, más bien ella fue la que llegó a mí.
—Hay fotografías tuyas a Fidel y al Che fechadas en enero de 1959. ¿Cómo pudiste acercarte a ellos en fecha tan temprana? ¿En qué otros momentos pudiste retratarlos?
—Llegué a Cuba en el primer vuelo Nueva York-La Habana de 1959, el día 2 de enero. Todavía Fidel y los Rebeldes no habían llegado a la capital. Entonces tenía 18 años. En cuanto me asenté, me uní a los fundadores del periódico Revolución y plantamos campamento en el Palacio Presidencial. Allí me alojé en el cuarto oscuro del fotógrafo de Fulgencio Batista. No recuerdo la fecha exacta, pero debe haber sido el 10 o el 12 de enero, cuando coincidí con Fidel por primera vez en La Habana. A Fidel lo había conocido en uno de sus viajes a Nueva York en 1955. Junto a mi padre colaboré con él y el movimiento 26 de Julio desde allá. Recuerdo que en cuanto me vio me preguntó ¿Dónde está tu padre? ¿Está aquí o en Nueva York? Le respondí que mi padre seguía allá pero que pronto vendría para Cuba.
“En más de una ocasión volví a cruzarme con él. En una de esas, mientras conversaba con el Che frente a una mesa en el antiguo despacho de Batista, le tomé esa fotografía en la que la llama del fósforo con la que encendió el tabaco me sirvió de flash, y ahí está, entre muchas otras que pude tomarle a Fidel y al Che en distintos momentos.
“Volviendo a esa foto, recuerdo que donde ellos conversaban la luz era muy tenue, tanto que apenas se les podía ver el rostro. Entonces, puse la cámara a voluntad, me afinqué a la mesa, y cada vez que Fidel encendía un fosforo para prender el tabaco aprovechaba y le tomaba una fotografía. Cuando revelé el negativo, algunas fotos estaban oscuras o movidas, afortunadamente apareció esta, que fue la que quedó para la historia”.
—¿Qué vino después?
—Me quedé trabajando con Fidel. Cubrí el primer viaje que hizo a Venezuela, después viajé con él cuando fue a los Estados Unidos, a Washington y New York. Luego a Argentina, a Brasil, a Uruguay. En aquellos tiempos, principalmente en Estados Unidos, Fidel era lo más parecido a una estrella de cine, una figura que trascendía la política. Era como decir un Robin Hood. Dondequiera que iba, era un imán. Todo el mundo quería verlo, saludarlo, decirle algo, y toda la prensa detrás de él.
“Al Che también lo fotografié, pero el Che no era fácil, todos nosotros de una manera u otra lo fotografiamos y todos pensamos lo mismo. Pero yo tengo una teoría: al Che le gustaba tomar fotografías, y como el Che se sentía fotógrafo, a mí me parece que había algo ahí, de que a él no le gustaba mucho que lo fotografiaran por ser él fotógrafo”.
—¿Qué papel jugaron esos jóvenes fotógrafos que se reunieron en el periódico Revolución para registrar la efervescencia revolucionaria de aquellos años?
—En el periódico Revolución nos reunimos un grupo de fotógrafos, a quienes posteriormente bautizaron con el título de “Fotógrafos de la Épica”. Nuestra arma principal fue la cámara de 35 milímetros de pequeño formato. Fotografiábamos con luz ambiente, sin flash ni luces artificiales de ningún tipo. Recuerdo que se llenaban páginas enteras de imágenes a sabiendas de que casi el 50 por ciento de la población era analfabeta o semianalfabeta, y se hacía necesario mostrar lo que ocurría en el país a golpe de imágenes.
“Los textos eran muy breves para que el mensaje pudiera llegar a las grandes mayorías. Se puede decir que revolucionamos el concepto de la imagen de prensa.
“Con el paso del tiempo, algunas de aquellas imágenes se convirtieron en símbolos. Y no éramos nosotros los fotógrafos ni los periodistas quienes las enaltecíamos, ellas mismas cobraban valor según el impacto que provocaban en la gente”.
—No pretendo resumir una trayectoria artística de tantos años como la tuya en una entrevista, pero me gustaría que me hablaras de tus trabajos posteriores a esos años de efervescencia revolucionaria.
—Desde que me inicié como fotógrafo hasta los días de hoy, he incursionado en diversos géneros fotográficos: fotografía periodística, documental, contemporánea, de modas, desnudos, publicidad. Ahí están mis ensayos fotográficos: El último cabildo de Regla (1961); Tumba-bembé-batá (1963); Vietnam, (1966-73); Desnudos, 1994-2004; Así son los cubanos, 2007-2015 y Nostalgias, 2009-2019, en los que agrupo una parte significativa de mi obra posterior a la Épica, que indudablemente ha sido la más reconocida de todo mi trabajo.
“Puedo decirte también que todas las fotografías que pude hacer en mi vida, las hice desde una mirada y una intencionalidad propias. Todo el tiempo fui en busca de lo diferente, lo novedoso, lo que pudiera resultar atractivo e impactante. No me corresponde a mí decir si lo logré o no. Ahí están mis fotografías, que hablen ellas por mí”.
—A más de sesenta años de tus inicios como fotógrafo profesional ¿cuál es tu mayor satisfacción? ¿Qué sientes cuando miras atrás?
—Siento una gran satisfacción por haber hecho, hasta hoy, lo que pude y quise hacer, y por ello, le doy gracias a la vida.
Han sido más de 60 años de trabajo. Ahí está la obra, nuestra huella en la historia de la fotografía cubana. En mi caso, puedo decirte que no ostento diplomas, medallas, condecoraciones, nada de eso.
“Mi mayor satisfacción se resume en lo que nos dijo Fidel en una conversación que sostuvo en su despacho con varios de nosotros: Korda, Corrales, Liborio y yo, diálogo que documentaron el cineasta chicano Héctor Cruz Sandoval y tú. Y cito: “Uno empieza a comprender el valor de esas fotos cuando pasan los años. Yo digo que gracias a ustedes nosotros existimos. Sin las fotos de ustedes no existiríamos siquiera”. Eso lo dijo Fidel. ¿Quieres mayor premio que ese?
Cuando miro atrás siento la satisfacción del deber cumplido, por haber tenido la suerte de poder dejar una huella de mi trabajo en mi tránsito por la vida. Aunque si hay algo que esta vida me enseñó, es a mirar siempre hacia delante.
GALERÍA DE IMÁGENES DE ROBERTO SALAS
Imagen de portada: Roberto Salas. Foto: Roberto Chile.
Una de las personas más íntegras y entrañables que he tenido la suerte de conocer. Sus imágenes hablan por sí solas, transmitiendo momentos que perdurarán en el tiempo como testigos fieles de la historia. En definitiva, un ser excepcional.
Muy buen artículo de Roberto Salas.
Que buenas sus fotografías.
Saludos