Para vacunarme contra el desaliento, el día tras día de difícil andadura, activo una banda sonora en mi memoria. Con ella acompaño imágenes como las que vi el 5 de mayo en el Malecón y la Plaza Antonio Maceo de Santiago, en las comunidades del centro de la isla y en los más recónditos parajes de la serranía, a pie pero no descalzo.
A pie y calzado, con los tambores y el canto de Nsila Cheché que en los últimos meses, desde el pasado 10 de octubre, con aliento mambí, entra por el oído con una proclama cierta: “Vamo’ a vencer”. Mire usted, Nsila Cheché, con un colega al frente de una agrupación –Montoto, redactor de la página cultural de Juventud Rebelde- que por más de una década se ha dado al rescate y puesta al día de cantos espirituales que forman parte de nuestra identidad.
Guitarra y canción alimentan el alma. Las Bayamesas que hablan de amores y patria: la de Céspedes, Castillo y Fornaris, en serenata frente a la ventana de Luz Vázquez; la de Sindo, recorriendo la escala de la evocación romántica a la vocación peleadora.
Cierto que una canción no basta. Ni mil canciones enderezan el curso de la vida. Pero el hombre o la mujer sin alma poco pueden estar a la altura de su humanidad y menos de que la deben repartir para llenar vacíos y deshacer entuertos.
El 5 de mayo coincidió con la conmemoración del aniversario 205 del nacimiento de Carlos Marx, por lo que un amigo a tono con la efemérides trajo a colación unas palabras del más cercano colaboración del filósofo alemán, y él mismo, con absoluta propiedad, cofundador de la teoría revolucionaria, Federico Engels: “Somos nosotros mismos quienes hacemos nuestra historia, pero la hacemos, en primer lugar, con arreglo a premisas y condiciones muy concretas. Entre ellas, son las económicas las que deciden en última instancia, pero también desempeñan su papel, aunque no sea decisivo, las condiciones políticas y hasta la tradición, que merodea como un duende la cabeza de los hombres”.
No sé si Engels, ante la Cuba de hoy, que no deja de ser la Cuba de tantas veces en los últimos sesenta años, matizaría la observación “aunque no sea decisivo” y el “hasta” con que incluye el papel de la tradición. Yo sí me permito hacerlo. La subjetividad, de enorme peso en la configuración de las condiciones políticas, se levanta y sostiene a muchísimos de los hombres y las mujeres de esta tierra. La subjetividad que se expresa en resistencia y voluntad de no caer por muy duras que transcurran las horas y se nos venga el cielo (amenazante, torpedeado y bloqueado por quienes no nos quieren) encima.
Ese es el país, esa es la gente, que se refleja en el canto de los trovadores, el que transita del sentido de pertenencia (“amo esta isla / soy del Caribe”, Pablo Milanés) al perfil expansivo con el que tendemos puentes a los demás (“si la mides, te encanta / te despierta y te levanta / besos que complacen más que el mar / las vives, la amas / Cuba es una música vital”, Israel Rojas, Buena Fe).
Pero si hubo una canción que se empinó en mi memoria más que otras en la jornada del pasado viernes, fue una que escuché a Frank Delgado hace ya tiempo, cuando la hizo suya al explorar la enorme y pródiga veta creativa de Silvio Rodríguez. Se titula Ella salió desnuda, y por ahí hay quien la prefiere interpretada por Frank y Santi Feliú, incluida en el álbum que resultó de uno de sus conciertos compartidos.
Contada a manera de fábula, la sucesión de imágenes se halla a buena distancia del adoctrinamiento moralizante que dejan las fábulas. En este caso las metáforas se explican por sí mismas –estremecedor y retadoramente actual el pasaje que alude a “la plaza sitiada”- hasta la rotundez de la cuarteta final:
Qué bella es, qué bella caminando
Pero qué bella esa mujer desnuda.
Qué tonto es el que no está mirando
Que esa bella mujer se llama Cuba
Es una canción como para comenzar el día, como para recomenzar todos los días, como para renovar compromisos y batallas todos los días.
Foto de portada: Tomada de Cubahora