No se necesita ser experto en teoría(s) para entender que a verdaderos revolucionarios les preocupasen —o los angustiaran— los colosales obstáculos con que toparían los afanes de construir el socialismo en un solo país, o en un pequeño grupo de países. Es un modelo justiciero de sociedad aún no realizado plenamente en comarca alguna del planeta, y tiene en su contra el capitalismo, sistema con grandes recursos y siglos de experiencia en el ejercicio del poder basado en la injusticia.
Mientras las naciones más poderosas medraban con ese sistema, los ideales socialistas hallaron sus escenarios de mayor actividad en naciones con menor desarrollo de las fuerzas productivas, y con herencias de lo que —a manera de recurso comunicacional, sin ignorar debates en boga— vale seguir llamando modo de producción asiático. Quizás un estudio medianamente atento revele que a menudo lo denominado socialismo ha estado más cerca del capitalismo de estado que de la propiedad social sobre los medios fundamentales de producción, que no es lo mismo que propiedad estatal.
No se requieren muchas explicaciones sobre lo que han representado en esa historia, de una parte, el poderío económico, militar y mediático —este último aún más desaforado en la actualidad— de los adversarios del socialismo y, de la otra, pero conectada con la anterior, las debilidades de las fuerzas llamadas a construirlo. En ese contexto la pasión revolucionaria podría propiciar que la construcción socialista se intentara sin esperar a tener la preparación necesaria para ese fin, asumiendo que la espera de condiciones idóneas por parte de las fuerzas justicieras la aprovecharían las capitalistas.
Entre los hechos que deben estudiarse, uno puede haber tenido particular relevancia: el socialismo al que se entendió necesario aplicar etiquetas, y por voz de ideólogos suyos se llamó real, terminó siéndolo tal vez más en el sentido de realeza —con casta de funcionarios y burócratas que hasta sabor monárquico podían imprimirle, sin olvidar los casos de corrupción— que en el de apego a la verdad y a las masas, al pueblo.
Acuñado por Fidel Castro para caracterizar la debacle de ese socialismo en la URSS y en el campo socialista europeo, un vocablo no precisamente académico, pero sabio, sería más que elocuente: desmerengamiento. No es casual que el Comandante advirtiera sobre la necesidad de que Cuba fuese política, ideológica y éticamente fuerte para que no la socavase por dentro la destrucción a la que el imperio no podría llevarla.
Pero en cuanto a Cuba y su proyecto revolucionario, un leviatán concreto —el bloqueo estadounidense— se trenza con sus propias deficiencias internas, que sería grave desconocer, y con males padecidos por los afanes socialistas en otros lares. El bloqueo es parte de la hostilidad del imperialismo contra los pueblos que han decidido librarse de él, pero en el caso cubano ha tenido consecuencias particulares, por circunstancias como la cercanía geográfica y la historia de las relaciones entre ambas naciones.
Hay incluso más que cercanía: aparte de que la potencia norteña puede tener lacayos más o menos encubiertos en Cuba, usurpa una parte de su territorio, la Base de Guantánamo. Y acaso más que significado militar, esa base tiene peso político y simbólico propio, dada la rabia que los gobernantes estadounidenses alimentan contra Cuba por la Revolución que echó de este país al águila imperial que siempre intentó apoderarse de él y durante décadas lo había uncido como neocolonia.
El bloqueo es arma de un sistema, y su milimétrico reforzamiento con los cepos que Donald Trump añadió y su continuador, Joseph Biden, mantiene, ha extremado los agobios de Cuba. Eso, tras una pandemia que aún no termina, y que agravó el deterioro y los conflictos de la economía mundial, explica las penurias que vive el pueblo cubano, al cual los Estados Unidos, arreciando el cerco en lo más cruento de la covid, intentaron privar de oxígeno, equipos médicos y medicamentos.
Si para el pueblo cubano la tragedia no fue ni ha sido aún mayor se debe a que el país ha mantenido un proyecto justiciero, con aspiraciones socialistas que —debe repetirse— hicieron de él una digna anomalía sistémica frente a la “norma” impuesta al mundo por el capitalismo. Para valorar un indicio de lo que para Cuba ese rumbo significó y debe seguir significando, no es necesario ir a las páginas “sectarias” de Granma, sino a un conspicuo vocero de los intereses estadounidenses, The Washington Post.
Ese diario, al repasar los efectos del criminal manejo de la covid-19 por el gobierno de su país y las empresas farmacéuticas del sistema, y compararlos con los logros de Cuba —su sistema de atención médica responsable, sus varias vacunas y su solidaridad con otros pueblos pese al bloqueo que intentó estrangularla con ayuda del sarscov-2—, ha reconocido realidades. En marzo de 2021 sostuvo: “Contra todo pronóstico, Cuba podría convertirse en una potencia de vacunas contra el coronavirus”, y hace pocos días fue aún más categórico: “En la próxima pandemia dejemos que Cuba vacune al mundo”.
Con todo, se entiende que en el pueblo cubano puedan darse señales de desesperación por las muy poco amables condiciones de vida que sufre. Para eso precisamente se decretó el bloqueo hace ya más de sesenta años, en los términos explícitos más groseros y cínicos. Pero el pueblo no solamente resiste, sino que en votaciones y referendos sigue ratificando su apoyo mayoritario a la Revolución. Todo ello hace aún más perentorio que el país mantenga su rumbo, y que los pasos de su dirección se encaminen a buscar —y hallar— soluciones concretas, sin perder de vista, ¡y menos aún de pensamiento!, el rumbo con que se ha sabido enfrentar las agresiones imperialistas.
Tales agresiones no han sido solo económicas. Las ha habido también armadas y terroristas de diversos tipos: desde la invasión mercenaria por Playa Girón y las bandas de asesinos alzados a lo largo del país, pasando por otros hechos tan repudiables como la voladura de un avión civil en pleno vuelo y sabotajes varios, hasta la desvergonzada ofensiva mediática llevada a cabo en la actualidad. Todo ello sin que las otras formas de agresión criminal puedan considerarse canceladas. De hecho, el bloqueo se mantiene.
Hasta desesperación, sí, podrá haber en el pueblo cubano. Pero —aun cuando, de ser eso posible, se escriban o se digan con buenas intenciones— dictámenes como que estamos dispuestos a salvar a Cuba y a su Revolución “aunque para ello tengamos que construir un capitalismo guiado por la dirección revolucionaria”, no pueden leerse ni oírse en calma. Lo sabe alguien que los ha leído y oído entre la indignación y el insulto.
Si, más allá de emplear “armas melladas” del capitalismo, asumiéramos que es necesario construirlo —aunque pensado como algo provisional: “lo que provisional se hace, provisional se queda”, reza un refrán—, se perdería la brújula y se renunciaría de hecho a los afanes socialistas. Y se dice aquí a los afanes, no al socialismo, porque este no se ha construido todavía en ninguna parte del mundo; pero perder el rumbo, o crear por desprevención o ingenuidad asideros para que se pierda, llevaría a perder el destino, o abandonar su búsqueda, y factualmente a decretar que es imposible alcanzarlo.
El capitalismo es una pandemia, y cada día —por guerras, hambre, daños al medio ambiente, enfermedades curables pero sin interés para el negocio “médico”, injusticias de toda índole— causa más muertes y desastres que una pandemia “natural”, como la de covid-19. Si es que esta ha sido natural realmente.
Ese sistema no tiene rumbo que ofrecer a la justicia social y la dignidad, aunque haya que convivir con él quién sabe cuánto más. Está en declive, pero puede perdurar por las reservas acumuladas durante siglos de explotación, saqueos y genocidios, y en su caída —ya previsible, pero no visible aún— podría desatar una hecatombe en la humanidad.
La firmeza con que a Cuba —a sus representantes y dirigentes revolucionarios, y a la mayoría de su pueblo— le corresponde mantener y defender el rumbo justiciero, exige actuar con sabiduría. No para frenar campañas enemigas que de cualquier modo se explayarán en la difamación, a veces con máscaras, sino porque se marcha sobre el filo de una navaja y nada se debe descuidar, ni las que puedan considerarse consignas lejanas, o minucias. De ahí que en el proceso constituyente, referendo incluido, varias voces reclamaron —y se logró— que en la actual Carta Magna se mencionaran los ideales comunistas.
No mantenerlos en ella podía conducir a olvidarlos, y el olvido es camino abierto a deslealtades y traiciones que no por involuntarias serían menos deplorables. De “Fidel Castro, briznas de una montaña”, escrito cuando El Líder de la Revolución habría cumplido noventa y seis años, el autor del presente artículo reitera que la lealtad con la cual —contra vientos y mareas, y mareos, e incluso eventual o hipotéticamente contra criterios de autoridad— debemos mantener el rumbo, será una manera firme de honrar la guía que el Comandante nos legó.
Estupendo, hermano Luis Toledo Sande. Contigo se aprende todos los días, también a cuidarse de expresiones impropias, y no aceptar jamás lo que pudiera desviarnos del destino y el rumbo, venga de donde venga. Nunca me cansaré de reiterar que en la consecuencia ética de tus análisis raigales, sobre todo cuando de esclarecer confusiones se trata, siempre siento a Martí y a Fidel. Felicidades, con un también reiterado abrazo.
El artículo es, por formidable, una claridad. Y tu comentario un añadido a ese llamado de alerta que, en mi opinión, está faltando en nuestros medios. Se habla de socialismo y socialistas son acudir a matices y tendencias en medioxde la atmósfera ideológica viciada reinante. Convendria- sugiero- sacar a la luz aquellas reflexiones tuyas de tu estancia en Moscú en la efervescencia de la pwtrstroija y que creo nunca llegaste a publicar. Un abrazo para ti y para el frofedor Toledo, alma martiana irreductible.
Lo compartí en mi muro y creo que se debe extender su publicación porq es justo la medida que necesitamos para el momento histórico que vivimos. Muchas gracias .
Con los pies y la cabeza bien puestos en nuestra tierra, este oportuno y necesario análisis de nuestra realidad y los peligros que nos acechan merece toda la divulgación posible, en lo que concuerdo con otros lectores. Ya lo dijo el autor, la desesperación, y digo yo, la desesperanza de nuestra gente es uno de los propósitos originales del “embargo” más largo de la historia. Estados Unidos es la cabeza y el látigo del sistema que se nos opone. Busca desde siempre destruir la Revolución Cubana y cuenta con muchas ventajas. El oportunismo político es arma predilecta en sus manos, pero no son los únicos que saben utilizarlo, como tampoco el garrote y la zanahoria. Nos va la vida en salvar nuestro rumbo, el que nos legó Fidel.